Entrevista a José Luis ‘Kois’ Fernández, Javier Fernández y Nerea Ramírez / Autores de ‘Solidaridades de proximidad’

Por Yayo Herrero* en ctxt. Fotos de Sara Garchi en «Solidaridades de proximidad», del Grupo cooperativo Tangente

Algunas personas creemos que la pandemia, sobre todo en sus primeros momentos, supuso una verdadera explosión de solidaridad. Muchas organizaciones de barrio funcionaron como núcleo articulador de una red de soporte social autoorganizada que sirvió para resolver necesidades básicas de muchas personas.

Tres personas han investigado estas redes y han sistematizado su experiencia. El resultado de su trabajo se ha plasmado en el informe Solidaridades de Proximidad. Ayuda mutua y cuidados ante la covid 19. Este trabajo es, a nuestro juicio, muy importante, porque los discursos dominantes tienden a prestar poca atención a aquellas situaciones y acontecimientos en los que brota la política más humana y, sin embargo, se regodean en la pugna, la violencia e incluso en el desprecio a las iniciativas locales y próximas.

Los y la autora del trabajo son José Luis ‘Kois’ Fernández Casadevante, Javier Fernández Ramos y Nerea Ramírez Piris. Hemos querido hablar con ellos.

–La pandemia “obligó” a redescubrir lo próximo y lo comunitario como esfera relevante para satisfacer nuestras necesidades. ¿Por qué esta “infraestructura social” se vuelve un elemento tan determinante en situaciones de emergencia?

–Kois: El confinamiento y las restricciones de movilidad nos obligaron a plantearnos la capacidad de nuestros barrios y municipios para satisfacer nuestras necesidades (comercio, calidad del espacio público y zonas verdes…), así como la importancia que pueden llegar a tener las personas con las que convivimos, y que en muchos casos no conocemos, más allá de saludarnos cordialmente en la escalera.

En situaciones de crisis, cuando el mercado y las políticas públicas fallan, emerge la importancia de los vínculos comunitarios y de las relaciones sociales de proximidad. En una situación de catástrofe resulta más probable que tu vecina llame a tu puerta preocupándose por tu situación o que una asociación barrial se las ingenie para montar un comedor colectivo a que acuda un cuerpo de funcionarios a hacerlo. Así que cuanto más vertebrada esté una comunidad, mayor densidad asociativa tenga y disponga de una red de equipamientos colectivos consistente y versátil (espacios vecinales, centros sociales, escuelas, centros de salud…), en mejores condiciones se encontrará para enfrentar fenómenos disruptivos. Durante la pandemia, en aquellos barrios y municipios donde la infraestructura social era más densa, las respuestas ciudadanas han funcionado mejor y han tenido una mayor capacidad organizativa.

–Durante la pandemia la acción comunitaria fue un complemento imprescindible para sostener la vida de decenas de miles de personas abandonadas por el mercado y las políticas públicas. Ante las situaciones de emergencia que están por venir parece pretencioso concebir una respuesta autosuficiente por parte de las instituciones, que eluda la importancia de colaborar de forma activa con los tejidos sociales. Ante futuras crisis, ¿qué papel debería jugar la cooperación público-comunitaria?

–Javi: Nuestros sistemas han sido concebidos para ser estables en el tiempo y afrontar futuros que sean una especie de continuidad progresiva desde el presente, que va a resultar cada vez más impensable. Las situaciones que nos esperan no serán fácilmente previsibles, y ante ello, es muy difícil que las instituciones públicas estén plenamente preparadas para hacer frente a sus responsabilidades, tanto en las causas como en la generación de respuestas y protección de las personas más vulnerabilizadas. Los movimientos ciudadanos han demostrado una mayor agilidad y capacidad de improvisación. Atesoran conocimiento situado de los barrios en donde se enmarcan, saben de las redes informales, de las problemáticas específicas y pueden articular de una forma rápida los dispositivos locales… Estas capacidades serán fundamentales en el futuro cercano.

Los recursos y la responsabilidad que tienen las instituciones públicas deberían encontrar un encaje con la capacidad de innovación y el conocimiento situado de los movimientos ciudadanos. El reto es imaginar y activar nuevas alianzas entre lo público y lo común, sin desdibujar las diferentes responsabilidades, roles y especificidades.

