¿Qué es un periodista: el que imprime periódicos, el que los vende, el que los escribe… o el que forma y conforma los periódicos? Entonces ¿el columnista es periodista, o es un chucho aparte? y los que escriben y no lo hacen en los periódicos, ¿qué son, o qué somos? Uno que me acompaña me dice que periodista es el que ha hecho la carrera de periodismo y trabaja a sueldo de un periódico. Puede valer. Aunque eso, hoy, suena un poco, o un mucho, a “el que paga, manda”, y eso no deja de ser un pegatiros por cuenta de ciertos intereses asociados a un periódico, llamémosle “línea editorial” que es una capa que todo lo tapa… y también lo capa. En la actualidad, la famosa libertad de prensa apesta a un dirigismo muy poco digerible.
Mi acompañante, al que consulto dónde poner el 1, o el 2, o la X en la quiniela, me dice que los columnistas escribimos EN los periódicos, pero no trabajamos PARA los periódicos; que estamos relacionados con el periodismo, pero no somos periodistas… Y veo que afina lo suyo, el tío. Efectivamente, en el columnismo existe más fiabilidad, al menos aparentemente, pero yo creo que es por la existencia del columnista libre más que el de jornal. Sus opiniones pueden estar más o menos acertadas, o equivocadas, o contaminadas, pero no están dirigidas ni encajadas. En un periódico, al que se sale de la horma y de la norma, simplemente le dejan de publicar, y muchas veces, sin la mínima explicación, ni deferencia, ni siquiera educación…
Entonces, le pregunto a mi interlocutor si yo soy un columnista sin periódico, o un periodista sin columna… “Ni lo uno, ni lo otro”, me sopla, “tú eres un columnista con periodicidad diaria, pero que ni tienes, ni necesitas, periódico alguno para que te sigamos, puesto que tú marcas los periodos y los lugares”… ¡¡Toma higos, Pepa¡ Tuve que pedirle me lo repitiese un par de veces y tomar nota en una servilleta de papel, y veo que lo de “periódico” se está quedando un tanto – o un tonto – obsoleto, sin quererlo aunque sí mamándolo. Porque yo no lo deseo así, pues mi vida ha sido muy marcada por ellos en su soporte de papel; me crie entre cabeceras de periódicos; los transporté, los repartí, los vendí, fui corresponsal informativo, comercial publicitario, tonto útil y trasto inútil, columnista, trabajé con ellos y fui traicionado por ellos… Todo. He recorrido y he amado los periódicos hasta el extremo de que su tinta impresa ya casi forma parte de mi sangre, y su papel de mi genética. Para bien o para mal.
Esto es: soy comprador y lector compulsivo y diario de periódicos de quiosco, o sea, de periódico impreso, y, sin embargo, escribo en las redes y para las redes que me rescatan de mis propias redes; y también, o van incluidos, para tres mil y pico seguidores que esas mismas redes dicen que me siguen, aunque yo diga que no me lo creo… ¿Cómo se puede entender semejante contrasentido? El mismo acompañante de fortuna que traigo hasta aquí, me susurra, como aquel que lo hacía a la oreja de los caballos, que, en realidad, según la nueva onomatopéyica, yo lo que soy es un “comunicador”. Y me aconseja que más me vale acostumbrarme a la nueva etiqueta y ponérmelo en mis tarjetas de visita (otra obsolescencia) y dejarme lo del fabricante de columnas por muy dóricas o corintias que sean; que se van a ir a hacer puñetas junto a todas las periodicidades periódicas; o que, si no, consulte con mis lectores, a ver qué leches opinan ellos…
Lo cierto y verdad es que la dignísima profesión (y carrera, hoy) de Periodismo está desgajada entre la persecución y muerte en países dominados por las mafias y las dictaduras: Méjico, Rusia, etc., y el pienso y adocenamiento pesebral en otros países más… llamémosles ilustrados y democráticos, pero que sirven a intereses (oligárquicos o de politiquería populista y populachera, que es el cuento de la lechera) más “elevados”. Tras estrategias comunicativas perversas y torcidas que quieren prostituir la comunicación, hoy en la definición de periodista puede caber la sospecha, el desprestigio, la desconfianza, por la información amasada, y/o amañada, para el consumo de masas, precisamente; el servilismo impuesto por los grupos de presión; o el venderse a componendas políticas y económicas. Esa misma, y no otra, es la grandeza y la tragedia del periodismo actual.
Lo dijo Albert Camús, pero claro, lo dijo cuando no existía Internet: “yo puedo no creerme en posesión de la verdad, pero puedo comprometerme a no mentir”… Éste, como cualquier otro juramento hipocrático profesional, hoy se convierte en un juramente hipocrítico, o sea, de hipócritas. Ahora se miente por interés, por maldad, o por deporte. No solo se ve en las redes, se ve también en las páginas de los periódicos. Con mayor o menor sutileza, pero ahí está. Fake News en supositorios lubricados y lubricantes y tó p´alante… Es el dinero que hay detrás, lo que paga y engrasa conciencias, y a veces mantienen unos periódicos cada vez menos independientes, y cada vez más vencidos y obedientes a la oligarquía del capital y del poder. A éstos, dadles poco pan y mucho circo, que es a lo que les hemos acostumbrado, es la consigna a obedecer…
“Qué cabe en la palabra periodismo (se pregunta el columnista García Montero). El futuro de la democracia, la necesidad de resistir, de defender la propia dignidad. Comprobar los hechos, contarlos, denunciar las mentiras, investigar…” Pues me paece a mí que…