Desde este espacio detallamos, desde hace semanas, una suerte de quien es quién en este rejunte de personajes que, si no fueran peligrosos, serían…. igualmente peligrosos. Convergen en un mismo punto personas disímiles, que en otro momento no se hubieran cruzado y de hacerlo, se hubieran ignorado, porque ¿qué puede tener en común un pibe de Moreno con un señor mayor que dice ser asesor del gobierno de la ciudad y una señora de la alta sociedad? Si Dios los creó, la pandemia los amontonó, y alguien los organizó.
Es fácil ver que se aglutinaron por un par de motivos en común: el miedo y el odio consecuente y dirigido. La pandemia instaló el temor a morir. La muerte dejó de ser algo lejano y que solía pasarle a otros; a partir de 2020 golpeó la puerta de casa mientras susurraba nuestro nombre. A esos temores íntimos y límbicos, alguien los registró sin esfuerzo, potenció y organizó. Surgió la «plandemia», y ese concepto y slogan no se le ocurrió a ninguno de estos borderline que se aglutinaron a quemar barbijos en el Obelisco. Alguien lo deslizó, muchos lo tomaron, y allá fueron. Fueron el Plan B de los cortadores de ruta del campo, que se decían «El País».
Posteo de Nilo Medina del 25 de septiembre, celebrando que la Jueza Capuchetti decidió no investigarlos.
En alegre montón se mezclaron los que no tenían nada que perder, los que nunca pierden, y los que temieron perder la vida por culpa de un «plan maestro de exterminio y dominio». Nilo Medina y su esposa, Daiana López, se conocieron en una de esas manifestaciones: él como abogado, ella como psicóloga, los dos fervorosos antivacunas y «antiplandemia» sellaron lucha y amor entre quema de barbijos y toma de hospitales, como el de Lobos, que lo llevó a Medina a tocar el pianito. La historia sería novelesca si no hubieran logrado mucho más de lo que muestran: nuclear desclasados por debajo, sostener con nexos políticos por encima a esa fauna que empezó gritando contra las vacunas para virar, en poco tiempo, a clamar por la muerte de los funcionarios de gobierno.
En esas marchas antivacunas aparecen estos marginales de la vida: desde Sabrina Basile -la hija del entrenador Coco Basile, que parece apoyar las consignas y modos de su hija pues él mismo aparece en fotos apoyando a Ricardo Iorio, el reconocido músico filonazi en su cruzada terraplanista- hasta Claudio Pedro Hertz, el desquiciado que megáfono en mano amenazó de muerte a Cristina Kirchner, de manera absolutamente detallada y explícita, en la puerta del Instituto Patria y por lo que el martes 27 de septiembre deberá presentarse a la Justicia. Desde la peluquera Cristina Luján Romero de San Martín (el partido del conurbano) quien no duda en postear imágenes de Vírgenes y frases de autoayuda con amenazas de muerte e insultos que ruborizarían a un camionero de la estepa rusa; hasta Jonathan Morel, que llama a Luján Romero, a Sabrina Basile y a varias mujeres más «Las Mabeles».
Jonathan Morel, el carpintero que -a pesar de tener una carpintería tan rasposa que ni mesa de carpintero tiene, y que aprendió el oficio hace un año por youtube- consiguió un jugoso contrato con la Empresa Constructora Caputo Hermanos por casi dos millones de pesos para hacer mesitas de luz que jamás fotografió, para un hotel en Neuquén que no existe, contratado por una decoradora de la que ignoramos hasta el nombre. Morel, si bien es el más deslumbrado por las cámaras y posiblemente el que de acuerdo a los parámetros de TN, es el que «más mide» (el mismo Morel admitió informarse por esa señal de noticias y admirar a sus periodistas), y quien puso el talonario de facturas y la cuenta para que la empresa Caputo deposite el dinerillo con el que, seguramente, pudieron bancar la construcción de la guillotina, antorchas, fletes y demas días después, en Plaza de Mayo; es solo un eslabón más de una larga cadena de desdichados.
Se lo ve protagonizando marchas y escraches desde varios meses a esta parte, pero también allí se ve a Gastón Guerra, que lidia con sus emociones frente a cámara y pasa del pecheo con mirada criminal al periodista Lautaro Maislín de C5N la tarde del escrache a Massa en su asunción, con un llanto emocionado dos minutos después delante del micrófono de Malnatti, el cronista de Canal 13, que le prodigó varios minutos para que se desahogue -algo que conmovió profundamente a Viviana Canosa, que le ofreció su programa para que siga llorando allí-. Lloró también en Plaza de Mayo unos días antes, mientras en la imagen y por detrás se ve a Sosa armando la guillotina. Sosa es Leonardo Sosa, el cofundador con Morel de «Revolución Federal» y que estuvo con Guerra, dos días antes del intento de magnicidio, en el departamento de Ximena Tezanos Pinto, justo arriba del que habita Cristina Fernández de Kirchner.
XImena, a su vez, es «amiga de fierro» (penosa analogía que escribió la vecina en un posteo) de Cristina Luján Romero, también integrante de Revolución Federal y una de sus más fervorosas agitadoras. A Luján se la ve claramente junto a Sabrina Basile en los escraches a Grabois, Ferraresi, y fue llevada a la justicia por la legisladora porteña Claudia Neira por haber transitado la misma situación violenta. Es una de las que arroja teas ardientes contra la Casa Rosada, que se manifiesta en la primera aparición del grupo la noche que asumió Batakis y debía dar una conferencia de prensa, frustrada por este grupo, en la Quinta de Olivos. A Romero se la ve la noche de las antorchas muy cerca de Nilo Medina, de Daiana Lopez, de Leonardo Sosa, de Jonathan Morel, de Sabrina Basile y de Brenda Uliarte, la mano de obra barata para el magnicidio junto con su novio, Fernando Sabag Montiel.
Todo esto se detalló en sucesivas notas en Pájaro Rojo y en Miradas del Centro, hace por lo menos dos semanas. Hoy, otros medios muestran a Morel frente al Instituto Patria, donde nosotros también registramos hace días a Cristina Luján Romero (la mejor amiga de la vecina Ximena Tezanos Pinto), a Sabrina Basile, a Gastón Guerra, a Ernesto Anzoátegui (que viajó a San Nicolás junto a Cristina Luján Romero y Ximena Tezanos Pinto en el coche de esta última, para apoyar la movilización «del campo» que lideraba a caballo y en poncho Patricia Bullrich) y al desorbitado Claudio Pedro Hertz y su megáfono.
No son locos sueltos. Son locos, pero organizados, financiados y dirigidos.
Jonathan Morel, de buzo beige y marrón, detrás de Claudio Hertz, frente al Instituto Patria. (Aún no sabemos el nombre del policía de la metropolitana que saluda al desquiciado tan amistosamente)