Si uno se toma el trabajo de revisar la historia, descubre que siempre hemos sido así: se trata de un apocalipsis, o fin de los tiempos, evitable, aunque no sea fácil o simple hacerlo, sino que poniéndose a trabajar con esa meta podría desviarse el vector que nos lleva directo al precipicio.
por Aram Aharonian
Jugar al apocalipsis, como lo hace un católico practicante como el presidente estadounidense Joe Biden cuando amenaza con la posibilidad de una tercera guerra mundial, que quizá sea la tercera pero seguramente también la última, no es un juego nuevo: las predicciones de que el apocalipsis está a la vuelta de la esquina se han sucedido a lo largo de la historia y siempre han servido para movilizar y sobre todo manipular a la gente.
La directora gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI), Kristalina Georgieva, dijo que el panorama de la economía mundial se ha “oscurecido significativamente” desde abril y que no puede descartar una posible recesión mundial el próximo año. No sorprendió que nos notificaran que este 2022 fuera duro, pero sí que “quizá 2023 será aún más duro. Los riesgos de una recesión aumentaron para 2023”, añadió la búlgara.
Levantamientos populares y/o gobernantes que renuncian, en naciones tan distantes como Sri Lanka, Reino Unido y Ecuador, con el trasfondo común de la inestabilidad política que se disparó con el aumento en los precios de la energía. Pero lo interesante es observar cómo los estados reaccionan.
De Ripley: un “oso malvado” como Vladimir Putin coincide con el “sofisticado demócrata” francés Emmanuel Macron: mientras Moscú estatizaba el proyecto gasífero más grande del mundo (Sakhalin-2), París anunciaba la nacionalización total de la empresa de electricidad francesa (EDF). Claro, como no podía ser de otro modo, Jair Bolsonaro envió al Congreso el proyecto de ley para privatizar las enormes reservas del Presal, luego de hacerlo con la estatal Petrobras.
Pese a que Japón cuenta con la política de control de armas más rigurosa del mundo, Tetsuya Yamagami, de 41 años usó un increíble artefacto casero para balear –y matar- al exprimer ministro de Japón Shinzo Abe, la principal figura de la política nipona en el siglo XXI, que gobernó entre 2012 y 2020, mientras hablaba en un pequeño acto de campaña en la ciudad de Nara.
Parece que los estrategas EEUU y de la OTAN no conocían la teoría del búmerang. La guerra económica que mediante sanciones de todo tipo desataron contra Rusia ya hasta resulta contraproducente: se la quiere castigar pero son los europeos quienes acaban pagando más por todo, pues las subidas de la energía eléctrica y la gasolina repercuten negativamente en una inflación que se extiende a todos los ámbitos y países. El petróleo y el gas natural que usan para generar electricidad, viene en buena parte de Rusia.
Mientras, resurgen los nacionalismos y la ultraderecha fascista, desde el nacionalismo “imperial” de Vladmir Putin en Rusia al de los del Frente Nacional francés, el Partido Popular Danés, el Partido Popular Suizo, los Demócratas de Suecia, la Concentración Popular Ortodoxa griega, el UKIP británico, y Vox español, grupos que incluyen el neofascismo, el neonazismo, la derecha alternativa, el supremacismo blanco y otras ideologías u organizaciones que presentan aspectos xenófobos, racistas, homófobos, machistas, teocráticos o reaccionarios.
Unos quieren destruir, otros tratan de evitarlo
Todos (o al menos casi todos) los medios hegemónicos nos vienen preparando. El guión es el mismo y lo repiten diarios “serios” como Le Monde, Der Spiegel, The Guardian, Washington Post o The New York Times, que insisten en que la incursión rusa a Ucrania constituye un evento histórico que tiene el potencial de acelerar transformaciones estructurales en el sistema de relaciones internacionales.
