En estos últimos meses cuesta mucho hacer análisis equilibrados y proyectar los acontecimientos, ya que hay que reconocer que con toda nuestra arrogancia y una supuesta comprensión de la lógica del absurdo ucraniano-ruso, no supimos pronosticar absolutamente nada. Negamos ver lo que temíamos tanto, como nuestra conciencia suele negar nuestra mortalidad, negamos reconocer lo inevitable de esta guerra. Estamos descubriendo lo más duro de las guerras civiles, lo que calla la literatura: las muertes más dolorosas a veces no son las de los que están más cerca, sino las de esos ex amigos, que por la locura de las circunstancias, quedaron en la trinchera de enfrente, y con quienes ya no habrá reconciliación, ni futuros chistes sobre estos tiempos de locura.
También cuesta mucho ser pacifista; odiando al odio y a la guerra, no es difícil entender que la actual carnicería en el corazón de la ex Unión Soviética no es producto de ningún odio, sino de puro cálculo político y de un profesional trabajo mediático, generoso en repartir creencias medievales y muy pobre en cualquier expresión racional. Me parece hipócrita hablar de la esperanza de paz y desear éxitos a las negociaciones, cuando el interlocutor no existe. Ucrania desde hace 8 años, es una base de la OTAN y del paramilitarismo, y siempre usó todos los acuerdos con Rusia y las repúblicas rebeldes de Donbass para acumular fuerzas, armarse, reprimir la disidencia interna y seguir provocando a sus vecinos. Si Rusia se detiene o retrocede, pierde la guerra. Si los gobiernos europeos dejan de apoyar al gobierno de Ucrania y permiten su caída, abriendo la posibilidad de la unificación política, económica y militar de los tres estados eslavos de la ex URSS, la OTAN tendrá que reconocer su derrota, lo que anularía las nuevas ambiciones imperiales de los EEUU, enterrando para siempre su sueño de destruir a China.
Estoy en Moscú y mi ex compañera de trabajo en un programa de la televisión ucraniana, que teníamos antes de la guerra, está refugiada en Alemania con su hija. Su hermano menor, de solo 19 años, fue voluntario ucraniano y murió en los combates en Mariúpol. Cuando empezó la guerra, en los primeros días, él dejó sus poemas y su guitarra y se inscribió como voluntario en un batallón nacionalista. Actuó como sentía su deber, tal como les enseñaron a los jóvenes ucranianos durante los últimos 8 años, con los lemas anti-rusos y anticomunistas. Son los batallones nacionalistas los que cometen los crímenes más atroces en esta guerra. Sus mandos políticos, bien preparados ideológicamente, son comisarios nazis a cargo de las tropas ucranianas. Cumplen ordenes de Washington y de Londres. ¿Ese muchacho era un nazi? ¿Qué podría decir a su hermana? ¿De qué le servirán mis palabras o mi silencio? Ahora ella está promoviendo en las redes sociales a los grupos nazis ucranianos que para ella son los “héroes de la patria”. Sus padres viven en Crimea, siempre se sintieron rusos y al lado del ícono ortodoxo tenían un retrato de Putin recortado de una revista.
…Y en las trincheras contrarias los soldados rusos y ucranianos escuchan las mismas canciones…
Rusia como nunca, está llena de contradicciones. Sabemos que los orígenes del gobierno de Putin no son diferentes de los del gobierno ucraniano y que después del triste desenlace del fraude llamado Perestroika, lo que más buscó Rusia fue integrarse al mundo occidental capitalista, solicitó entrar a la OTAN, aceptó roles secundarios para evitar el conflicto, se quedó callada por décadas frente a la expansión de la OTAN y su permanente trato denigrante de los medios occidentales. El punto de inflexión llegó con el golpe de estado en Ucrania, cuando Occidente llevó al poder a las fuerzas de la ultraderecha, radicalmente anti-rusas, que frente al desacuerdo masivo de la población de sus regiones orientales, fronterizas con Rusia y culturalmente mucho más cercanas a Rusia, que a Ucrania occidental que ahora mandaba, decidió empezar un operativo militar con bombardeos en las ciudades de su propio país.
