por Aram Aharonian
Tratan desde el Norte imponer el imaginario de que el destino ineludible América Latina y el Caribe es ser la aliada de Estados Unidos, por obligación natural e institucional, alineada con el orden mundial que ha defendido hasta ahora la Europa occidental, basado en los intereses de ellos, la naturaleza de las instituciones, los valores “democráticos” que venden pero no consumen.
No hay que olvidar que América Latina es el mayor proveedor de petróleo a Estados Unidos y su socio comercial de más rápido crecimiento, así como la mayor fuente de cocaína e inmigrantes, tanto documentados como indocumentados, lo que subraya la relación en constante evolución entre ellos dos. Pero las presiones individuales de EEUU no bastan, sino que apela a la de sus socios de la alianza bélica OTAN.
La influencia de Estados Unidos fue basada en la protección de intereses corporativos y geopolíticos estadounidenses e intervencionismo militar Ideológicamente se sustentó en la idea del Destino Manifiesto, caracterizada por la idea de que la colonización y posesión de América latina, era de Estados Unidos.
La excusa de EEUU siempre ha sido imponer a los demás países sus propias leyes y lecturas de lo que libertad y democracia significan para los “wasp” (blancos, anglosajones, protestantes). Es una interpretación interna y libre de la doctrina Monroe de América para los (norte) americanos, simplificándola en América para los wasp, señala Álvaro Verzi Rangel..
Estados Unidos avanzó con el arte de convertir sus guerras de conquista en civilizadas formas de organizar el mundo y ordenarlo a su superior modo. La OTAN y la Unión Europea lo tienen en el centro de su discurso público: democracia y derechos humanos. Todo se hace, se justifica, se impone, en nombre de ellos y de su defensa. La otra cara: las intervenciones humanitarias, la guerra contra “el terrorismo”, contra los gobiernos que no aplican los derechos humanos, contra los “estados delincuentes”. Obviamente desde la manipuladora visión de Washington.
A un lado la democracia, la de verdad, la buena; al otro lado, el totalitarismo, el mal. El enemigo es totalitario; el amigo es demócrata. El poder de definición es centralmente punitivo y se impone como discurso disciplinario. Quienes no lo siguen son autoritarios, fascistas, enemigos de la libertad. Quienes dudan, cuestionan, critican, denuncian son lo peor de lo peor: quinta columna, tontos útiles, agentes, señala Manolo Monereo
La “diplomacia”
El enviado del presidente estadounidense Joe Biden, Christopher Dodd, se reunió a fines de mayo con el presidente Alberto Fernández para pedirle que no desaire a su país faltando a la cumbre de las Américas y como anzuelo le dijo que Biden estaba ansioso por reunirse con él. Nadie puede creer que el argentino sea antiestadounidense.
La respuesta de Fernández –citada por Horacio Verbitski en Elcohetetalaluna– fue que nadie había deseado más que él la victoria de Biden, porque Trump había hecho mucho daño a la región, por la desvirtuación de la OEA desde la designación de Luis Almagro como Secretario General; la ocupación del BID, por primera vez presidido por un estadounidense y no un latinoamericano, el golpe en Bolivia y el ataque militar a Venezuela.
Agregó que nadie estaba más decepcionado, porque en un año y medio, Biden no ha enmendado ninguno de esos graves errores. Y fue cuando l diálogo s volvió ríspido al intrvenir el embajador Marc Stanley, quien tras cuestionar el encuentro de Fernándz con Vladimir Putin, dijo que el anfitrión elige a quien invitar y Fernández repuso que la cumbre de las Américas no era su fiesta de cumpleaños. “No es admisible tal injerencia en las relaciones de dos naciones soberanas”, dijo el argentino a los estadounidenses.
La demokracia
Desde nuestros televisores o dispositivos digitales uno se ve bombardeado por la casi unánime pasión por justificar la guerra en nombre de los derechos humanos y de la paz. Y nos viene a la memoria Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia, Siria, que merecieron el mismo tratamiento por similares o parecidos operadores y quedaron en el imaginario colectivo como los estados delincuentes, y no como víctimas de agresiones y guerras geopolíticas para apoderarse de los recursos de esos países.
