Hoy no te puedo hablar de dulzuras y suavidades.
Hoy no diré nada de la brisa primaveral que llega verde y fragante
no mencionaré la espuma que corona las olas del alba marina
y no hablaré de lo sabroso del pan recién horneado.
Hoy no quiero hablarte de tibias bondades y compasiones.
Hoy tenemos que hablar de nuestra situación.
¿Qué hacemos con esa amante de larga data
con la que tememos y amamos el temor?
¿Qué hacemos con la seducción de sus sueños destructivos?
¿Qué hacemos con la violencia que aquella nos inculca
y que nos lleva a aniquilar en nombre de la protección?
¿Cómo convencemos a los niños
de que creamos armas cada vez más letales
para protegerlos
o sino
para ir de caza?
¿Cómo le confesamos a los niños que somos adictos a las armas y la violencia
y que pronto ellos también lo serán?
¿Cómo le explicamos a los niños que creamos armas cada vez más destructivas
por las que ojalá ellos no caigan muertos un día cualquiera ?
¿Será como cuando el doctor nos dice que el beneficio del medicamento recetado
es mayor que sus posibles efectos adversos?
¿Nos atrevemos a decirle a los niños
que nuestro amor por la violencia y las armas
es mayor que nuestro amor por ellos?
Sincerémonos.
Cambiemos esta ira que llevamos dentro
por rebeldía ante la muerte.
Transformemos.
Entonces
hemos de bucear en nuestro interior
hasta agarrar las trabas atenazadas
y hemos de jalarlas hasta que se le rompan sus garras y se suelten.
Luego les vendamos los ojos y las amordazamos
las llevamos afuera del pueblo
y las abandonamos para que allí mueran.
Para hacer esto
persuadamos a las deidades.
Que nos conviden a compartir su voluntad.
Que nos infundan las diosas su fuerza incontenible
que nos llenen de su luz inagotable
y que nos cubran con su gloria.
Pidámosle a las deidades el despertar
para volver a ser infantes tiernos
y que seamos otra vez seres enamorados de la vida.
Solo entonces seremos
el verdor y la brisa dulce
la espuma alba.
Y seremos pan.