–Kois: Siguiendo ese hilo. Ante los contextos adversos que vienen ninguna institución pública va a poder abordar los grandes retos en solitario, y tampoco parece realista que los movimientos y tejidos comunitarios puedan alcanzar de forma autosuficiente los niveles óptimos de resiliencia. La cooperación público-comunitaria se vuelve imprescindible como una forma de colaboración estable que permita maximizar las potencialidades de acción de los tejidos sociales. Este encuentro entre protagonismo comunitario y servicios públicos de proximidad puede darse con mayor facilidad en la esfera local: escuelas, centros de salud, servicios sociales, espacios vecinales, huertos comunitarios…

En definitiva, si una parte significativa de nuestros problemas vienen de la alianza del Estado con el mercado, que ha derivado en mercantilización y privatizaciones, una parte de las soluciones vendría de sustituir la desconfianza mutua por un espacio de encuentro y fricción, de complicidad y conflictividad creativa, entre lo público y lo comunitario.

–En vuestra investigación destaca un capítulo sobre lo que llamáis microsolidaridades, donde describís las dinámicas informales de ayuda mutua en escaleras y edificios. A pesar de haber disfrutado de mucha menos visibilidad, ¿por qué las consideráis tan importantes?

–Kois: Los bloques se convirtieron temporalmente en comunidades que resolvían problemas y satisfacían necesidades en común de forma muy eficaz. Su acción fue determinante e incuantificable, por su informalidad y su carácter hiperlocal o de máxima proximidad. Más allá de la solidaridad, las escaleras adoptaron estrategias colectivas que se concretaron en cuestiones como compras conjuntas, juegos en los balcones y celebración de cumpleaños, préstamo de películas y libros, intercambio de juguetes, pero también de recetas y de platos de comida cocinados, la muestra de gestos de afecto… Unas prácticas de cuidado, inéditas en muchos edificios o urbanizaciones que aumentaron la interacción y la confianza vecinal, mejorando la convivencialidad y cuestionando el individualismo dominante.

–Pareciera que todas estas cuestiones se vivieron hace mucho tiempo. Mucha gente dice que los dos años de pandemia son como una especie de agujero temporal. Fatiga pandémica, aceleración vital, catástrofes que se superponen… Da la sensación de que el inédito movimiento de solidaridad ligado a las redes vecinales de ayuda mutua y cuidados ha pasado como una estrella fugaz. ¿Creéis que está costando integrarlo como se merece en nuestra memoria colectiva?

–Javi: Totalmente. Ante muchos episodios traumáticos tenemos la tentación social del olvido, pasar página hacia la promesa de regresar a una especie de estado estacionario donde las condiciones parecen invariables. La crisis ecosocial nos pone de frente que la idea de una situación estable ya no es más que una ilusión. Ante las diversas crisis que vivimos y que están por venir, también es fácil centrar toda nuestra atención ante el siguiente evento inédito sin conectar las causas de dichas situaciones, sin disponer de una mirada sistémica.

No olvidar el enorme movimiento surgido significa recoger aprendizajes, ampliar reflexiones, organizar pensamientos y vivencias. Significa fortalecer el aprendizaje por anticipación y no jugar todas las cartas al aprendizaje por shock.

–Nerea: Sí, las redes, la ayuda mutua, las reflexiones sobre la importancia central de los trabajos más invisibilizados y peor pagados, la importancia de escuchar a los pájaros en una ciudad con todos los coches parados… todo parece que casi fue un sueño que no ha dejado poso por las ansias, como dice Javi, de pasar página, de volver a la “normalidad”. Ser conscientes de la necesidad de hacer memoria colectiva de procesos tan relevantes como estos fue lo que nos movió a realizar esta investigación.

Como dicen desde el colectivo Mujeres de Frente de Quito, el desarraigo y la desmemoria son una gran estrategia del capitalismo para debilitarnos. En parte creo que el estudio muestra el fortalecimiento que significó este movimiento de solidaridad para asociaciones y colectivos diversos, ese anclaje en estructuras que existían ya y que trabajan en red, no siendo una mera suma de miles de iniciativas individuales (que también son imprescindibles), hace algo más fácil que no caigamos en esta desmemoria.

–Las redes vecinales han destacado por su transversalidad a la hora de incorporar la diversidad social de los barrios, a pesar de sus sesgos. Aunque destaca el protagonismo jugado por mujeres y jóvenes en esta movilización. ¿Por qué consideráis que la participación ha tenido estas características?

