La muerte, como discreta compañera, va pisando en puntillas, silenciosamente, mientras camina a nuestro lado, descontando los días para un inevitable encuentro cara a cara.
¿Por qué no la tenemos más presente, no le tendemos la mano y le damos espacio en nuestras preparaciones? Ese constante eludirla hace que – cuando arremete – nos remezca y nos sorprenda. Especialmente cuando se presenta sin aviso previo, de un momento a otro.
Así ha sido con Luis, sin que siquiera lo sospecháramos, no mediando enfermedad previa, ni accidente que lamentar. Un mareo y ya está, fulminante. Más las horas en coma, los pocos momentos de espera para una partida definitiva.
Para él no hubo dolor, sólo el instante fugaz en el que perdió el conocimiento.
¿Cómo es que la muerte arrebata a un amigo tan vital, con una energía luminosa y poderosa, siempre optimista, trabajando permanentemente, hacedor de tantas diversas cosas, pleno de sentido?
¿Es que su extraordinaria disposición hacia el avance de lo nuevo, su apertura alegre a lo que trasciende, no alcanzó para eludir lo inevitable? ¿O acaso esa maravillosa disposición lo salvó justamente de las penurias innecesarias, catapultándolo sin más hacia otros horizontes?
La muerte acecha en cada recodo y está siempre velando, acompañando nuestro paso, independientemente de qué acciones pongamos en marcha o con cuál actitud las enfrentemos.
Ella, como tránsito hacia otras dimensiones constituye una puerta abierta, de par en par, por la que aventurarnos hacia el radiante pulsar de la Mente, ya liberados de los condicionamientos a los que estamos sometidos.
Todos nosotros nos debatimos ante nuestro destino. Nos encontramos en el mundo durante un tiempo delimitado entre el momento del nacer y el instante final de nuestra propia muerte, que buscamos sortear y evitar, mientras intentamos dar sentido a nuestra existencia. Nacimiento, muerte, tiempo y espacio, son las determinantes que rigen nuestro proceso.
Sin embargo, tan fácilmente lo olvidamos.
¿Tiene que irse un amigo tan querido como para que vayamos asumiendo nuestra frágil y provisoria situación?
La partida de Luis nos vuelve a poner al centro de la vida su inexorable finitud. Así como el valor de la amistad, tan cara para él, de la lealtad, el afecto, la alegría y el profundo amor a la existencia.
Haber tenido el privilegio de conocerlo, de confiar en él y compartir inolvidables momentos, haber construido tantos proyectos juntos, haber reído de nosotros mismos estableciendo una graciosa complicidad.
Su cálida presencia se queda en nuestro corazón, por siempre.