Por Jorge Calbucura*
Los sondeos de opinión publica muestran un progresivo aumento del rechazo al proyecto de nueva Constitución de Chile. Según los analistas lo que favorece el rechazo es la brecha entre lo que los constituyentes han redactado y lo que quieren los chilenos. Según las encuestas, los partidarios del rechazo manifiestan su desacuerdo con el Artículo 1, el cual consigna que “Chile es un Estado social y democrático de derecho. Es plurinacional, intercultural y ecológico”. Esto es un llamado de alerta ante la consulta que se celebrará el próximo 4 de septiembre.
La brecha del rechazo expresa la desconfianza de los sectores conservadores y el temor de los sectores reformistas de perder la oportunidad de redactar una versión modificada de convencionalidad. Por su parte, los partidarios de una transformación profunda parten de dos premisas básicas: la de responder a las demandas por derechos sociales de la ciudadana y la de redefinir la identidad de la nación chilena. De esta manera apuestan por la incorporación de los sectores marginados de la política, como son los movimientos sociales y los pueblos originarios, así como aspiran instalar a Chile en la vanguardia internacional en derechos sociales.
La brecha del rechazo expone una imagen negativa y de desencanto con el proceso constituyente. Enfatizan que la nueva Constitución contribuye a la separación y fragmentación de la nación chilena. Desde su perspectiva, la plurinacionalidad, con un conglomerado de 12 naciones (11 indígenas y la chilena) agrupadas en un Estado, genera incertidumbre en lo social, en lo económico y en lo político. Esto por el hecho que a la larga el Estado estaría brindando a los indígenas la posibilidad de expropiar todas las tierras y propiedades que alguna vez fueron de tales naciones.
A pesar de esta objeción, escéptica sobre la posibilidad cambiar la historia, es necesario considerar que podemos a través de nosotros filtrar una versión del mundo en que somos y estamos. Es decir, diseñar un mundo a imagen y semejanza de nosotros mismos. Sólo así aprenderemos a relacionarnos entre nosotros. Dependiendo del tiempo que se demore la toma de conciencia, aprenderemos a negociar sobre la base de lo que seamos capaces de ofrecer al “otro”. Todo esto, según seamos capaces de incorporar la herramienta de vivir en el respeto mutuo en nuestra cotidianidad.
Un mapa mental es un diagrama que representa conceptos relacionados a partir de un tema o palabras claves. El mapa mental del sujeto colonial ve a la diversidad como un enemigo. En el mapa mental del sujeto colonial no existió, no existen ni existirán temas o palabras claves como plurinacionalidad, interculturalidad o ecología. De esta manera la brecha de la desconfianza y el temor centra el debate sobre los grados de autonomía de la vida cotidiana y el poder.
Durante muchos años el mapa mental de la colonización sirvió como referente para la investigación y enseñanza de la historia de Chile. Desde allí, la deducción de que un Estado plurinacional contribuye a crear las condiciones para que los pueblos originarios embarguen tierras y propiedades. Si bien es cierto que mientras las necesidades de déficit no puedan ser satisfechas, la necesidad de ser será una fuerza impulsora y continua.
Otras formas de pensamiento y experiencias de vida
Desde hace algunas décadas el pensamiento descolonial, o decolonial, encontró una solución a ese choque de perspectivas. Planteado como una pretensión mediadora en la esfera de la historia de las ideas y del pensamiento, subyace como una propuesta de instancia ideológica y autónoma de la vida común.
El término “descolonización” se emplea en un el sentido histórico y epistémico (estudio sobre las fuentes del conocimiento). Cuando el sentido histórico del término se cruza con el epistémico entonces se comienza a hablar de decolonizacón o decolonialidad.
El sentido histórico del término descolonización se relaciona con las guerras de Independencia contra España y Portugal a finales del siglo XVIII y principios del XIX, que marcan el desenganche de las colonias del imperio colonial. Sin embargo, los pueblos indígenas han podido constatar que, pese a que la gestión administrativa jurídico-política colonial terminó, la colonialidad pervive en América. Esto es como colonización epistemológica en las estructuras subjetivas e imaginarios.
El concepto descolonización, en su sentido epistémico, emerge alrededor de 1980 en Colombia y Marruecos. En el primer caso, cuando el sociólogo Orlando Fals Borda propone descolonizar (deconstruir) las ciencias sociales. En África, en ese mismo periodo, el filósofo marroquí Abdelkebir-Khatibi formula la descolonización epistémico-política de la filosofía. Khatibi va más allá del enunciado de deconstrucción de Fals Borda. Su propuesta es desengancharse de la filosofía eurocentrada y de los legados de las categorías y conceptos procedentes del griego y del latín, y las seis lenguas europeas moderno/coloniales.
