El 29 de agosto recién pasado el veredicto fue: culpable de Crímenes de Lesa Humanidad, con una condena de veinte años en prisión para el autor de los hechos, quien ya tiene más de 80 años. Y sí, siento algo de compasión.
El día de los hechos fue el 2 de octubre de 1973 y es la fecha que años después la ONU declararía el Día Internacional de la No-violencia. El día fue el 2 de octubre de 1973, en Chile, un día violento en una semana violenta, en un mes violento, en una década violenta. El día fue el 2 de octubre, el día en que mi padre fue ultimado en un regimiento militar del sur de Chile, pocas semanas después del golpe militar del 11 de septiembre. ¡Mi padre muerto! ¿A quién acudir? ¿A quién pedir justicia? ¿Cómo hacerle saber al mundo que mi padre fue un hombre recto, un hombre querido por su familia y apreciado por sus alumnos y sus compañeros de trabajo? Pero no, esos eran días mudos y ciegos, días en que había que callar y ocultar tristezas e intentar olvidar. Pero, ¿cómo olvidar? Y los días fueron pasando y los años y las décadas también…y a veces sentí que todo aquello era un sueño que perdía consistencia y es que en el mundo no había eco; nada denotaba aquel horrible hecho que se alejaba en el tiempo. Las estaciones del año se sucedían con sus eventos y sus accidentes…y siempre ese hecho no resuelto pendiendo de mi mente.
Hoy, casi 50 años después, el juez concordó con la clasificación de Crimen de Lesa Humanidad que argumentaron los abogados en un juicio larguísimo. ¡Sí, aquello ocurrió! ¡Sí, fue un acto inadmisible! Entonces, vuelvo a recordar que existí en ese día horrible y en los tiempos oscuros que le siguieron. Sí, mi profundo sufrimiento tuvo un objeto. Sí, fui vulnerable. Si, me volví desconfiada. Sí, sí, pero entiende que todo esto no es ajeno a ti. Esta ofensa no solo me tocó a mí y a mi familia. Esta ofensa la has sufrido tú, yo y la humanidad toda. Sí, la violencia nos hizo sufrir entonces y nos hace sufrir hoy. Y sí, debemos encontrar una senda nueva que nos lleve a un lugar donde se trate al ser humano con afecto y respeto, porque es lo más precioso.
Hoy vivo en Nueva York. Aquí, como en muchos lugares, hay gente que está jugando con la idea de imponerse por la fuerza. Algunos sueñan con el combate avasallante, se sueñan portando armas insuperables, todos vestidos de guerreros, macizos y sin compasión. Y sueñan con la violencia y la glorifican. Son niños. No saben que quieren seguir jugando a traicionarse y a traicionar a otros en lo más íntimo de su humanidad. No saben que ese juego no tiene justificación y nunca realmente se gana.
Yo, espero el día en que tengamos el valor de adentrarnos por el camino del cambio global profundo.