El presidente estadounidense Joe Biden se dio el lujo de convocar una cumbre para aleccionar a sus pares de todo el mundo sobre la democracia y sus enemigos. Fue un fiasco. En setiembre anterior, el ultraderechista Robert Kagan advertía en el Washington Post que EEUU se encaminaba a una grave crisis política y constitucional que ponía en peligro la democracia y amenazaba con llevar al país de nuevo a la guerra civil (si Trump no ganaba las elecciones en 2024).
Luego convocó a una Cumbre americana, pero excluyó a tres países. Lo que sucede hoy es parte de un comportamiento que estuvo siempre presente a lo largo de una historia plagada de guerras y de una diplomacia de fuerza en la región, repleta de reconocimientos a regímenes dictatoriales (como los de Trujillo, Somoza, Batista, Pérez Jiménez, Pinochet, Videla entre muchos otros).
También derrocando a gobiernos legítimos, constitucionales y democráticos, como el de Jacobo Árbenz en Guatemala; Joao Goulart en Brasil; Salvador Allende en Chile; Manuel Zelaya, en Honduras, y Evo Morales en Bolivia. Y fallando en derrocar a otros (Fidel Castro en Cuba, Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela).
En Estados Unidos, todo lo relativo a los países de América Latina y el Caribe, está lamentablemente en manos de senadores, diputados y lobbies de empresarios que responden, casi todos ellos, a la poderosa mafia cubana de Miami que pesa, y mucho, en el anacrónico Colegio Electoral de los puritanos demócratas y republicanos del norte.
El gobierno de Washington y las corporaciones a las que sirve fueron los promotores de las sangrientas dictaduras derechistas en la región desde el siglo 19, así como los principales promotores del tan mentado “comunismo” y de la realidad social, política y económica actual de Cuba y Venezuela. Y el relato sigue siendo el mismo que durante la Guerra Fría, aquella que murió junto con la disolución de la Unión Soviética en 1991.Un botón quizá sirva de muestra: el gobernador de Florida firmó una ley para enseñar sobre los males del comunismo en las escuelas.
No hace mucho se realizó la cumbre entre Estados Unidos y las diez naciones asiáticas que integran la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático, ASEAN. El índice “democrátic”o de la revista The Economist caracteriza como democracias defectuosas a Indonesia, Malasia, Filipinas, Singapur y Tailandia; gobiernos autoritarios a Myanmar, Camboya, Vietnam y Laos, y un sultanato absolutista, Brunei.
El comunicado de la Casa Blanca enumeró los proyectos realizados y a realizar con aquellas naciones y no menciona ni al pasar la democracia. En esta última cumbre, Biden ofreció invertir 150 millones de dólares en infraestructura, seguridad y lucha contra la pandemia. Pero en noviembre, China comprometió asistencia para el desarrollo a los países del sudeste asiático por diez veces más dinero.
Con todo ello, no se ha advertido que también el americanismo monroísta ha recibido un golpe histórico. Aquello de la “América para los americanos” (a nadie se le ocurre una “Europa para los europeos” o “Asia para los asiáticos”) no tiene más el sentido original, a menos que los países latinoamericanos dejen de ampliar relaciones con Europa, corten con Rusia por la guerra en Ucrania y –siguiendo el evangelio de Washington- renuncien a potenciar las relaciones económicas con China y tantos otros países “ajenos” al continente.
La impunidad, madre de todas las corrupciones, ha sido reforzada por una especie de Síndrome de Hiroshima, por el cual todos los años los japoneses le piden perdón a Washington por las bombas atómicas que los estadounidenses arrojaron sobre ciudades llenas de inocentes, señala el pensador Jorge Majfud. Gran parte de América latina ha sufrido y sufre el Síndrome de Hiroshima por el cual no sólo no se exigen reparaciones por doscientos años de crímenes de lesa humanidad, sino que la víctima se siente culpable de una corrupción cultural inoculada por esta misma brutalidad, añade.
Cuando los europeos nos enseñan quienes somos
En Madrid se realizó una reunión de alto nivel (así fue calificada por la prensa hegemónica) del Banco de Desarrollo de América Latina (CAF, que solía llamarse Corporación Andina de Fomento cuando se reunía en la región) sobre el tema “Reforzar el vínculo entre las dos orillas del Atlántico”.
Allí, el Secretario General Iberoamericano (SEGIB), Andrres Allamand – abogado y político ultraderechista chileno, uno de los fundadores del Movimiento de Unión Nacional y de Renovación Nacional, de los que ha sido presidente- declaró que Europa y América Latina deben reforzar la “convergencia estratégica”. La guerra en Ucrania hace que la región sea indispensable para “las necesidades de Europa de energía, materias primas y alimentos”.