El futuro no constituye enigma alguno y cualquier serie distópica acierta en sus pronósticos. Desde que la imaginación política ya no puede concebir una sociedad poscapitalista y de un modo veraz, dar cuenta de la salida de ese orden de dominación, el mundo solo parece dividirse entre los que aceleran la destrucción y los que intentan prevenirla, sostiene el argentino Jorge Alemán. Paren el mundo, me quiero bajar.
Aquellos que mantienen una actitud preventiva frente a la catástrofe potencial en la que vivimos, van perdiendo la batalla frente a los que aceleran la catástrofe. Así como la pandemia no frenó la deriva capitalista, ahora la guerra es el nuevo escenario, que logra mimetizarse con el propio capitalismo. Por primera vez el mundo se involucra con algo del que se desconoce su límite: no se sabe ni a dónde conduce ni cuál es su final, añade.
Todos coinciden que la humanidad sufre la confluencia de crisis y pandemias que configuran una situación de caos o colapso de la vida en el planeta: eso ya parece fuera de discusión. También en que las clases dominantes hacen su juego para seguir en su lugar de privilegio y que los políticos usan todas sus artimañas para no perder su espacio de poder.
Eso no significa que se vean grandes reacciones de los sectores más afectados por el colapso en curso. El verso de la democracia y el progreso anestesió por décadas a mucha gente que aún cree (o prefiere creer) que el Estado o los políticos los van a salvar, o que el dinero de los multimillonarios servirá en el colapso.
Si uno se toma el trabajo de revisar la historia, descubre que siempre hemos sido así: se trata de un apocalipsis, o fin de los tiempos, evitable, aunque no sea fácil o simple hacerlo, sino que poniéndose a trabajar con esa meta podría desviarse el vector que nos lleva directo al precipicio.
Lo que muestran las recientes cumbre del G7 y de la OTAN –signadas por sonrisas y abrazos, algunas al estilo borracho en pub, como los del inglés Boris Johnson- es el espíritu de época que están marcando, de enfrentamiento, guerrerista, que no vacila en sacrificar incluso el bienestar de sus propios pueblos en aras de lo que en última instancia importa, la prevalencia de unos sobre otros, dice Rafael Cuevas.
Existe una estrategia largamente probada por los de arriba para rediseñar el mundo desde el precolapso: el militarismo y la guerra. Las nuevas tecnologías ofrecen a los que tienen el mando una amplitud de poder sin precedente. Lástima que se favorece cada vez más obscenas ganancias de las grandes compañías, como las de las trasnacionales del petróleo y la industria armamentista, que ya no se da abasto.
Mientras, los polos se derriten y sube el nivel de los mares, se repiten los discursos sobre la necesidad de fuentes de energía alternativas a las fósiles, la necesidad de salvar la Amazonia luego de haber terminado con los bosques europeos. Sí, mientras en su país se prohíbe el aborto, se siguen matando entre ellos, Estados Unidos despliega su poderío militar en el este europeo, y Joe Biden se atreve a hablar del cambio climático
Mientras quieren acallar definitivamente a Julian Assange y las revelaciones de Wikileaks sobre los horrendos crímenes de guerra, nos quieren convencer de que el pronóstico del mundo es gris y pesimista. Algunos hablan de recesión, otros de depresión, y otros más de estanflación, pero todos llegan a la misma conclusión: si el 2022 fue difícil, ya verán lo que será el 2023.
No escribo esta nota para asustar a la gente, pero lo cierto es que EEUU, Rusia y China, armados con dispositivos químicos, biológicos y suficientes ojivas nucleares y termonucleares, tienen la capacidad destructiva de transformar al planeta en el campo de batalla de la Tercera Guerra Mundial (TGM), la cual sería la terminal, por lo cual es imprescindible el diálogo con atención a nudos geoestratégicos, empezando en Ucrania y Taiwán.
Cuando están en alerta máxima (hair trigger) los riesgosos sistemas balísticos intercontinentales y de otros (Rusia y EU contabilizan el 90 por ciento del arsenal nuclear mundial) pueden devastar la civilización y dejar a la vida en la Tierra en estado calamitoso, en el mejor de los casos, nos recuerda Álvaro Verzi, mientras cientos de millones de personas en este mundo siguen su lucha por el pan y el trabajo.
