por Pablo Ospina Peralta
Fundada en 1986, la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) ha liderado los levantamientos sociales de las últimas dos décadas y ha mantenido su peso político mediante el movimiento Pachakutik. Pese a sus conflictos internos, y sus apuestas políticas a veces enfrentadas, la entidad matriz del movimiento indígena vuelve a mostrar en estos días su vitalidad y su capacidad para convocar a sectores no indígenas.
En el momento de escribir estas líneas, Ecuador vive el décimo día de un paro nacional que ha evolucionado hasta convertirse en una auténtica rebelión popular, liderado por la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie). Otra vez la Conaie.
La Confederación fue creada en 1986 por la confluencia de una organización regional de pueblos indígenas amazónicos, la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (Confenaie), fundada en 1982, y una organización regional de pueblos indígenas de la Sierra, la Confederación de Pueblos de la Nacionalidad Kichwa del Ecuador/ Ecuarunari, fundada, a su vez, en 1972.
En 1990 la Conaie se convirtió en la convocante de un levantamiento indígena masivo que paralizó el país y que catapultó a la organización para convertirla en la vocera más poderosa y autorizada de los pueblos y nacionalidades indígenas de Ecuador. Desde entonces, sucesivos levantamientos y paros nacionales convocados o liderados por esta entidad matriz del movimiento indígena la convirtieron en el centro de una coalición plebeya que se opuso a las políticas de ajuste estructural neoliberal durante los años 90 y primeros años del nuevo siglo.
Tras la llegada del gobierno de Rafael Correa (2007-2017), la Conaie fue el centro articulador de una oposición de izquierda a la versión ecuatoriana del progresismo, especialmente en temas agrarios, de manejo del agua y en la resistencia al extractivismo. Desde 1996, el movimiento político electoral Pachakutik, fundado y comandado (no sin tensiones) por la Conaie, ha participado exitosamente en elecciones locales de varias provincias amazónicas y de la Sierra y formó coaliciones de izquierda y centroizquierda para participar en elecciones nacionales. Su mejor participación electoral nacional ocurrió en febrero de 2021, luego del levantamiento popular de octubre de 2019, cuando Yaku Pérez Guartambel, su candidato presidencial, se alzó con 20% de los votos y estuvo a punto de pasar a segunda vuelta.
En la actual convocatoria, la Conaie no está sola: ha coordinado sus acciones y declaraciones con dos organizaciones rurales nacionales de base social indígena y campesina, el Consejo de Pueblos y Organizaciones Indígenas Evangélicas del Ecuador (Feine) y la Confederación Nacional de Organizaciones Campesinas, Indígenas y Negras (Fenocin). La primera, como lo señala su nombre, es una organización de indígenas evangélicos, mientras la segunda agrupa a una red de organizaciones rurales que en algunas provincias compite con la Conaie y es de orientación más decididamente campesina. Otras organizaciones populares urbanas han adherido al paro o han convocado movilizaciones paralelas que se conectan con él: el Frente Popular, con base en agrupaciones estudiantiles y de maestros, el Frente Unitario de Trabajadores, de sindicatos obreros, y una multitud de colectivos descentralizados feministas, ambientalistas, cristianos, barriales y estudiantiles. Pero lo que sostiene y anima esa movilización urbana, más dispersa y tardía, es el aliento rural de las comunidades de base de la Conaie. Por eso, obviamente, la rebelión es más intensa donde existen bases organizadas por la entidad indígena y menos fuerte allí donde es más débil, como en la Costa o en varias ciudades andinas, como las sureñas Cuenca o Loja.
Sea cual fuere el desenlace final de esta nueva rebelión popular ecuatoriana, la Conaie emergerá aún más fortalecida. ¿Cómo explicar la pervivencia de más de 30 años de continua capacidad de movilización? El misterio que rodea ese auténtico milagro político y organizativo se vuelve más profundo cuando se recuerdan los continuos conflictos entre dirigentes o las constantes divisiones y tensiones que acompañan cada elección de un nuevo presidente de la organización.