Y José Juan Ruíz, presidente del españolísimo Real Instituto Elcano, apuntó a que los desafíos están marcados por “la luchas entre las democracias y las tiranías (…) América Latina está alineada con el orden mundial que han defendido hasta ahora Europa y Estados Unidos, basado en los intereses, la naturaleza de las instituciones, los valores”, añadió, para que los latinoamericanos, siempre tan distraídos, estuvieran enterados.
Pero no deja de ser significativo que al debate fue convidada la señora embajadora de Estados Unidos en España, Julissa Reynoso, quien recalcó que “el concepto de democracia que América Latina y Europa comparten”. Obviamente, en el debate se hizo prominente el tema de las relaciones entre China y América Latina.
En el debate se hizo patente la preocupación europea y estadounidense por el hecho de que las inversiones chinas han ido creciendo de manera constante en América latina y el Caribe, lo que –según los panelistas- pone en peligro los valores y la democracia en América Latina, y las relaciones con Europa..
Estados Unidos ahora vuelve, en su búsqueda de contener al crecimiento de China, a utilizar a Europa, que en este momento ha sobrepuesto su sombrero de miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a cualquier otra consideración.
Y es así que Julissa Reynoso ha lamentado el escaso diálogo entre Estados Unidos y América Latina. Quizá no se haya dado cuenta que en el diálogo fue sustituído por el monólogo de la Casa Blanca, imponiendo sus intereses y condiciones, tanto con Donald Trump como con Joe Biden en la presidencia.
La última cumbre entre Estados Unidos y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y el Caribe (Celac), data de junio del 2015. Pero desde antes Washington ha estado bombardeando todos los organismos de integración y cooperación regional, como la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) y la Celac.
Y este alejamiento relativo ha sido aprovechado por actores como China, que ha logrado desplazar a la Unión Europea como segundo socio comercial de América Latina, por detrás de Estados Unidos, a un puesto que había ocupado tradicionalmente.
Como es evidente, el mensaje de la conferencia anual de la CAF es sencillo: en nombre de los “valores” que la unen a Europa, América Latina tiene que entrar en la lucha “entre democracias y tiranías”, y considerar las relaciones con China como algo que en contra de los valores y de las instituciones de la región.
Para América Latina una nueva guerra fría -¿entre Estados Unidos y China?- no ofrece ninguna ventaja, pero la encuentra dividida, por presiones externas y falta de visión de sus gobernantes, apareciendo entonces como un fácil terreno de conquista.
Para evitar que le sigan cambiando espejitos de colores por oro como en la época de la Conquista, e imponiendo la religión de la “democracia” de sus intereses económicos y geopolíticos, la región debiera integrarse realmente para ofrecer un frente único en un mundo multipolar, cada día más conflictivo y competitivo, y adoptar una política de no alineamiento activo, que proteja a sus pueblos y sus economías de cualquier conflicto ajeno a sus intereses.
Aplicando las condicionalidades impuestas por el presidente Joe Biden al resto de los países de la región, Estados Unidos no debería ser invitado a la próxima Cumbre de las Américas hasta que resuelva sus tendencias autocráticas, logre garantizar el sufragio efectivo y que los responsables de cercenar derechos y libertades civiles y de cometer crímenes de guerra en todo el mundo sean enjuiciados y rindan cuentas a su propio pueblo y a la comunidad internacional, dice Verzi Rangel.
Cuando el país más poderoso y rico del mundo, con la economía más grande y las fuerzas militares más potentes, anuncia que enfrenta una grave emergencia en la que el comandante en jefe invoca la Ley de Producción de Defensa (que otorga poderes de emergencia para obligar la fabricación de productos esenciales) y anuncia la Operación Vuela Fórmula con el fin de usar aviones federales para obtener productos en el extranjero, uno supone que es un problema existencial, señala el analista David Brooks.
Que los multimillonarios ejercen su enorme poder financiero para definir elecciones, y sus gastos millonarios en campañas electorales son oficialmente consideradas como libertad de expresión, fue calificado por el ex presidente Jimmy Carter, desde hace siete años, como un Estados Unidos convertido en una oligarquía con soborno político ilimitado, y las cosas se han deteriorado desde entonces, añade.
