Las crisis en las sociedades humanas son innumerables. Se pueden encontrar en estos eventos históricos situaciones de guerra, hambrunas, pandemias, catástrofes climáticas, conflictos sociales, entre otras. Los efectos de estos acontecimientos generan cicatrices en las personas, por ejemplo, lesiones físicas o traumas psicológicos, y también marcas a nivel social, lo cual se puede observar en pérdidas de miembros de familias o destrucción de infraestructura pública.
En este contexto de amenazas, las personas que sobreviven sufren un cambio obligatorio en su modo de vida, debido a la necesidad de adaptarse a un nuevo escenario, padeciendo transformaciones relevantes que se mantendrán presentes durante el tiempo.
Sin embargo, la memoria personal y social que recuerda los eventos negativos está destinada a un rol secundario, en comparación con desarrollar el nuevo modo de vida en el presente. Esto sucede debido a que las experiencias negativas son desplazadas para dejar espacio a nuevas experiencias, las cuales permitirán la supervivencia de las personas y grupos sociales.
Mantener presente eventos históricos pasados, requiere de un esfuerzo constante por recordar y educar en estos tópicos. De otro modo, se preferirá dejar los riesgos y amenazas pasadas en el olvido, producto del instinto natural de adaptarse y sobrevivir. Este instinto se puede ver obstaculizado con la presencia de emociones y experiencias negativas, que ya no son directamente observables ni urgentes, por lo que se les resta atención a estas situaciones.
Es por esta razón que la pandemia por Covid-19, junto con situaciones tan graves y relevantes como la amenaza nuclear de la guerra fría o la esclavitud de personas en tiempos recientes, quedarán en la misma caja cerrada de recuerdos, sin que se les otorgue a estas memorias un rol prioritario en la vida práctica de las personas, e incluso generando un rechazo a las emociones negativas que se pueden derivar de estos recuerdos, los cuales son anécdotas en comparación con la nueva normalidad.