Estoy lejos de las pesadillas de esa derecha chilena que demoniza las confusas propuestas de la izquierda maximalistas, imaginando que esta querría destruir Chile. Yo no creo eso. Pero veo cierta izquierda con confusión sistémica en sus entusiasmos temáticos constitucionales; bien intencionados, pero descuidando los efectos sobre la complejísima red de áreas de sus propios sueños de desarrollo. Es que las sociedades para su bienestar deben armonizarse como un sistema complejo.
Dibujo en mi viaje a ShangHai los rascacielos de inversionistas privados sobre terrenos del Estado chino. Complejísimo modelo de sociedad que permite lucir preciosos edificios distanciándolos como esculturas porque usa el suelo estatal de forma que el negocio del libre mercado no conseguiría. Pero se sostiene autoritariamente porque el partido único controla todos los aspectos de la vida social y personal, con ese dominio férreo, de la China imperial de siempre, sin igualdad, democracia ni libertad y mucha pobreza. Sé que en Chile nadie imagina algo así, sino que cada vez que dibujo en un modelo distinto de sociedad pienso en lo difícil de armonizar uno nuestro, con nuestra historia y exigencias presentes, en el debate constitucional.
La subjetividad originaria del “estallido social” chileno, del justo enojo con el pasado, se basa en diagnósticos objetivos que consolidaron un “clima” social que ilusiona, al punto de
desarticular la complejidad de las bases fundantes que exige una Nueva Constitución. El particularismo temático, que se maximaliza en las propuestas constitucionales, traba una concepción armónica. Esto lo alientan, sin medida, aquellos que siguen creyendo en la varita mágica de “agudizar las contradicciones”, repitiendo diagnósticos que no constituyen
remedios por mucho que los reiteren.
Solo un sistema de ideas interactuantes permitiría una estrategia de desarrollo, ideologías y programas políticos que escogerá la democracia. Hacerlo bien no requiere más edad biológica sino madurez política.
La subjetividad objetivada, como ambiente de pasión por los cambios, sobreabundó propuestas constitucionales idologizadas desarticuladas de un proyecto armonioso; no logran coherencia constitucional y menos aún para futuras leyes y decisiones que satisfagan los justos anhelos.
Lo grave es que las expectativas exacerbadas de una retórica ilusoria, instalada en el debate y en la letra constitucional, podrían terminar en una celebración constitucional de sus creadores y en la frustración de la sociedad y especialmente de los que menos tienen.