–Nerea: En el caso de las mujeres, como comentamos en el informe, parece claro que este tipo de iniciativas centradas en el cuidado y en el sostenimiento cotidiano de la existencia misma en unas condiciones medio dignas son el espacio al que estamos acostumbradas o relegadas, también muchas veces en nuestros espacios de militancia, y desde ahí se entiende fácil que haya habido más mujeres en estas redes de apoyo. Muchas personas nos han dicho que no ha habido conflictos en los grupos a la hora de organizar el trabajo porque la cabeza estaba puesta en la urgencia y en la magnitud del problema. Lo importante era sostener la vida de muchas personas. Creo que es central pararnos a pensar en esto. Quiénes sostienen, qué nos sostiene y por qué lo vemos claro en situaciones de emergencia y perdemos colectivamente, y no digamos ya políticamente, ese foco cuando se diluye esa urgencia.

–Kois: La implicación de mucha gente joven ha sido otro de los rasgos que más ha llamado la atención, de quienes dinamizaban las redes. En ello coinciden la posibilidad de salir de casa para realizar acciones útiles, las dinámicas de proximidad y un activismo cuyos efectos positivos y beneficios sociales se ven de forma inmediata.

–Las redes vecinales representan una ética del cuidado expandida, de las personas y recursos movilizados, en medio de una catástrofe. Por oposición, encontraríamos a los comisionistas, y sus cómplices necesarios, como la versión extrema del mercado que busca hacer negocios en medio del drama que estábamos viviendo. ¿Qué reflexiones os despierta este contraste?

–Nerea: Me despierta mala leche, por decirlo finamente. Rebeca Solnit define el pánico de las élites como el comportamiento de las élites económicas y políticas ante los desastres llevando a cabo medidas de control fundadas en el hecho de que las personas van a obrar mal, se van a ir matando por la calle y quitando el pan al de al lado, consiguiendo precisamente dificultar con esas medidas que las personas se puedan apoyar y organizarse colectivamente. Algo que da miedo a quienes quieren mantener el statu quo, claro. Esto sería la versión ampliada de “pánico y tajada de las élites”, cómo aprovechar cualquier ocasión para sacar beneficios y seguir desmantelando los servicios públicos. Una vergüenza.

–Javi: Ante la idea del “empresario hecho a sí mismo”, observamos una y otra vez cómo muchas élites han sido construidas a partir de devorar lo público. Una vez más vemos cómo el mercado o los poderes económicos no salvan los empleos de la gente o a la economía, sino que, de forma reiterada, engullen los recursos colectivos. En la ciudad de Madrid, muchas redes que encontraban dificultades en la relación con el actual consistorio han expresado que no recibieron ayudas específicas, como cesión de locales para el funcionamiento, y que, incluso, vivieron múltiples trabas para poder mantener su actividad. En ese mismo momento estaba sucediendo el escándalo de los comisionistas, varios millones de euros de dinero público en sus bolsillos…

–Kois: Representan de forma gráfica dos modelos de sociedad, e incluso de economía. Derroche, lucro, opacidad, deshumanización, irresponsabilidad… frente al contraste de la gente humilde donando tiempo y recursos, que eran cuidados con mimo para hacer el máximo bien común al movilizarlos.

–Hemos hablado de la enorme potencia política que han tenido las redes. ¿Qué límites o dificultades habéis visto?

–Nerea: En el estudio construimos una matriz final con los elementos y aprendizajes que consideramos necesarios para construir resiliencia ecosocial, para ser capaces de sobreponernos y encarar las crisis o emergencias que llegarán. Ahí pueden verse de forma clara algunos de estos límites o dificultades que hemos encontrado y a las que tendríamos que poner más cabeza colectiva. Entre ellas estarían la dificultad para generar planes y procesos comunitarios con implicación institucional y consensos sociales con antelación a las crisis, o para la necesaria gestión ciudadana de equipamientos y recursos públicos. La poca capacidad de interconectar en la práctica la crisis ecológica con el resto de crisis y con la aparición de emergencias como esta pandemia también sería unos de los límites claros identificados.

–Javi: Al mismo tiempo, muchas redes han centrado una importante atención en cuestionar las dinámicas de personas beneficiarias y protagonistas. Generando alternativas autogestionadas a los conocidos bancos de alimentos. Esta ruptura de las dinámicas más asistencialistas, desde nuestra perspectiva, tiene una enorme potencia transformadora pero no ha estado exenta de múltiples dificultades, limitaciones y retos. Supuso dedicar mucho tiempo y esfuerzo en las dinámicas grupales, incorporar en las tareas cotidianas a personas con escasas relaciones previas con los tejidos asociativos, fomentar una cultura de la participación y de la responsabilidad colectiva en personas con experiencias previas muy dispares, incorporar formas diferentes de gestión de lo colectivo… hacerse cargo de muchas frustraciones.