Evidentemente, la Conaie ha sabido interpretar en los dos levantamientos más poderosos del tiempos recientes, el de octubre de 2019 y el actual, la intensidad de la ira y la desesperación popular ante las medidas de ajuste económico, ante la indiferencia gubernamental y ante el descalabro del empleo y la carestía. Pero hay algo más que la sola habilidad para combinar la radicalidad en la movilización social con la capacidad de centrarse en demandas populares más amplias que las exclusivas reivindicaciones sectoriales de los indígenas. De hecho, fue en uno esos los levantamientos contra medidas de ajuste económico similares, en febrero de 2001, donde emergió la consigna acuñada por los manifestantes y que quedó marcada como símbolo y conducta pública de las movilizaciones futuras: «Nada solo para los indios».
Apunto dos razones. En sus 35 años de existencia, la organización nacional opera como una red descentralizada que agrupa no menos de 2.000 organizaciones de base, las comunidades, centros, cabildos o comunas, que operan como gobiernos territoriales. Las estructuras territoriales superiores, que actúan en el nivel provincial, regional y nacional, funcionan como estructuras reivindicativas y de coordinación; pero las estructuras comunitarias operan en una lógica autonomista, esto es, en lugar de centrarse exclusivamente en la reivindicación al Estado, se dedican directamente a resolver problemas locales. Manejan el riego, administran el trabajo de construcción y mantenimiento de la infraestructura, ejecutan proyectos productivos, resuelven conflictos vecinales, ejercen una justicia comunal en casos civiles y penales. Las reivindicaciones o solicitudes al Estado buscan generalmente su aporte, su ayuda o que facilite recursos para iniciativas propias. O, al menos, que no estorbe. No centran su lucha en pedir que el Estado haga en su lugar; sino que buscan mantener con mayor o menor éxito su autonomía para ser gobierno local o participar muy activamente de él. El efecto preciso de semejante configuración organizativa es este: en un tiempo y un país donde la palabra de los políticos y de la política está tan desacreditada, las organizaciones indígenas hablan por sus actos, sus bases reconocen solo a quienes han pasado por ese trajinar organizativo de «hablar haciendo». Está lejos de ser perfecto o armónico, por supuesto, pero es una tendencia claramente discernible de su conflictiva historia organizativa. Y es un elemento crucial de su permanencia y de su continua legitimidad ante las bases.
La estrategia política de la Conaie desde su nacimiento ha sido una continua y conflictiva combinación de formas de lucha: la movilización social y la participación electoral son, por supuesto, las más conocidas. Cualquiera que sea el balance final de ambiciones redobladas, burocratización y caudillismos exacerbados en medio de la continua tensión entre funcionarios electos y dirigentes organizativos, hay un efecto fundamental. La participación institucional (pero también los proyectos de desarrollo) favorece que cientos o incluso miles de intelectuales y profesionales indígenas se mantengan ligados al movimiento social en sus actividades laborales diarias. Y no solo eso: en muchos casos, no en todos, por supuesto, esos intelectuales y profesionales se mantienen parcialmente dependientes de las estructuras organizativas y de la movilización social. Su éxito político depende, en una dinámica variable e inestable, del apoyo de la organización de base. Nada garantiza que sea así siempre y hay casos en que los caudillos se autonomizan y se mantienen solos, basados en su prestigio personal y sus propias redes de poder. Pero el hecho perdura: sin esa combinación de estrategias, las comunidades y organizaciones de base tendrían muchas más dificultades para retener el concurso de una generación de profesionales y cuadros políticos que alimentan, se acercan y fortalecen el funcionamiento organizativo y dependen de él. El centro de parte del futuro organizativo será el balance preciso entre el nivel de dependencia de funcionarios respecto de la organización o, al contrario, cuánto la organización se subordine a los funcionarios.
Es precisamente la fortaleza del tejido organizativo indígena la que sostuvo la movilización social en los inicios de este paro nacional de 2022. Su valiente y asombrosa entrega a la lucha social se contagia en los medios urbanos conforme pasan los días. Desata las fuerzas contenidas de la frustración y la voluntad de los sectores blanco-mestizos más empobrecidos, con los que comparten condiciones de vida similares. El mundo blanco-mestizo acomodado, en cambio, se polariza en contra del mundo popular enardecido y crece el racismo o se manifiesta aquel que permanecía oculto. También es verdad que crecen los hegemonismos en la propia Conaie, porque nadie en el mundo de las organizaciones populares cuenta con una estructura organizativa y de movilización medianamente comparable. Pero la solución al dilema de su hegemonía incontestable no consiste en exigirle una generosidad política desprendida (ha mostrado mucha en sus reivindicaciones incluyentes), sino en construir organizaciones que puedan comparársele.