Frente a eso, Rusia apoyó económica y militarmente los territorios ucranianos que se proclamaron repúblicas independientes y recuperó la península de Crimea, en donde la población siempre se sintió más rusa que ucraniana. Aunque hoy Ucrania reclame tanto la devolución de Crimea, durante los años en que formó parte del país, estuvo en un total abandono por parte del poder central y en ese momento del 2014, estaba amenazada por bandas armadas nacionalistas que prometían “enviar a Crimea los trenes de la amistad” (una expresión sarcástica que significaba el envío de matones paramilitares). También en Crimea está la base naval rusa más importante con acceso al Mediterráneo, que en ese momento, de una creciente actividad bélica de la OTAN en la región, era un factor importantísimo. Parece que en este periodo, el gobierno ruso empezó a entender que no tenía en la Unión Europea amigos ni aliados y que Rusia sola, tendría que defender sus intereses como pudiera.
Cuando el ejército ruso atacó las instalaciones militares ucranianas, el 24 de febrero, parece que en esos primeros días hubo una absurda esperanza de evitar el enfrentamiento entre las tropas… cuesta creerlo, pero parece que los dirigentes rusos, pensaban que el ejército ucraniano iba a derrotar al gobierno títere de Zelensky, declarar fuera de la ley a los grupos nazis y expulsar del país a los asesores norteamericanos y de la OTAN, lo que de inmediato pararía la operación militar rusa. La mayoría de rusos quedaron consternados con la noticia. Casi todos tienen aquí familiares o por lo menos amigos cercanos en este vecino país tan cercano a Rusia mental y culturalmente. Muchos de ellos se apuraron a escribirles a los ucranianos que estaban mal, que les dolía, que no apoyaban la guerra, que los que la decidieron estaban locos. Y como respuesta, muchos de ellos, recibieron fotos de los cadáveres de los soldados rusos mutilados e insultos anti-rusos de todo tipo. Esto hizo cambiar el ánimo de muchos.
En la primera semana de la guerra, miles de personas en Rusia salieron a protestar. Fueron detenidos cerca de 3.500 en todo el país, pero después de breves interrogatorios, los soltaban. Occidente esperaba una explosión de protestas y la represión brutal. Las protestas se promovían por todas las redes y pantallas, entrando a internet desde Rusia, desde las primeras horas de la guerra, se veía una campaña antibelicista más planeada y más financiada que nunca. El gobierno ruso aprobó leyes draconianas contra todos los que difundieran los “fake news sobre nuestro ejército”, pero jamás las aplicó. “La rigurosidad de las leyes se compensa con la no obligatoriedad de su cumplimiento”, dicen los rusos. Las brutales sanciones económicas y la aún más brutal campaña mundial contra la cultura rusa, definitivamente, unieron a la mayoría de los rusos en contra de Occidente.
El ejercito ruso sigue avanzando lentamente. Tratan de evitar los enfrentamientos urbanos, atacando solo los objetivos militares, pero las armas no tienen inteligencia ni piedad y hay muchas víctimas civiles. También mueren a diario entre 300 y 500 militares ucranianos. El ejército ucraniano, retrocediendo, responde indiscriminadamente disparando por los barrios residenciales de Donetsk y las ciudades tomadas por las tropas rusas, dejando cada día solo víctimas civiles que desde el 2014 no interesan a la prensa occidental. El valor del apoyo militar que obtuvo Ucrania de Occidente, pronto superará la cifra de todo el presupuesto militar ruso. En el hipotético caso del triunfo militar de Ucrania, esto significa una deuda impagable, con intereses millonarios hasta el final de los tiempos.
