¿Es la democracia sólo una forma en que se organiza la sociedad y el rol del Estado? ¿Estamos viviendo una verdadera democracia? Más allá de la actual Constitución o de la que vendrá, lo importante es evaluar si nuestra sociedad es verdaderamente una democracia en la cual todos aceptamos un orden social que nos identifica y al cual adherimos de manera voluntaria y entusiasta.
Lo que sucedió en octubre de 2019 con millones de personas manifestándose en el espacio público fue una expresión de cansancio, agotamiento y de sentirse abusado por el orden social y económico imperante. De manera metafórica y también real, una aspiración de derribar las barreras que nos recluyen en una democracia enrejada.
Real, y de la vida diaria es ver cómo muchos espacios públicos y privados se han ido enrejando. Basta con caminar por cualquier barrio de cualquier ciudad para ver las rejas que se han ido levantando en casas, comercios, edificios y monumentos públicos. Algunos simplemente con barras o vallas de fierro y otros, más sofisticados, con adicionales de cerco eléctrico, rayos láser, cámaras de grabación y muros infranqueables.
Donde podemos levantamos rejas y también nos enfrentamos a rejas simbólicas que nos impone el ordenamiento actual. Vivimos en una democracia que no protege al consumidor, que afecta la salud de las personas validando zonas de sacrificio, que impone restricciones a la identidad cultural, nacional o de género, que soslaya la corrupción o que impide el acceso a un bien esencial como el agua.
Una nueva Constitución ayudará a derribar barreras, pero no lograremos avanzar si no hay un cambio significativo en cada uno de quienes compartimos vida en este territorio llamado Chile. Derribemos las vallas que nos imponen a través de slogans y consignas. Hagamos un esfuerzo por cultivar el pensamiento crítico, de poner a la comunidad por sobre el interés personal. Esperemos que la Convención presente el texto final antes de comprometer opinión.
La Constitución, las leyes, los reglamentos son textos que imponen un piso y no un techo. Vivir en comunidad es mucho más que solo cumplir con el texto escrito.
Estas reflexiones parecen una utopía difícil de alcanzar, pero es posible acercarse a ellas. En Fundación Semilla hemos comprobado que es posible mejorar la convivencia en contextos escolares cuando hay voluntad de hacerlo. La buena convivencia no se logra a través de un reglamento. Se logra, en primer lugar, teniendo disposición a una mirada introspectiva.
Lamentablemente, hemos sido educados en una cultura autoritaria, sobre todo los más viejos que crecimos bajo una dictadura y esperamos que la solución venga desde arriba, de la autoridad. Niñas, niños y jóvenes han crecido con más mundo y más libertad. Por ello vemos que la brecha generacional en los establecimientos educacionales es fuente de malos entendidos y conflictos. También lo vemos a nivel nacional en que cuesta adaptarse a la nueva generación gobernante en su accionar, en su discurso y en su relato.
Tenemos una oportunidad de comenzar a derribar barreras y volver a reconstruir la comunidad para una democracia abierta y no una democracia enrejada.