La principal acusación contra el Vaticano en el escándalo de la pederastia es la de haber encubierto a los culpables en las últimas décadas. A medida que se sabe más, Benedicto XVI, entonces prefecto de Doctrina de la Fe desde 1981, sale mejor parado como alguien que intentó abordar de forma inflexible las denuncias, frente a otro sector de la Curia, más poderoso, que optaba por taparlas. Como dijo amargado Ratzinger en 1995 al verse frenado para actuar en el escándalo del cardenal de Viena, HermannGroer (a quien el Vaticano excomulgó por agredir sexualmente a jóvenes novicios benedictinos), “ha ganado la otra parte”. Se lo confesó al cardenal Christopher Schönborn. Pero Schönborn añadió que “la otra parte” era capitaneada por AngeloSodano, a quien acusó de haber bloqueado cinco años antes la creación de una comisión investigadora de los abusos sexuales perpetrados por Groer. Esta fue una pelea intestina sin precedentes en el Vaticano por salir a la luz pública.
Una de las más graves acusaciones contra Sodano es haber sido el protector del mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, orden ultraconservadora potenciada por Juan Pablo II, que sin embargo ahora es considerado por la Santa Sede “un delincuente sin escrúpulos”. Tras la investigación ordenada por Benedicto XVI resulta que era un pederasta, tenía dos mujeres, tres hijos, mantenía tres identidades distintas y manejaba fondos millonarios. Había denuncias contra él en el Vaticano, pero gracias a Sodano se empantanaban.
El NationalCatholicReporter, prestigiosa publicación católica estadounidense, ha publicado una demoledora investigación que denuncia cómo Maciel habría comprado su protección en Roma con donaciones a Sodano y otros pesos pesados de la vieja guardia de Juan Pablo II, como su secretario personal, Estanislao Dziwisz, quien fue arzobispo de Cracovia, y el español Eduardo Martínez Somalo. La revista asegura que Maciel pagó a Sodano US$10.000 por una charla y le organizó el banquete de 200 cubiertos por su nombramiento como cardenal en 1991. Maciel también contrató a un sobrino de Sodano, Andrea, ingeniero, para la construcción de la fastuosa universidad de la orden en Roma. Otra reputada publicación, America, de los jesuitas estadounidenses, reaccionó así: “Hay un cardenal cuya cabeza debe rodar, Sodano”.
Empezó en la carrera diplomática y fue nuncio en Chile durante la dictadura de Pinochet. Tenía con él una amistosa relación y fue uno de los artífices de la polémica visita al país de Juan Pablo II en 1987. En ella tuvo lugar la famosa encerrona a Karol Wojtyla, pues le indicaron una puerta tras una cortina y se asomó de repente al balcón con el dictador, donde le esperaban los fotógrafos.
No obstante, algo del carácter opaco y sinuoso de Sodano debió de gustar a Juan Pablo II, que le nombró secretario de Estado en 1991. En 1999 Sodano todavía se acordaba de su amigo Pinochet e intervino en su defensa por razones humanitarias cuando fue detenido en Londres. “La Santa Sede está en primera línea cuando se trata de defender los derechos del hombre en cualquier área”, alegó cuando se supo.
En 1994 a Sodano le salió un delincuente más cerca, su propio hermano, Alessandro, condenado por corrupción en “Manos Limpias”, y fue aún más sonado en 2008 lo de su sobrino Andrea, el ingeniero. Era socio de RaffaelloFollieri, un ejecutivo y playboy estafador que se hacía pasar por hombre del Vaticano en Estados Unidos. Era joven, millonario, amigo de Bill Clinton y su novia era la actriz AnneHathaway, hasta que le arrestó el FBI y le cayeron cuatro años de prisión. Tuvieron una idea curiosa para hacer dinero: comprar a buen precio las propiedades inmobiliarias de las diócesis estadounidenses en bancarrota por el escándalo de la pederastia.
El escándalo de abuso sexual del clero y su encubrimiento institucional en Chile probablemente casi cerró el capítulo de su largo reinado como el influyente del Vaticano. Pero no borrará el impacto inmenso, y no siempre positivo, que ha tenido sobre la iglesia y su forma institucional a la que dedicó su larga y prodigiosa vida como diplomático de carrera de la Santa Sede.
Un incidente en el que su poder e influencia fueron particularmente determinantes se remonta al 22 de junio de 2006. Ese día, el Papa Benedicto XVI anunció que Sodano se retiraba y entregó el trabajo del Secretario de Estado al Cardenal TarcisioBertone, un asistente de confianza del tiempo del Papa como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Aunque la transición no surtiría efecto hasta tres meses más tarde (15 de septiembre), fue en ese día que Benedicto XVI infligió una herida mortal y lentitud a su propio pontificado al rechazar al Cardenal Sodano.