Vale destacar que, a estos casos, en el Tahuantinsuyo el cronista Waman Puma de Ayala, (águila puma en quechua) le precede en 400 años. La obra de Puma de Ayala, Nueva coronica y buen gouierno (de 1615), acompañada de unos 400 grabados, se caracteriza por mezclar el quechua con el castellano. En la primera parte esta Nueva Crónica narra la historia del Tahuantinsuyo anterior a la llegada de los españoles, y en la segunda, con el irónico título de «Buen Gobierno», relata la conquista y las atrocidades cometidas por los españoles.
Para el caso indígena, el cronista Puma de Ayala y Khatibi son un referente del pensar decolonial. Coinciden en el cuestionamiento de un modelo de conocimiento eurocentrado, así como en la existencia de un pensar fronterizo. Establecen la relación entre cómo se piensa, se enseña y cómo se definen las fronteras epistemológicas y metodológicas del conocimiento.
Decolonización es un concepto complejo y analíticamente útil. Sirve para desmitificar la lectura eurocéntrica de las fuentes del conocimiento. Desde allí que los proyectos decoloniales indígenas no buscan un momento “post” de la colonialidad. La decolonización indígena es posicionamiento, es una actitud para pensar, vivir y hacer, poniendo énfasis en visibilizar los sitios y espacios de las construcciones alternativas.
En ese contexto, emerge la demanda de “indigenización” de la educación, economía, filosofía, política y sociedad en general. Se busca cambiar los términos de la conversación. Esto, a partir del hecho de que el pensamiento decolonial se fundamenta en otras formas de pensamiento y en otras experiencias de vida. Es una guía para entender, por ejemplo, que la experiencia de vida y formas de pensamiento de un convencional de derecha y su grupo social, Harry Jürgensen (que públicamente ha expresado su rechazo al Artículo 1 de la nueva Constitución), no es la misma que la del convencional en representación del pueblo mapuche Adolfo Millabur Ñancuil.
En este sentido, la discusión implica la necesidad de resolver cuestiones prácticas que nos llevan a adentrarnos en los territorios de las definiciones y el análisis de conceptos. Como, por ejemplo, el origen de la modernidad. ¿Es la modernidad un fenómeno local o es una experiencia mundial?
Según los estudios poscoloniales anglosajones, la modernidad es un fenómeno local que se dio en las ciudades europeas de finales de la Edad Media con la irrupción de la Ilustración y posteriormente con la Revolución Francesa.
Por su parte, los estudios decoloniales asumen que la modernidad es un fenómeno mundial, que se inicia con la invasión de América en 1492. Se inaugura con la imposición administrativa jurídico-política colonial en Abya Yala. Con la ocupación de América, Europa se instala como centro de la Historia Mundial y todo el planeta pasa a ser el lugar de una sola historia, una economía, una filosofía, etc.
De esta manera Europa emerge como sistema-mundo; un modelo de racionalidad a imitar y horizonte de los sometidos en el tránsito de su desarrollo histórico y económico. De acuerdo con esta versión, nunca hasta 1492 hubo historia mundial. Hasta esa fecha imperios, naciones y sistemas espirituales, religiosos y culturales coexistían entre sí.
Por dos situaciones, este punto se reviste de importancia. Por un lado, porque Europa es “centro” de la historia, gracias a la apropiación de las riquezas de América y por el ejercicio de la violencia (genocidio, esclavitud, racismo) sobre las poblaciones conquistadas. Desde entonces, la senda que conduce al ingreso a la modernidad conlleva el legítimo derecho de ejercer la violencia contra ese “otro” por su condición de salvaje e incivilizado o someter los elementos de la naturaleza.
Desde esa perspectiva, la decolonización implica des-historizar los textos académicos e historizar la memoria. Por ejemplo, la noción de raza, no como concepto, sino como experiencia colectiva. La invasión del Wallmapu, en 1883, estudiarla como trauma histórico generacional de humillación, explotación, usurpación, racismo y opresión patriarcal. Esta experiencia colectiva nos permite comprender la lógica de imposición mediante la violencia física, psicológica y sexual de la modernidad en Indoamérica. Reconocer la secuela del uso intencional de la violencia es aprender a sobreponernos al trauma colectivo, desde la empatía del sentir y pensar como un todo.
El proyecto decolonial indígena es un esfuerzo imbuido de implicaciones políticas. Es un proyecto que relaciona experiencia de vida con el pensar de otra manera con el objetivo de cambiar los términos (la terminología y la forma), el contenido y las condiciones de la conversación.
Conversar en el marco de “un Estado social y democrático de derecho” que se define “plurinacional, intercultural y ecológico” es contribuir a la transformación liberadora de lo cotidiano. Por ello, cambiar los términos, el contenido y las condiciones de esta conversación es requisito necesario para modificar las estructuras de poder en un Estado que se proponga promover el bien común.
*Licenciado en Historia y doctor en Sociología. Coordinador del Centro de Documentación Mapuche Ñuke Mapu.