“Todos los políticos son iguales”, “son todos unos ladrones”, “la política es sucia”… Llevamos años escuchando estas frases en boca de muchas personas. No hay duda de que los poderosos del mundo se han ocupado de difundir estas ideas por los medios de comunicación, “sus” medios de comunicación. Y es que al poder no le interesa que la gente participe, prefiere que la gente se quede en sus casas quejándose, mientras ellos manejan los hilos, ponen y sacan a los gobernantes, y deciden las políticas públicas a su gusto. No hay nada mejor que hacer algo que es moralmente reprobable, pero está avalado por la ley. Es la excusa que usan muchas veces cuando montan superestructuras empresariales para pagar menos impuestos, por ejemplo, “es legal” dicen.
Sin embargo, no son estas las noticias que nos bombardean cada día. El pasado domingo 4 de septiembre, en Chile se votó un plebiscito para aprobar o rechazar la nueva constitución. Ha ganado el rechazo con un 62%, pero lo que me interesa destacar es que el voto ha sido obligatorio, algo completamente inusual en este país. “Gracias” a esa obligatoriedad, ha votado el 85% del padrón, cifra muy superior al 50% que había votado en el anterior plebiscito de 2020.
No sólo pretenden convencernos de que todos los políticos son iguales, sino que la política es un juego sucio y miserable. La política, en realidad, es la gestión de los recursos comunes a toda la población, es la gestión de la sanidad pública, de la educación, de la vivienda, las carreteras, la seguridad… Eso es la verdadera política, no cuatro idiotas insultándose en un parlamento. Pero los poderosos nos quieren convencer de que la política es algo alejado de la vida de las personas, algo que sólo pueden hacer señores de traje y corbata o señoras que se comportan como señores. Es cierto que los políticos, muchas veces (casi siempre), se ocupan de alejar la política de los ciudadanos, con su lenguaje tan particular, su forma de hablar alambicada, y sus mentiras (casi) permanentes, sus discusiones absurdas entre bandos. Frente a esto, la población reacciona “que se vayan todos” o “que se pongan de acuerdo, que para eso se les paga”. Pero, si se van, ¿cómo vamos a gestionar lo público? ¿En qué se deberían poner de acuerdo?
No pretendo defender a los profesionales de la política, porque creo que muchos de ellos son indefendibles. Pero sí pretendo romper una lanza a favor de la participación de toda la ciudadanía. Si alguien me dice que la política es algo sucio, y que los políticos son corruptos, yo le digo que entre a participar, para limpiar la política de esos bandidos. Hace poco escuchaba a una adolescente lamentarse por el trato que se da a los animales en las macrogranjas. Me parece muy loable esa preocupación, pero cuando le pregunté a quién iba a votar en las próximas elecciones, contestó que ella de política no sabía nada. Yo sospecho que hay una mayoría de adolescentes y jóvenes que piensan igual, que tienen sensibilidad para muchos temas, pero no relacionan eso con las políticas que se implementan, las cuales dependen a su vez de su propia participación. Entonces se buscan salidas individuales, en lugar de intentar influenciar en la vida pública.
El acto mínimo de participación que se espera de un ciudadano es que vaya a votar cuando corresponda. Por supuesto que se puede hacer mucho más, pero al menos votar demuestra un mínimo interés en lo público, y demuestra una mínima comprensión de que no da igual qué políticas públicas se apliquen: no es lo mismo una sanidad universal y gratuita que un sistema médico dependiente del dinero del paciente, y lo mismo vale para la educación, la vivienda, los transportes, las ciudades, etc.
En el último medio siglo, en Chile han sufrido la dictadura de Pinochet durante casi 20 años, y luego una alternancia de políticos tradicionales, con cambios apenas cosméticos entre un bando y otro. Esta política neoliberal y este discurso han calado hondo en esa sociedad, al punto que, si no se la obliga, la mitad de la población no se molesta en ir hasta un colegio electoral a votar una nueva Constitución… Me parece escandaloso, un fracaso colectivo tremendo. Y lo peor es que no es algo que sólo se pueda decir de los chilenos, sino que es un fenómeno que se repite, en mayor o menor medida, en todos los países del mundo. La desafección de la población hacia la política es muy grande. Esto, que en buena medida es responsabilidad de los mediocres gobernantes que nos han tocado, es un éxito en toda regla del 1% más rico, al cual no le interesa que la gente participe en política, sino todo lo contrario. “Quédate en casa que nosotros nos ocupamos” parecen darnos a entender.
Hoy es un día de reflexión para todos, empezando por los y las políticas y terminando con toda la ciudadanía. O dejamos el poder en manos de unos pocos que lo decidan todo, mientras nos juntamos en el bar para quejarnos, o tomamos las riendas de lo público en nuestras manos, haciéndonos cargo de nuestras vidas en común. La primera es la conducta que se espera de un niño que aun está incorporándose a la vida, y la segunda es la que se espera de un adulto responsable. Toca decidir si queremos vivir y en qué condiciones.