Ser madre es uno de los mandatos sociales más antiguos y más patriarcalmente definido y configurado a través de diversas Instituciones, quienes conforman la empresa colonial, entre ellas la religión, la educación, la salud, las leyes, la economía, por mencionar algunas.
Por Karla Ivonne Mijangos Fuentes
En esta traducción moral y romántica de la maternidad, las mujeres no tuvieron la opción de decidir si o no maternar. En este escenario, a pesar de que muchas mujeres no desearon ser madres, las propias leyes sociales de convivencia moral y de no exclusión, las obligaron a aceptar la maternidad con todos sus preceptos individualistas del cuidado.
A partir de esta construcción social de la maternidad, las mujeres no solo tienen el papel fundamental del autocuidado durante el embarazo, el parto y el puerperio, además se añade a su rol, el cuidado exclusivo del hijo/a, del hogar y de toda la familia. En este sentido, ser madre es comprometerse amorosa, exclusiva y abnegadamente a la prescripción social que les precede desde que nacen como mujeres.
Cabe mencionar que el rol exclusivo de lo doméstico, fue configurado a partir de la mujer medieval, aquella mujer blanca y burguesa que tenía los privilegios para dedicarse a dicha labor, por consiguiente, la actividad laboral no estaba contemplada entre sus roles femeninos. No obstante, cuando hacemos la traducción de este rol a las mujeres de México y de todo el territorio del Abya Yala, el trabajo remunerado deja de ser una actividad opcional y se convierte en una función obligatoria y, por demás, necesaria para subsistir.
Tal como refiere Karina Ochoa, la feminización del indígena afectó en mayor porcentaje a las mujeres colonizadas, porque ellas perdieron la categorización femenina de la mujer burguesa y, asumieron la esclavitud y sobreexplotación de sus cuerpos para el trabajo sin ser remuneradas en igualdad y equidad como a los hombres colonizados.
Así, las mujeres mexicanas que son madres tuvieron que insertarse en el mercado laboral en condiciones más adversas que el resto de las personas, pues tienen que combinar la crianza de los hijos y los quehaceres domésticos con sus actividades laborales (Inmujeres, 2016). En este tenor, la conciliación entre lo laboral, lo personal y lo social se convierte en una utopía que se traduce en culpa, autosacrificio y despersonalización de las madres trabajadoras.
A partir de esta ultima idea, se habla del trabajo como culpa porque muchas de las mujeres son madres autosuficientes, es decir, no cuentan con el apoyo económico y de acompañamiento del padre en la crianza de sus hijos/as, por tanto, la culpa se carga sobre sus cuerpos porque al ser trabajadoras, ya no pueden cumplir con los estereotipos sociales de maternidad, mismos que son castigados y cercenados por una sociedad patriarcal y androcéntrica.
En esta dirección, las estadísticas difundidas por Inmujeres (2016) refiere que, cuando una mujer tiene de uno a dos hijas/os, 49.6% participa en el mercado laboral, cifras que disminuyen conforme aumenta su número de hijos. Y dado que, en gran parte del territorio mexicano, a las mujeres no se les permite decidir sobre su cuerpo y el número de hijas/os deseados, ésta no es una opción que tengan al alcance de las manos para facilitar su acceso al mundo del trabajo, por ende, la pobreza femenina aumenta.
Sumado a estos datos, se asume que muchas mujeres que son madres también son menores de edad. Y muchas de ellas tienen hijas/os que son productos de violaciones y embarazos forzados. En este contexto, crece la pobreza de las mujeres porque debido a la edad, legalmente no pueden acceder a trabajos formales y mejor remunerados, por ende, tampoco gozan de prestaciones y horarios que se concatenen con su rol de madre y cuidados.
Es así que, el panorama entre la crianza de los hijos y el mantenimiento económico del hogar y de toda la familia, van complejizando la situación de las mujeres en México. Por ejemplo, cuatro de cada diez mujeres de 25 a 49 años de edad (40.9%) que participan de una actividad económica en el mercado laboral, tienen hijas/os menores de 3 años. Sin embargo, Ocho de cada diez mujeres ocupadas con al menos un hijo (80.6%), carece de acceso a servicios de guardería.
