Hoy mi corazón tiembla de tristeza ante las imágenes de cadáveres amontonados al lado de la valla de Melilla. Nunca pensé que un continente como África, con sus riquezas, con su fauna y su diversidad cultural, iba a pagar el precio del hambre con vidas arrebatadas por la crueldad de quienes actúan impulsados desde el desprecio y la indignidad.

Los refugiados sudaneses que huían de la guerra, atravesaron Chad, Libia, Túnez y Argelia. Buscaban una oportunidad al igual que muchos refugiados que hoy languidecen en medio del hambre y la enfermedad en Yemen, Siria, Libia o Ucrania.

Recuerdo el día que perdí mi casa en la ciudad de Dajla en el Sahara Occidental, fue un momento inolvidable de mi infancia. Argelia entonces nos abrió las fronteras, su Media Luna Roja repartió alimentos y productos de primera necesidad. A los niños y niñas nos llevaban a campamentos de verano, nos acogían en sus escuelas y luego nos educaban al igual que hizo Cuba, país que nos recibió, dándonos la oportunidad de sobrevivir a la guerra  y el refugio.

Los refugiados sudaneses cuyos cadáveres descansan en tumbas anónimas, han sido enterrados con el visto bueno de Marruecos. País que los usa en su pulso fronterizo con España. Los deja mendigar en las montañas, les maltrata e humilla y luego se presenta como el gánster de la seguridad contra las oleadas del hambre. Triste mundo en el que la crueldad supera límites inimaginables. Los sudaneses tenían nombre, familia, ciudad y país. No debieron de ser arrojados al igual que las materias primas que salen en barco desde África. Los caladeros de pesca del Sahara Occidental, Mauritania y Somalia. El uranio de Chad, el petróleo de Sudán y Libia, el coltán de la República del Congo y el fosfato del Sahara Occidental, son las riquezas de un continente que languidece entre la corrupción y el saqueo.

Triste camino de un mundo que se ha olvidado del valor de la vida humana, un mundo que se arroja al  vacío, cuando se muestra indiferente ante la muerte de un africano. Ahora que escribo estas líneas, rodeado de libros e inmerso en un ensayo de una escritora africana que se llama Sylvia Serbin, leo en su libro “Reinas de África”,  la historia de la esclavitud y el racismo. Nos habla de la resistencia de Anne Zinga, Reina de Angola, mujer que luchó contra el colonialismo y consiguió mantener a su pueblo libre durante muchos años.

En este libro nos recuerda que el origen del ser humano está en el valle del Rift en Etiopia, el Australopithecus afarensis Lucy es un ejemplo imborrable de los antepasados de nuestra especie.

Marruecos se ha retratado en esta nueva afrenta con el silencio cómplice de Pedro Sánchez. La nueva relación que se ha cimentado sobre la vulneración del derecho del pueblo saharaui a la autodeterminación, equivale a la violación de las vidas inocentes de jóvenes africanos que huían de la guerra y la miseria. Este parece ser el nuevo acuerdo en materia de inmigración. La Unión Europea lo apoya y la Unión Africana impotente se queda en estado de shock.

Consternado estoy con cada vida que se ha perdido en busca de un camino de esperanza. Si hoy se acoge a los refugiados de Ucrania, el mundo debe dar el mismo trato a los refugiados de África y otros países.

El lingüista y filósofo búlgaro-francés, TzvetanTodorov, dijo: «la inmensa mayoría de los crímenes colectivos fueron cometidos siempre en nombre del bien… Las causas nobles no disculpan los actos innobles».

Cada vida perdida en el Atlántico, en el Mediterráneo, en las vallas de Ceuta y Melilla, es una razón más que ataca nuestra conciencia y nos deja sin argumentos cuando hablamos de derechos humanos y justicia.

 

África llora

la muerte de sus hijos

se revuelve en sus heridas

en la agonía de un joven

herido en los ojos

roto en el cuerpo,

inerte ante una valla

mientras una madre

observa su tumba sin nombre.

 

África tiembla

entre lamentos,

grita en la intemperie

danza la canción primitiva

lucha contra las olas

en un nuevo desafío.

 

África busca un cielo

un lugar sin frontera

donde la bondad

sea la razón de la vida.