¿Por qué no te callas?
“¿Por qué no te callas?” Esta frase, pronunciada por el impresentable (entonces) rey de España dirigiéndose al presidente venezolano Hugo Chávez durante la XVII Cumbre Iberoamericana realizada en 2007 en Chile, corre el riesgo de quedar en la historia de las relaciones internacionales como un símbolo revelador de las cuentas por saldar entre las potencias ex colonizadoras y sus ex colonias.
Nadie se imagina a un jefe de Estado europeo dirigiéndose públicamente en esos términos a un par europeo, cualesquiera fuesen las razones del primero para reaccionar ante las consideraciones del último. Como cualquier frase que interviene en el presente a partir de una larga historia no resuelta, esta frase es reveladora en diferentes niveles. En primer lugar, revela la dualidad de criterios para evaluar qué es o no democrático, señala el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos.
La dualidad de criterios tiene aún otra vertiente: la valoración de los factores externos que interfieren en el desarrollo de los países. En los primeros discursos de esa Cumbre, el presidente del gobierno español, Rodríguez Zapatero, criticó a aquellos que invocan factores externos para encubrir su incapacidad para desarrollar a los países. Era una alusión a la crítica al imperialismo estadounidnses.
Tanto Zapatero como el rey quedaron particularmente irritados por las críticas a las empresas multinacionales españolas (busca desenfrenada de lucro e interferencia en la vida política de los países), realizadas en diferentes tonos por los presidentes de Venezuela, Nicaragua, Ecuador, Bolivia y Argentina. Es decir, los presidentes legítimos de las ex colonias fueron mandados a callar pero, de hecho, no se callaron, recuerda.
Y más o menos algo similar ocurrió en este 2022, cuando el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador criticó a las empresas españolas que expolian al pueblo mexicano. Juan Fernández Trigo, secretario de Estado español para Iberoamérica, dijo que el gobierno presidido por Pedro Sánchez va a reaccionar de forma muy clara contra la reforma energética impulsada por López Obrador, al menos en lo relacionado con la retroactividad que pudiera afectar a multinacionales de con proyectos de generación de energía eléctrica.
El granero y el hambre
El suministro de comida está a punto de quebrar como lo hicieron los bancos en 2008. Los grandes productores de alimentos tienen demasiado poder y los reguladores apenas entienden lo que está pasando. El sistema mundial de alimentación empieza a parecerse al sistema financiero global cuando estaba a las puertas de 2008.
La prensa hegemónica consideró entonces que la bancarrota financiera fue devastadora para el bienestar humano, pero hoy pareciera que el colapso del sistema alimentario no merece siquiera una reflexión sobre la escalada de precios de los alimentos, quizá la última señal de una inestabilidad sistémica.
Mucha gente da por supuesto que la crisis alimentaria se ha producido por la combinación de la pandemia y la invasión de Ucrania. El hambre ha ido en aumento hasta alcanzar los 811 millones personas en 2020. Seguramente este año sea mucho peor. La comida se está volviendo inasequible incluso para mucha gente en países ricos europeos y en EEUU. El impacto en países más pobres es mucho peor.
El Programa Mundial de Alimentos (PMA) alertó que aumentó en más de medio millón el número de personas con inseguridad alimentaria severa en América Latina y el Caribe, y suman ya casi diez millones.
Pero también millones de personas ya son empujadas a la pobreza y la inseguridad alimentaria en los países europeos, lo que se agravará si continúa el conflicto en Ucrania, que generó un incremento en los costos de la materia prima y la energía. Una de las repuestas que maneja la UE es asegurarse la provisión desde el granero del mundo, América latina.
Según Oxfam, son solo cuatro corporaciones las que controlan el 90% del comercio mundial del grano. Las mismas empresas invierten en semillas, productos químicos, procesos, empaquetado, distribución y venta al por menor. Gran parte de este comercio pasa por cuellos de botella vulnerables, como los estrechos de Turquía (obstruidos ahora por la invasión rusa de Ucrania), los canales de Suez y Panamá, y los estrechos de Ormuz, Bab el Mandeb y Malaca.
Es lógico: la industria alimentaria se está emparejando estrechamente con el sector financiero y el armamentista, incrementando lo que los científicos llaman la “densidad de la red” del sistema, lo que lo hace más susceptible a un fallo en cadena.