La idea según la cual es necesario defenderse de la agresión de pueblos de algún modo inciviles, que amenazan al propio mundo, no es una novedad en nuestra historia.
Por ejemplo Roma, luego de haber invadido y ocupado numerosos territorios, necesitaba protegerse de los pueblos que no querían someterse a su poder. Así nació la idea del “bárbaro”. Una cosa era el hombre romano, civil y humano, otra, bien diferente, era el hombre bárbaro, pensado casi como un animal salvaje, no humano. Esta ideología era tan fuerte que muchos historiadores nos han contado que la caída del Imperio Romano de Occidente sucedió por culpa de los bárbaros y sus invasiones. No escribían casi nada acerca de las dinámicas al interior del Imperio Romano, de la implosión de un sistema que, con todas sus contradicciones, había seguido su curso – como en la historia sucedió a todos los imperios que, alcanzada una cumbre, se encaminaron luego inexorablemente hacia su ocaso.
Hoy esta narración se repite y según la mayoría de los gobiernos “occidentales” la OTAN puede y debe cumplir este rol de defensa y protección de nuestro mundo. No ponemos en discusión la necesidad de estar preparados ante eventuales agresiones y es auspiciosa una alianza entre Estados que realmente quieran una política de defensa orientada hacia la resolución no armada de los conflictos, pero nos preguntamos si sea la OTAN la organización que pueda cumplir esta función.
De hecho, la OTAN a través de los años ha cambiado su doctrina y hoy no tiene ninguna función de defensa; lo ha demostrado por ejemplo en las guerras en la ex-Yugoslavia, en Libia y en Afganistán. Lo está demostrando hoy en Ucrania, donde más allá de las declaraciones no ha movido siquiera un dedo para encontrar una solución diplomática al conflicto. Al contrario, se hizo todo para echar nafta al fuego.
Hoy la OTAN, esencialmente controlada por Estados Unidos, es el brazo armado de ese capital financiero que ya no está en condiciones de competir respetando las reglas de juego con las llamadas potencias emergentes y no encuentra otra respuesta a su crisis que fomentar la guerra.
Y como el Imperio Romano, teniendo que encontrar un enemigo externo para crear cohesión interna y justificar las continuas guerras creó al “Homo Barbaricus”, así hoy la narración habla de países agresivos y no democráticos, países “canallas” que ponen en riesgo los valores mismos del mundo occidental.
Con esto no se pretende decir que los “otros” sean buena gente y ejemplos a imitar, como seguramente no lo eran los Hunos en aquella época lejana. Se quiere decir que el sistema es uno en todo el mundo, aún cuando existen grandes diferencias en los detalles. En todos lados, pocas personas controlan realmente al conjunto social, los medios de producción, los medios de información y la política, y para sus intereses “usan” a las personas como cosas, como peones de ajedrez, poniendo unos contra otros.
En nuestros lugares ocurre la misma cosa que sucede en otras latitudes: se le hace creer al ciudadano que está viviendo en el mejor de los mundos posible y que su mundo está amenazado por otros pueblos que lo quieren agredir económicamente, políticamente y también militarmente. De hecho, una persona que vive en Roma, en Moscú o en Nueva York no tiene poder real alguno para cambiar el mundo en el que vive.
La humanidad es una en todo el mundo y el verdadero enemigo, el anti-humanismo, es el mismo en todo el mundo, aunque se manifieste con fachadas diversas.
Un verdadero cambio comenzará cuando se comprenda que el enemigo no es el “otro”, sino un mismo sistema que considera al ser humano como un objeto para usar, un engranaje de un proceso productivo controlado por pocos, una máquina biológica que nace, trabaja y muere, un ser sin libertad y sin ningún horizonte espiritual.
En este contexto, la OTAN representa el oscurantismo que impide este cambio profundo, este camino hacia el despertar de la conciencia, hacia la libertad y la humanización de la vida.
Como decía Silo, los problemas y las contradicciones, tanto personales como sociales, se resuelven solo comprendiéndolos en su última raíz y no buscando falsas soluciones.