Ya en pleno desarrollo la Cumbre de la OTAN en Madrid a partir del 29 de Junio, sus detractores suman miles y miles de personas en todo España y en el mundo.
Cabe destacar que España se unió a la OTAN en Mayo de 1982, pocos años después de terminada la dictadura franquista teniendo, según el diario el País, sólo un 18 % de respaldo ciudadano, mientras que un 52% estaba en contra y el 30 % restante no se pronunciaba al respecto. Y solamente en 1997 pasó a pertenecer a la estructura militar de la Alianza Atlántica.
Luego de un progresivo debilitamiento de la OTAN tras sus letales intervenciones en la guerra de los Balcanes y en el conflicto de Libia, le faltaba una inyección de energía que le otorgara fuerza y vigor a su discurso y a su plan de acción. Esa vitamina se la proporcionó el conflicto con Rusia, que se libra en Ucrania.
Todos los países occidentales condenaron unánimemente la intervención militar de Rusia a suelo ucraniano, y ha debido primar la cautela luego de que Putin amenazara con desatar una reacción como nunca antes vista, si la Alianza o alguno de sus miembros osara intervenir en el conflicto. Todo el mundo leyó esto como una clara alusión a desatar un conflicto nuclear, a lo que la humanidad reaccionó horrorizada considerándolo un monstruo peligroso y psicópata. Y es que el líder ruso quiere jugar a ganador en este conflicto y no puede permitirse según él que su antiguo dominio soviético pase a formar parte del enemigo, con bases militares, y tal vez nucleares, incluidas.
La OTAN sin embargo, a través de sus aliados, incluido España, ha enviado armas en un comienzo muy convencionales a Ucrania, pero ahora cada vez más potentes, a un país que sin ser miembro de la Alianza Atlántica, aspira a ser miembro de la Unión Europea, y porque no, en un futuro cercano ser miembro también de la Alianza para protegerse de Rusia, su gran amenaza, y no correr la misma suerte que Crimea.
Esto claramente viola el principio de neutralidad comprometido por Ucrania en los acuerdos de Minsk, pero Ucrania no creía en la reciprocidad de no intervención por parte de Rusia. Esa crisis de confianza de Rusia respecto de Ucrania, de Ucrania respecto de Rusia, y recíprocamente de Rusia respecto de la OTAN, se ha cimentado porque los compromisos asumidos ya desde los tiempos de Gorbachov y Reagan, a no expandirse hacia el Este europeo, hacia las ex repúblicas socialistas soviéticas, no se han cumplido, y como todos sabemos, ya forman parte de la fuerza Atlántica.
Este conjunto de desconfianzas e incumplimiento desató el conflicto que ya va para los cuatro meses con su secuela de muerte y destrucción, y de la cual no se adivina si tendrá término cercano, o si en cambio habrá mucha más sangre derramada y ciudades arrasadas.
No tenemos que esperar los resultados de la Cumbre para adivinar el plan de acción a seguir, los antecedentes históricos y las declaraciones recientes por parte de la OTAN y la Unión Europea nos mueven a predecir que el plan de acción pasa por más ayuda militar, más presencia militar norteamericana en Europa, sanciones más duras y diversas y más armamentismo y militarismo para los aliados. Ya Pedro Sánchez, jefe del gobierno español, ha comprometido con Joe Biden ampliar de dos a cuatro a seis los destructores norteamericanos en Rota (Cádiz), eso aparte de más ensayos y entrenamientos militares por parte de los europeos como lo anunciara el Reino Unido para sus tropas.
Es la política guerrera, belicista, que no conoce otra forma de relacionarse internacionalmente cuando otros países osan desarrollar otro tipo sistema de vida político y social que no da paso a las inversiones multinacionales que han colonizado todo el planeta. No es el caso de Rusia, pero sí lo es su política de alianzas con países proscritos como Irán, China, Venezuela o Cuba, o un bloque como el BRICS, antagónico con los intereses económicos del Occidente neoliberal.
Así ha sido históricamente durante milenios, en los cuales imperios diversos, se han disputado los recursos naturales del planeta, y en su decadencia han arrastrado a amplios sectores de la humanidad al colapso de la barbarie bélica.
En este sentido la clase gobernante no ha cambiado sustancialmente, las confianzas no se afianzan, el espíritu competitivo y nacionalista no afloja, y a pesar de tener organismos multilaterales como las Naciones Unidas, no se les ha dotado de los atributos, las competencias, la autoridad, ni el espíritu democrático que se necesita para afianzar un nuevo orden mundial basado en la justicia y la colaboración necesaria para sacar al mundo adelante ante tantas crisis que lo amenaza.
La población mundial consciente está convencida que la violencia no es el camino, que deponer las armas y reemplazarlas por el diálogo y la negociación es lo que puede y debe superar los conflictos. Pero los gobernantes, sordos a la voluntad popular se empecinan en seguir la misma dinámica que nos puede llevar al desastre final. No hay cabida para la negociación cuando los intereses geopolíticos son más fuertes, cuando la hegemonía mundial es más importante que el ser humano mismo.
Por eso en todo el mundo por estos días en Londres y Berlín, pero particularmente aquí en Madrid, tuvo lugar una gigantesca marcha de 30.000 personas que coparon varias cuadras a través de las calles de la ciudad clamando por la paz y la cordura, contra el belicismo de la OTAN y su obsoleta forma de llevar las relaciones internacionales. La Marcha avanzó por todo el centro de la ciudad desde Atocha hasta la Plaza España, escoltada y precedida por una veintena de furgones policiales, y numerosísimos medios de prensa, sin que se registrara ningún episodio que alterara su espíritu pacífico, terminando con un pequeño show artístico musical en el cual actuara un activista trans que cantaba espectacular, justo en el mes de la diversidad sexual.
Muchos humanistas participamos de esta Marcha, y dijimos a través de sus micrófonos y ante una multitud enfervorizada, que la violencia no es el camino, que los gobiernos del mundo deben deponer su forma caduca de resolver sus conflictos a través de las armas y la guerra que va a llevar a la humanidad a su destrucción, que deben renunciar a las armas nucleares y eliminarlas definitivamente antes de que nos eliminen a nosotros, que todos los países, incluido España, deben firmar el Tratado de prohibición de armas nucleares (TPAN) cuya primera Conferencia de Revisión de Estados parte acaba de celebrarse en Viena, lugar del cual venimos. Que los ciudadanos deben exigir a sus parlamentarios que los representan, que las guerras deben acabar ya, y que la no violencia es la única fuerza capaz de hacer avanzar al mundo por un futuro en paz y en armonía.