Una asignatura pendiente, para la gran mayoría de las redes, sería desarrollar roles de cuidado interno o espacios explícitos para abordar las cuestiones relacionales y darse sostén emocional. Algo que, en nuevas articulaciones ciudadanas, es fundamental. Sin duda, necesitamos reforzar los conocimientos y habilidades para trabajar en grupos, tomar decisiones de forma conjunta, gestionar conflictos y malestares internos, repartir tareas de forma justa y sin perder la perspectiva feminista, ser capaces de evaluar nuestras dinámicas y funcionamiento. No podremos potenciar una cultura de la reciprocidad basada en lo relacional, y no tanto una solidaridad institucionalizada, sin atender a la dimensión grupal.

–Las redes vecinales dotaron a la sociedad de una enorme capacidad de resiliencia. De cara a anticiparnos a las futuras situaciones de emergencia que nos deparará la crisis ecosocial, ¿cuáles serían algunas de las principales enseñanzas que podríamos extraer de este episodio?

–Kois: Una importante sería que no debemos creernos la caricatura antropológica que ha hecho el neoliberalismo del ser humano. Al describirlo como egoísta, competitivo y que se relaciona con el mundo de forma utilitarista, buscando siempre la máxima rentabilidad en términos de coste/beneficio. En realidad, somos mucho mejores personas de lo que nos cuenta la televisión. Y en situaciones excepcionales resultan más visibles las dinámicas de ayuda mutua. Las redes fueron capaces de movilizar de forma creativa una economía moral, que tiene más que ver con valores y normas culturales como la empatía, el altruismo, la solidaridad y la justicia, que con el cálculo en términos monetarios o la inmediatez en la devolución de favores.

–Javi: Las redes han construido nuevos y diversos vínculos de proximidad, tanto entre personas de un mismo edificio como entre colectivos y organizaciones que anteriormente no trabajaban de forma conjunta. Todo vínculo tiene potencial de impulsar una lucha política que empuje una transformación. Todo vínculo tiene el potencial de resignificar la situación dada, hacer algo diferente a partir de lo que nos sucede. En palabras de Lewkowicz, un proceso de “subjetivación”: no solo sufrir lo que pasa sino cambiar la manera en la que nos relacionamos con ello. Las redes han configurado un proceso de subjetivación colectiva, un nosotrxs creado a partir de un problema que activa una acción política. No se han articulado en torno a una identidad sujeta y definida previamente, sino que han construido un común, organizado en torno a objetivos específicos. Ante futuras situaciones críticas, será fundamental construir estos nuevos procesos de subjetivación colectiva, nuevas alianzas ciudadanas. Necesitamos una proliferación de vínculos.

–Rebecca Solnit, la autora que nombrabais antes, en su libro Paraísos en el infierno, cuenta cómo la ayuda mutua y la colaboración en momentos tremendamente duros, se vivió, paradójicamente, desde la felicidad. ¿Qué sensaciones habéis detectado que les han quedado dentro a quienes se organizaron para hacerse cargo de otras y otros?

–Kois: Diversas personas hacían referencia a una montaña rusa emocional. Y considero que es una definición muy acertada, pues por un lado supuso el desafío de mirar a los ojos a la precariedad, hacerse cargo de situaciones vitales muy complicadas con recursos limitados y verse afectada por todo ese sufrimiento; pero por otro lado hay una suerte de “felicidad pública” al participar de una acción colectiva donde prevalece la empatía, la generosidad o la solidaridad desinteresada. Un clima en el que se forjan relaciones inesperadas y se vivencia un singular sentido de pertenencia comunitaria.

Mayoritariamente, quienes se implicaron en las redes coinciden en definirlas como una experiencia vitalmente significativa, un aprendizaje que te marca y condiciona tu forma de seguir viendo el mundo. Irremediablemente volvemos a nuestras vidas, pero este acontecimiento formará siempre parte de ellas, como una cicatriz que nos recuerda de lo que fuimos capaces para sobrevivir conjuntamente en momentos dolorosos.


* Es activista y ecofeminista. Antropóloga, ingeniera técnica agrícola y diplomada en Educación Social.

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