En este tenor, el cuidado de los hijos/as menores de edad se convierte en una responsabilidad y resolución exclusiva de las madres de dichos menores, quienes también son responsables de la manutención de la familia y del hogar. Así, pareciera ser que las madres deberán tomar la decisión sobre uno de los roles posibles, porque el abandono de uno de ellos, le traerá complicaciones graves, ya sea a nivel económico o emocional respectivamente.
Las cifras van causando mayor conmoción, conforme se van interseccionando los datos por características demográficas, de raza, etnia, clase social, escolaridad, ocupación y demás categorías en las que se circunscriben las mujeres. Para el caso del número de horas trabajadas, 37.8% labora menos de 35 horas semanales (jornada parcial), a diferencia de las mujeres sin hijos, en que 30.5% cubre una jornada laboral parcial, por tanto, una de cada cuatro de las madres ocupadas gana hasta un salario mínimo (24.5%) Inmujeres, 2016.
A partir de estos datos, se lee que para acceder a un mejor sueldo y a algunas prestaciones, como es el caso del seguro social, las madres deben destinar mayor tiempo para la actividad laboral o, por el contrario, permitirse más de dos trabajos para que pueda mantener su hogar sin tantas dificultades, así como el ingreso a una actividad laboral que le facilite el acceso a un seguro de salud.
Otra de las cifras que nos parece pertinente tomar de Inmujeres (2016) es que, 2.2 millones de madres solteras ocupadas de 15 años y más, casi la mitad de ellas (44.1%) no recibe prestaciones por su trabajo; incluso en el caso de las subordinadas, es decir, las que trabajan para una unidad económica en la que dependen de un patrón, 29.8% no cuenta con prestaciones laborales.
Principalmente estos datos hablan sobre una brecha y camino de desigualdad entre las madres solteras y trabajadoras de México, porque éstas al no recibir las prestaciones suficientes, las tienen que buscar a través del sector privado o, en su defecto, vivir sin dichos beneficios, como es el caso para muchas mujeres mexicanas, empero, esto aumenta su vulnerabilidad a la pobreza, a la discriminación, al abandono de su salud, recreación y seguridad.
Y justo hablando de este último término, es el que se suma a la configuración de las desigualdades maternas en México, que se derivan de la descomposición del sistema político, social y jurídico mexicano para salvaguardar la seguridad y una vida libre de violencias para las mujeres y su familia (Piñeiro, 2020).
En este entramado, la falta de seguridad que reclaman las mujeres en México, no solo atraviesa sus cuerpos de mujeres, sino la apertura a una vida libre de violencias para sus hijas/os, porque actualmente, en el hecho de acceder al mercado laboral, las madres deben buscar estrategias para el cuidado de sus hijas/as, por ejemplo, el uso de guarderías, buscar otras cuidadoras o pedir el apoyo a sus familiares para el cuidado de los menores. Sin embargo, los datos no se equivocan cuando hablan sobre los riesgos de exposición de los menores a diversos tipos de violencias, incluyendo la violación, por el solo hecho de permanecer sin el cuidado de sus madres.
En este sentido, hablar de madres trabajadoras en México, es hablar de un reclamo histórico de las mujeres hacia una política de redistribución de los cuidados, porque al desgenerizar y desfamiliarizar el cuidado permitimos que la maternidad y la actividad laboral, no sea un binarismo sobre el que tengan que debatir para la elección de un solo camino, y que al final se culpabilice a las mismas por la exclusión de lo opuesto. Por el contrario, una política de cuidados, es asumir que las maternidades son responsabilidad de toda la sociedad.
Como apunta Stiglitz (2010)
“ahora, ya no basta crecer económicamente o mejorar la distribución del ingreso, que los niños y jóvenes asistan a la escuela, que los pisos dejen de ser de tierra, etc., también es necesario ver que estas mejoras en la condición de vida, junto con el resto de las políticas públicas, se traduzcan en bienestar a nivel emocional duradero para la población”.
- Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES). (2016). con base en INEGI-INMUJERES, Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2016. Base de datos. Diponible en: https://www.gob.mx/inmujeres/articulos/las-madres-en-cifras
- Piñeiro, A. (2020). El peligro de ser mujer en México. Centro de investigación en política pública. Disponible en: https://imco.org.mx/el-peligro-de-ser-mujer-en-mexico/
- Stiglitz, J. E., A. Sen y J. P. Fitoussi. (2010). Report by the commission on the measurement of economic performance and social progress. Paris: Commission on the Measurement of Economic Performance and Social Progress.
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