Los líderes políticos y militares de las potencias occidentales responsables del caos climático, aseguran que tienen la solución: más vallas, más pinchos, más armamento
Por Gerardo Tecé/ctxt
Leo titulares de prensa que aseguran que la OTAN ha declarado al cambio climático enemigo de primer orden durante la cumbre de Madrid. No puedo evitar entusiasmarme. Por mi mente desfilan, en elegante formación, aviones Eurofighter del Ejército español que se desplazan para bombardear la sede de Endesa, responsable del 10% de las emisiones de CO2 en España. Tanques de Estados Unidos apoyan por tierra la operación coordinada, sitiando en la ciudad de Atlanta a los directivos de Coca-Cola y Nestlé. O salen con las manos en alto o abrirán fuego. Habrá quien critique la brusquedad de la operación militar, pero no hay tiempo que perder cuando la amenaza es, ni más ni menos, la desaparición de la vida tal y como la conocemos, se justificará en rueda de prensa el secretario general de la OTAN.
Me da por echarle un ojo a la noticia y, como suele ocurrir en todas las guerras, la metralla está en la letra pequeña. Resulta que la OTAN no está tan preocupada por el calentamiento del planeta, las catástrofes naturales, las sequías o las hambrunas en sí, sino por un inconveniente derivado de todo lo anterior. El cambio climático podría provocar que millones de seres humanos quisieran huir de sus azotados países de origen viniendo a molestar aquí. Motivo por el cual habría que proteger las fronteras del sur de la Alianza Atlántica con la misma contundencia con la que se protege la frontera con Rusia. Abubakar, joven maliense que en unos años se jugará la vida cruzando África en sandalias para intentar saltar alguna valla rodeada de subcontratas armadas, no es menos peligroso que Putin, declara la Cumbre de Madrid. No hay rival pequeño, que diría Butragueño.
Pongo el Telediario y ahí están los hombrecillos. Tipos minúsculos, disfrazados de estadistas, incapaces de ver la vuelta de la esquina desde su posición. Sacándose fotografías sonrientes, enchaquetados y uniformados con la típica pose de qué sería del mundo sin nosotros. Luciendo autocondecoraciones, los hombrecillos, líderes políticos y militares de las potencias occidentales responsables del caos climático, aseguran que tienen la solución: más vallas, más pinchos, más armamento para protegernos de los seres humanos que huirán del desastre provocado por los propios hombrecillos. Como si las fronteras dibujadas con alambre, en lugar de con valores, pudieran resistir el empuje de la necesidad cuando esta llegue.
Mientras nos gobiernen hombrecillos sin voluntad no habrá nada que hacer en la gran guerra. Una guerra en la que, como en todas, conviene leer la letra pequeña. Al contrario de lo que dicen los grandes titulares, esto no va de que nos estemos cargando el planeta. Pase lo que pase, el planeta seguirá. La duda es si seguiremos nosotros. La naturaleza se rebela, se enfurece y se calienta para expulsarnos de ella como el virus que somos. Es bueno no confundirse. No luchamos por el planeta, sino por la supervivencia de nuestra propia especie. Si la gran guerra va de dejarles un lugar habitable a generaciones de seres humanos a los que no conoceremos, ¿qué esperanza de victoria hay si los hombrecillos preparan pinchos y metralletas para seres humanos a los que sí conocemos?