Las potencias juegan a imponer su hegemonía, y quizá los jóvenes de hoy no sepan de las bombas atómicas lanzadas por EEUU en 1945, en plena posguerra, como advertencia a los militares soviéticos, que fueron los que realmente ganaron la guerra contra Alemania nazi. Los japoneses, 77 años después, aún recuerdan la “solución final” estadounidense sobre Hiroshima y Nagasaki.
Uno pensaba que después de su debacle en Afganistán, EEUU no tenía posibilidad de una nueva aventura militar, en medio de la agudización de la pandemia, la hiperinflación y las inminentes elecciones intermedias de noviembre de 2022, donde no luce nada optimista el Partido Demócrata. Uno debiera aprender a pensar como jerarca estadounidense, porque en el resto del mundo sabemos que es lo mismo un demócrata que un republicano, que sólo piensan en el “America first”.
No hay necesidad de anunciarlas: las “guerras del futuro” no sólo viven en las películas, ya están aquí. Si los actuales conflictos se tornan más hostiles, lo primero que ocurriría serían ataques cibernéticos masivos de ambas partes. Habría intentos de «cegar» al otro destruyendo sus comunicaciones, incluyendo satélites, o incluso cortando los vitales cables submarinos que transmiten datos. Sí, también los datos de nuestros países.
China está previéndolo: creó una nueva agencia llamada Fuerza de Apoyo Estratégico que se concentra en el espacio, la guerra electrónica y las capacidades cibernéticas», advirtió Meia Nouwens, investigadora del Instituto Internacional para Estudios Estratégicos.
A uno le enseñaron que la economía trata las relaciones entre las cosas, y de la forma en que los seres humanos ingresan en estas relaciones, pero se parece más a las ciencias de la comunicación o al conductismo. Imposible separar en ella los problemas que formula el lenguaje utilizado que expresa hoy un duelo anticipado, o al menos se intenta atemorizarnos a todos bajo la consigna de sálvese quien pueda, si es que puede. Juguemos al apocalipsis, mientras las bombas atómicas no estallan. Apocalipsis, ¿estás?
La insostenible dependencia de Estados Unidos para el comercio y la inversión, así como el Brexit (la salida del Reino Unido de la Unión Europea), condujeron a la progresiva integración de los países europeos con los mercados energéticos rusos y a una mayor aceptación de las oportunidades de inversión de China y de su capacidad de producción, recuerda el historiador indio Vijay Prashad.
Estados Unidos y sus aliados euroccidentales pretenden seguir siendo hegemónicos y debilitar a China y a Rusia, construyendo una nueva cortina de hierro (o acero) que aisle a estos dos países. Cualquiera de los enfoques puede derivar en un conflicto suicida.
Puede resultar extraño que Biden haya afirmado no desear una guerra nuclear con Rusia, mientras alimenta la hoguera nuclear con su financiamiento de 56 mil millones de dólares a Ucrania, el país más corrupto de Europa. Su presidente, el comediante Volodímir Zelensky, denunciado en los Pandora Papers, tiene una casa de ocho millones de dólares en Israel y una villa de 34 millones en Miami (no en Kiev, claro).
El mexicano Alfredo Jalife dice que asistimos a una tercera «guerra de 30 años» en Ucrania –la primera se libró en Europa central entre católicos y protestantes entre1618-1648 y la segunda en el intermezzo de la primera y segunda Guerras Mundiales-, traduce una «guerra indirecta» entre EEUU y Rusia que en cualquier momento puede degenerar en una guerra nuclear.
La neoconservadora húngaro-estadounidense Evelyn Farkas no teme una guerra nuclear con tal de preservar el «orden internacional de la OTAN. «No pienso que debamos de ser disuadidos por el temor de que [Vladimir Putin] utilizará armas nucleares. No podemos descartarlo, pero también pienso en el objetivo que tenemos ahora, con los riesgos tan altos. No es sólo sobre Ucrania. Es sobre el orden internacional».