En Rusia, entre civiles y militares rondan miles de preguntas. Da la impresión que una buena parte del gobierno tiene las mismas. ¿Cómo un gobierno, que hace tan poco se sentía parte del mundo occidental, puede pretender ganar una guerra contra el sistema que decidió destruirlo? ¿El profundo cambio social que necesita Rusia puede ser apoyado por lo menos por una parte de su gobierno? ¿Si el gobierno es definitivamente incapaz, quién se haría cargo, en un pueblo de valores tan comunitarios todavía, pero sin ninguna organización social?
Hace pocos días se produjo un intercambio de prisioneros de guerra. Entre los que fueron devueltos a Ucrania, hubo varios miembros del batallón nazi Azov. Antes, varios personeros del gobierno ruso muchas veces aseguraron que TODOS los miembros de las organizaciones militares de la ultraderecha serían juzgados y a diferencia de los simples militares, ninguno de ellos sería intercambiado. Esto generó una enorme molestia en el mundo civil y militar ruso y fuertes críticas hacia el gobierno, que ya post-factum, con la acostumbrada torpeza se justificó diciendo que los combatientes de Azov intercambiados fueron investigados, que no cometieron ningún crimen contra la población civil y que además todos están en muy mal estado de salud, amputados e imposibilitados de volver al combate.
Un informe oficial dice que un 95% de los ex prisioneros militares rusos fueron torturados con electricidad por los ucranianos. En general, la torpeza y la ineptitud de la propaganda oficial rusa frente a la eficiente guerra mundial informativa, es uno de los enigmas de estos tiempos. La guerra mediática en Rusia la llevan los voluntarios, blogueros y los militares, mientras los voceros del gobierno dicen incoherencias que rápidamente se convierten en memes. Así, cuando bajo el fuego de las nuevas instalaciones de la artillería recién entregada a Ucrania por Francia, las tropas rusas tuvieron que abandonar una isla en el Mar Negro, el ministerio de defensa dijo, que Rusia lo hizo “como gesto de buena voluntad”. Si todo en Rusia se hiciera igual que la guerra mediática oficial, el país seguramente ya no existiría.
Mientas tanto, desde Ucrania, siguen llegando las noticias terribles. Las fuerzas de la inteligencia y los grupos paramilitares siguen buscando al enemigo interno. Hay miles de prisioneros, torturas y cientos de ejecuciones extraoficiales de los civiles. Los ex militantes de la izquierda, prohibida desde hace tiempo, se apresuran a denunciar a sus ex compañeros para merecer el perdón. De los programas escolares fue sacada la literatura rusa y las canciones en ruso están prohibidas legalmente en toda Ucrania, aunque el 70% del país habla ruso como idioma natal. En todo el país, siguen demoliendo todos los monumentos soviéticos y dedicados a los personajes rusos. Se aprobó una nueva ley que permite al Estado expropiar todos los bienes a las personas sospechosas por “apoyar al agresor”. En una pequeña ciudad del norte, detuvieron a toda la organización de jóvenes escritores, acusándolos de ser agentes del Kremlin, ya que escribían solo en ruso y nada patriótico.
Un amigo cercano, poeta y editor, que nunca estuvo involucrado en temas políticos, me llamó hace poco desde un tercer país: su departamento en Kiev fue allanado por los servicios de seguridad del Estado y él fue acusado de traición a la patria por representar a “una cultura enemiga” y “al mundo ruso”. Con solo lo que llevaba puesto, él subió a su automóvil y salió del país. Tuvo suerte, pudo salir ya que tenía un certificado médico de invalidez, porque los hombres hasta los 60 no pueden abandonar Ucrania. No revela más detalles, pues en Ucrania le quedan hijos y nietos. De primera mano conozco decenas de estas historias y no todas con final feliz.
Como hay tantas bajas, en el frente se necesita cada vez más carne de cañón, y las autoridades siguen cazando a jóvenes y no tan jóvenes. Ayer en una playa de Kiev, la policía entregó a un muchacho que tomaba el sol, una orden para reclutarse al ejército. Él se tiró al río y se salvó nadando.