Es tarde y recién acabo de cortar con D después de 3 horas al teléfono, como siempre. Hablándole y analizando juntxs su historia, hablo también como para mí. Lo que me sale decir no tengo tiempo ni de pensarlo, me fluye espontáneo, catárticamente y me pregunto cuánto realmente tendré yo que ver con todo eso.
Siento que hablo desde lo autorreferencial y desde mi experiencia (y terapia) pero que de la otra parte no es recibido como una invasión o con un rechazo sino que es tomado con mucha sed y necesidad de sanar.
En esta noche nórdica total, sin esperarlo, descubrí el gran complemento que es escuchar una historia ajena que resuena como propia. Pero sobretodo el encontrarme con personas con deseos genuinos de sanar historias de una vez y poder “ayudar” compartiendo reflexiones de diván y procesos de sanación personales.
Como hicimos con nuestras familias.
Como hacemos con nuestros amigxs.
Nos hacemos sanadorxs verdaderamente no cuando queremos “salvar” a otrxs, sino cuando tenemos la humildad de aceptar todo lo que primero debemos sanar de lo propio, para solo compartir esa salud integral/mental/kármica/etc. La vida y todo lo no visible y controlable, harán el resto.
Unx sana para unx. Lxs otrxs son solo almas en sus propios caminos íntimos e individuales. Solo a veces la vida nos acerca para crecimiento mutuo (o de alguna de las partes).
En la pasión y el amor por cambiar las cosas, por deconstruirse y romper mandatos, nos encontramos ahora en la tarea no simple y muy crítica de construir modos de ser nuevos y hasta evaluar, llegado el caso, cambiar radicalmente nuestras vidas en pos de esa fidelidad al pensamiento, a la claridad real de que hay cosas que no van más, que no queremos más, que ciertos legados se terminan en nosotrxs.
Hoy miro hacia atrás y me veo con varios largos años menos, indignándome ante D que no tomaba mate. Creo que eso me hizo ser su amiga. Me fui de ese lugar sin lograrlo, o ya no lo recuerdo. En esos años también me despedí de todo un grupo de personas, D incluido, sin saber en realidad como iba a aplicarse el filtro de la distancia a todos esos vínculos. Quién iba a decir que nos íbamos a reencontrar 6 años después, desde una habitación iluminada en medio de una profunda oscuridad nocturna del norte de Europa, y del otro lado en un banco de plaza en Almagro en pleno verano, con niñxs y perros alrededor.
Espero que no se mal entienda. Cuando hablo de reencuentro ya no hablo de mi persona ni de D. Les hablo a lxs pequeñxs nosotrxs, a todo este colectivo de niñxs interiores asustadxs (y hasta un tanto “border-line”) pidiéndonos explicaciones a nosotrxs “adultxs jóvenes”. ¡Explicaciones en el medio de una confusión generacional espacio-temporal, en una crisis y contradicción radical entre todo lo heredado y las tradiciones y todo lo creado contemporáneamente a nosotrxs, en medio de toda esta vida digital que no entendemos del todo, de las posibilidades infinitas paralizantes y por supuesto nuestra invitada de lujo: ¡una pandemia mundial!
Bárbaro chicos.
Acá estamos este colectivo de infantes con ideas que se les caen a pedazos, con idealizaciones o demonizaciones aferradas en la supervivencia, con realidades autoimpuestas por una psiquis infantil que no tenía otra información más que a sí mismx y el jugar. Niñxs/adultxs en modo sobrevivir y buscar incansablemente la felicidad, el bienestar y la paz. Real. Consciente.
Y resulta que somos un montón.
Esta vez nos vamos juntando espontánea o talvez mágicamente. Porque a este punto también se ha caído la seguridad racional de que solo existe este plano y lo tangible.
Lo importante es que ya no pase desapercibido, la clave es darse cuenta.
Es acá cuando el arduo proceso de sanación solitaria e individual cobra sentido. Cuando se comparte. Somos una red y nos sostenemos. Venimos a recuperar lo que nos ha sido arrebatado. Ya no importan las razones, empatía para todos, todes y todas. Acá estamos empuñando la palabra y la responsabilidad emocional. Y vamos a por todo.
Si no hay amor, que no haya nada entonces. Ya no regateamos más.