En las afueras del Movistar Arena la gente vivió su euforia en paz. Bajo el aguacero miles de voces repetían la consigna que se logró luego de 100 años de espera y con el respaldo de más de 11 millones de ciudadanos: “Sí se pudo”. Ya empezó a tejerse un nuevo país. A 768 kilómetros de distancia, Ciénaga de Oro tenía el alma vestida de carnaval y las calles iluminadas por la emoción del triunfo.
Gustavo Petro, presidente electo de Colombia, sabe que para cumplir la promesa del cambio y hacer verdad la esperanza debemos ser capaces de tejer una sociedad en paz. Les abrió la puerta a Rodolfo Hernández y a sus más de 10 millones de electores, y dijo que «la oposición liderada por Uribe, por Rodolfo o por Federico será siempre bienvenida en el Palacio de Nariño para dialogar sobre los problemas de Colombia». Aseguró que no utilizará el poder para destruir a sus oponentes y que “en este gobierno que se inicia nunca habrá persecución política ni jurídica”.
Él bien sabe que de no ser así sería imposible lograr el gran acuerdo nacional que “nace para construir los máximos consensos que permitan vivir mejor”; para lograrlo no necesitamos 11 sino 50 millones de colombianos.
Compleja tarea cambiar el sectarismo por la empatía, el escepticismo por la confianza, los inris por el reconocimiento de la diversidad, los dogmas por nuevos aprendizajes. Muchas veces habrá que remar contracorriente, hasta llegar a ese día en que la sociedad sienta genuinamente que Petro no es el enemigo al que es preciso combatir, sino el líder popular que quiere hacer de Colombia un país equitativo, con la bandera del medio ambiente, la integración latinoamericana y el respeto por el disenso, la juventud, las mujeres… ¡por todos!
Son muchos los desafíos: que Petro realmente escuche y congregue el mejor equipo implica ser capaz de conciliar en el disco duro de su gobierno los planteamientos y la experiencia de técnicos y académicos que han sabido en vida propia cómo se hace empresa, cómo se dinamiza la economía y se fortalece el desarrollo. Y que el medio país que no lo acompañó en las urnas, sin renunciar a sus convicciones, reconsidere su torrente de temores y esté dispuesto a comprender que el nuevo presidente no es un destroyer que acabará con las inversiones, la estabilidad y el progreso. Con paciencia y evidencias, habrá que desarmar los espíritus y, de parte y parte, estar dispuestos a oír y razonar.
Aproximarse a la confianza no es dejar de lado la capacidad de crítica, abandonar el disenso o la protesta de palabra o acción pacífica individual o colectiva, cuantas veces sea necesario. Aproximarse a la confianza es la cuota inicial de un país que —por fin— pueda vivir en paz. Paz social, paz alimentaria, paz emocional, paz en “el silencio de los fusiles” y en la voz de la ciudadanía.
Mientras escribo repaso las últimas horas: un Gustavo Petro que lleva más de 30 años trabajando por la paz de Colombia; el brillo de Francia Márquez, con su humildad y fortaleza, siglos de dolor acumulado y una poderosa resiliencia; la llegada de la Guardia Indígena; la mamá de Dilan Cruz; la eterna grandeza de Antanas Mockus, y un Alejandro Gaviria que toda la noche recibió expresiones de gratitud por haber tomado con valentía, cuando era y como era, la decisión de acompañar a Petro.
No juro que Gustavo Petro sea la cura para todos los males de Colombia. Siento, sí, que empezamos a recorrer el camino que nos permitirá construir un país sin miedo. Esa es, queridos lectores, mi percepción y mi respetuosa invitación.