Cambia, todo cambia… y ya ha cambiado. Desde la tecnología, la educación, la guerra, la comunicación… Sólo una misteriosa cifra se ha mantenido constante e invariable: las ocho horas de la jornada de trabajo. No fue un sindicalista furioso, ni un economista radical, sino el megaempresario mexicano Carlos Slim el que sugirió cómo evitar las recesiones de otra manera simple y radical: reducir la jornada de trabajo a tres días a la semana y aumentar la edad de retiro a 75 años.
No es que don Carlos anduviera pasado de copas. Alemania y Francia adoptaron ya en algunas industrias la primera parte de la propuesta con bastante éxito y anuncian que la segunda parte ya está en camino. Es cierto que las expectativas de vida se han alargado en las últimas dos décadas, mientras crecen y crecen las cifras de desocupados, subocupados, informales, esclavos…
El fracaso capitalista
El mundo capitalista mundial ha crecido en los últimos 11 años a un ritmo de 1.9 por ciento, demasiado poco en términos del crecimiento de la población y de las necesidades actuales, pero no podemos olvidar que en ese lapso hemos asistido a dos recesiones y una depresión y nos están preparando sicológicamente para la que viene, que aún no tiene nombre.
Ese mismo andamiaje separa a China de estas consideraciones, por el simple hecho de que es el único país que ha crecido de manera permanente con la estrategia exactamente opuesta: una política industrial destinada a ampliar las oportunidades de trabajo y orientada, en su mayor parte, al mercado interno. ¿Hay alguien que quiera aprender?
El mundo que conocimos ha desaparecido, o va desapareciendo -real y virtualmente-, sin darnos cuenta siquiera, llevados a preocuparnos quizá por el Mundial de Fútbol, la próxima serie de Netflix o cómo hacer para llegar a fin de mes sin perder en el intento. Ese mañana ya llegó (y no es el que nos prometieron los de arriba). La inercia nos impide reaccionar al colapso, explica Raúl Zibechi.
Y como decía Carlos Marx, el capitalismo colapsará del mismo modo que nació: chorreando sangre y lodo por todos sus poros. Y en ese colapso caeremos aquellos que no tuvimos la capacidad de juntarnos, y crear nuevas formas de organización, colectivas, precisamente de cara a la realidad y lo que vendrá. Pero una cosa es que colapse el capitalismo y otra que colapse el mundo, el casi octogenario Biden mediante.
Hace tres décadas, el presidente cubano Fidel Castro dio su esperado discurso en Rio, en la primera Cumbre de la Tierra. Si se quiere salvar a la humanidad de la autodestrucción, hay que distribuir mejor las riquezas y tecnologías disponibles en el planeta. Menos lujo y menos despilfarro en unos pocos países para que haya menos pobreza y menos hambre en gran parte de la Tierra, dijo.
No más transferencias al Tercer Mundo de estilos de vida y hábitos de consumo que arruinan el medio ambiente. Hágase más racional la vida humana. Aplíquese un orden económico internacional justo. Utilícese toda la ciencia necesaria para un desarrollo sostenido sin contaminación. Páguese la deuda ecológica y no la deuda externa. Desaparezca el hambre y no el hombre, dijo Fidel en junio de 1992, hace 30 años.
Ahora, permanentemente nos insuflan miedo, nos venden terror, con el fin de paralizarnos. Si no hay mañana, no haría falta cambiar el ahora y menos aún luchar por un futuro distinto. Nos prometen el paraíso si nos portamos bien (con el poder) o el infierno si nos rebelamos.
Dicen que Albert Einstein dijo alguna vez que la locura consistía en repetir siempre lo mismo creyendo que se podría llegar a resultados distintos. Hoy, repetir la misma fórmula, podría acabar en tragedia… e incluso acabar con aquello que –cariñosamente- se nos da en llamar Planeta Tierra.