La falacia de la información consiste en creer que, si le entregamos a las personas la información veraz, objetiva y sin distorsión, ellas podrán digerir y actuarán de manera racional respecto a ella. Nada más lejos de la realidad. La falacia de la información llevada a la vida cotidiana nos dice que, si informamos de los efectos del alcohol, las drogas, el azúcar, el tabaco o la sal, las personas dejarán de consumirlas para proteger su propia salud.
Estudié ingeniería en la época en que los computadores procesaban gran cantidad de datos y entregaban información. Estábamos orgullosos de este gran paso tecnológico, pero muy pronto me di cuenta que dicha información no bastaba para explicar los resultados de los procesos de decisión ni de las conductas de las personas. Sin saberlo entonces, estaba frente a la falacia de la información.
Bajo esta errada concepción de la conducta humana, tanto el sector público como el privado, han malgastado miles de millones de pesos en campañas de difusión o de carácter publicitario entregando información con el objeto de cambiar u orientar el comportamiento de las personas.
Han sido años de aprendizaje y los primeros en aproximarse a entender cómo superar la falacia de la información fueron las empresas cosméticas de la mano de las agencias publicitarias. Revlon ha trabajado desde sus inicios bajo la premisa que: “en la fábrica hacemos cosméticos, en la tienda vendemos esperanza”. En este, como en muchos casos, la información del producto pierde relevancia ante la promesa de las marcas que empatizan con los deseos del consumidor.
La gran revolución que derrotó definitivamente la falacia de la información dio origen a las redes sociales. Facebook ya casi alcanza los tres mil millones de usuarios, YouTube está en dos mil quinientos millones, Instagram en mil quinientos millones y TikTok en mil millones. Esta última es la favorita de las y los jóvenes entre trece y diecisiete años sabiendo capturar la imaginación de esa generación, entregando muy poca información y compartiendo muchas experiencias.
Con estos antecedentes a la vista cabe preguntarse: ¿No habrá llegado la hora de mirar la educación con otros ojos? Toda la información está en Google. Google sabe más que yo y que quien está leyendo esta columna; más que cualquier profesor, científico, trabajador o empresario y, por supuesto, más que cualquier político.
La educación debe dar un vuelco estructural. El filósofo Daniel Innerarity, por estos días de paso por Chile para ser parte de Puerto de Ideas de Antofagasta, plantea que la labor docente debe ir alejándose de la función de suministrador de información y tratando de conferir una capacidad de discernimiento, orientación, criterio y de interpretación del mundo en que vivimos. “Lo que los profesores no tenemos que hacer es competir con Google”.
La aseveración de Innerarity es muy fuerte en todas las materias que se enseñan en los sistemas educativos y cobra mayor relevancia en la educación socioemocional. Esta última no es susceptible de ser “enseñada” bajo los estándares clásicos de la pedagogía. Para adquirir y desarrollar hábitos de convivencia es necesario tomar conciencia de lo que significa la falacia de la información.