La paz. Qué palabra tan hermosa y a su vez tan manipulada por los humanos.  Me hace sentir vergüenza cuando es manoseada y destroza esperanzas perdidas y llantos cuyas lágrimas todas juntas forman un río del dolor inmenso que atraviesa la Tierra de un lado al otro, dejando profundas cavidades en el camino pedregoso de la violencia.

Cuántas mujeres y hombres en el mundo han caído y caen por dedicar su vida a la defensa de la vida. Cuánto olvido hipócrita y asesino se esconde tras las mesas de despachos donde, para quienes las ocupan, no existen violaciones de los derechos humanos, solo papeles firmados, concesiones de terrenos, negocio absurdo y cruel que no repara en consecuencias y en que la vida de cada persona, es una vida enriquecedora que aporta al mundo sabiduría y energía positiva para vivir en paz y en armonía.

Cada día, cada minuto, cada segundo que el reloj de nuestras vidas avanza inexorablemente marchitando nuestra piel y sembrando de nieve nuestro pelo, se escuchan en algún rincón del mundo el tableteo de las balas mortíferas que acaban con ilusiones y sonrisas, con proyectos y ganas de vivir en un planeta donde todos cabemos en concordia. Pero la realidad de hoy es fiel reflejo de la del ayer. Gandhi levantó a un pueblo de una tierra ocupada solo con mostrar sus manos vacías y su corazón lleno de ilusiones para echar al opresor. Los Gandhi de hoy en día son asesinados y ejecutados sin que la tan llamada Comunidad Internacional pestañee. Cruces que se extienden en muchos rincones, donde se silenciaron las manos levantadas. Y el mundo sigue caminando hacia su propio muro de acero donde se estrellará sin remedio, incapaz de escuchar las voces del planeta que aclaman paz, unión y amistad.

El universo, ese que está ahí afuera y es testigo de nuestra incompetencia, desea que florezcan en la Tierra las sinergias necesarias para que gobernemos nuestras vidas con delicadeza y amor a lo vivo. Cuando paseemos por los parques,  los jardines,  los bosques o llanuras, debemos observar a esos otros seres vivos que nunca hacemos caso, a esas hormigas trabajadoras que en comunidad, granito tras granito, elaboran complejos túneles viviendo cada una de ellas por la otra. A ese pájaro cantor que alegra nuestro paseo en la más bella orquesta jamás creada por el hombre. En ese árbol, que se levanta majestuoso y que seguramente cuando partamos al infinito, siga ahí viviendo, aportando oxigeno para que todos los seres vivos del planeta puedan subsistir.

Cuando seamos capaces de amar la naturaleza, habremos conquistado seguramente el verdadero sentir de la No Violencia. Entonces sabremos también descubrir la gran belleza que tiene el ser humano y desterrar para siempre la violencia de nuestros actos, llevando  en nuestros corazones la bandera de una Tierra unida donde cada uno de los que en ella habitan, cumplen una función fundamental en la existencia del propio universo de la vida.

 

Porque B L A N C A S

Blancas son las mañanas

Blancas las banderas de mi corazón.

Blancas mis manos alzadas llamando sin cesar a la paloma blanca de la paz.

Blancas están las palabras en corazones que lloran por una guerra sin sentido.

Blancas son las líneas del ser humano belicista, cuyos ojos están tapados de lágrimas de sangre.

Blancas son las notas musicales cuando se escuchan explosiones del uno y otro bando, balas de unos y de otros doblando el sentido de la humanidad.

Blancas son mis lágrimas que no comprenden el odio y la guerra entre los seres vivos.

Blancos están mis pensamientos que solo ven tanques que avanzan siniestros en la espuma blanca de la verdad.

Blancas la pluma, viendo cómo la comunicación juega también a ser guerrero del alba.

¿Por qué tanta violencia desmedida y tanta histeria insensata, haciendo sufrir a pueblos por intereses de unos y de otros?

Son blancas las palabras que escriben esta llamada, tan blancas que no llegarán a su destino y se perderán en la alfombra del olvido.

Son blancas las banderas que hondean con tristeza el polvo cósmico de un planeta mal herido.

En blancas se convierte la esperanza perdida en el valle de la soledad amarga.

Blancas son las mariposas que vuelan buscando el rostro del amor, y cansadas caen al suelo, al no encontrar donde posarse buscando la amistad.

Blancas son los pétalos de mis lágrimas impotentes, de esa flor marchita que perece al ver cómo el horizonte de fuego siembra muerte desesperada.

Y… blancas son las botas del odio que aplastan con firmeza la libertad engañada.