El italiano había intentado disuadirlo de elegir a Bertone para el puesto que, de facto, era el segundo después del Papa en la jerarquía del Vaticano. En las semanas previas a la jubilación, Sodano había aconsejado a Benedicto que seleccionara a un diplomático experimentado para el cargo, que no era Bertone, un abogado canónigo mediocre y salesiano.
Uno de los nombres en la lista saliente de candidatos propuestos por el Secretario de Estado fue el Arzobispo Giovanni Lajolo, el “Ministro de Asuntos Exteriores” del Vaticano en ese momento.
Lajolo era uno de los aliados de confianza de Sodano y provenía de la misma región de Italia que él, Piamonte. Pero, lo que es más importante, Lajolo también había sido nuncio papal en Alemania (1995-2003) y hablaba el idioma nativo del Papa, que su cardenal protector creía que lo convertía en una opción atractiva que Benedicto podía aceptar.
Pero el ahora Papa emérito rechazó el consejo de Sodano e insistió en nombrar a Bertone. Al hacerlo, perdió el apoyo vital de la mayoría de los diplomáticos vaticanos en la Curia Romana, liderada por AngeloSodano, quien astutamente alimentó la narración de que el Papa los había marginado al elegir al no diplomático Bertone. A partir de ese momento, el pontificado de Ratzinger pasó de una gran crisis a otra, tanto dentro del Vaticano como en el escenario mundial. Después de casi ocho agonizantes años él y su pequeño círculo de ayudantes de confianza estaban en gran parte aislados. Frente a todo esto, el venerable Papa teólogo renunció.
Sin embargo, Sodano y sus aliados sobrevivieron, y en el Cónclave de 2013, por ser decano del Colegio de los Cardenales, sus funciones incluyeron presidir la misa y moderar las discusiones previas a dicho encuentro. Se sabe a ciencia cierta que una vez con la votación en curso, había convencido a otros cardenales para que depositaran sus votos en favor de Jorge Mario Bergoglio SJ, el hombre que ahora es el Papa Francisco.
No está claro si Sodano entregó los votos decisivos para la elección del Papa argentino, pero esos recuentos fueron esenciales. Y Francisco era y sigue siendo consciente de eso.
Comenzó su pontificado con pleno conocimiento de que Sodano todavía tenía considerable alcance e influencia sobre mucho de lo que estaba sucediendo en la Roma eclesiástica. También tenía experiencia personal de la voluntad ferviente del exSecretario de Estado de decidir y promover, especialmente en América Latina, al menos desde la década de 1970, las decisiones políticas y los nombramientos de obispos.
Durante la reunión de las CELAM (Conferencias Episcopales Latinoamericanas) de 1992 en Santo Domingo, Bergoglio, como obispo auxiliar ordenado recientemente, fue testigo de cómo el cardenal Sodano -junto a uno de sus protegidos chilenos, el futuro cardenal Jorge Medina Estévez- pasó por encima de los obispos y aunque no con total éxito intentó dictar el contenido del documento final de la reunión.
Además de su Italia natal, América Latina es probablemente la parte del mundo que más amó a AngeloSodano. Durante sus más de 50 años de servicio a la Santa Sede, sus únicas publicaciones diplomáticas en el extranjero estuvieron allí. Sus primeros trabajos como sacerdote fueron en Ecuador (1961-1963), Uruguay (1963-1965) y Chile (1965-1967). Después de otros diez años en Roma en la Secretaría de Estado, regresó a Chile a principios de 1978, recién ordenado al episcopado y listo para servir una década completa como nuncio apostólico.
Sodano, más que cualquier otro funcionario del Vaticano, jugó un papel decisivo en la formación del liderazgo episcopal de Chile. Desde la ascensión del extinto cardenal Jorge Medina hasta la del obispo Juan Barros, vinculado al caso Karadima, las huellas de Sodano están en todas partes.
Cuando se convirtió en Secretario de Estado, Sodano pudo continuar ejerciendo su influencia sobre el nombramiento de obispos en Chile (y en otros lugares) como miembro de la Congregación de Obispos, puesto que ocupó hasta el año 2007.
Es muy probable que Sodano interviniera en el caso Barros y aconsejara al Papa Francisco que no escuchara las acusaciones recurrentes de que el obispo hizo la vista gorda de los abusos sexuales que su mentor Fernando Karadima, había perpetrado contra varios niños.
¿Quién sabe cuántas veces más usó su poder y posición para detener las investigaciones de crímenes cometidos por sus colegas eclesiásticos, solo por preocupación por “el bien de la iglesia”?
Finalmente, y haciendo gala de los extensos y oscuros tentáculos de Sodano, el mismísimo Henry Kissinger lo calificó como el político-diplomático más hábil del mundo. Lástima que esa astucia la empleó para acometer el mal. Será difícil que su alma descanse en paz.