Del 2 al 3 de Abril se desarrolló un Maratón mediático virtual de veinticuatro horas con el objeto de mostrar solidaridad con el pueblo cubano y exigir el inmediato levantamiento del bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba, agresión iniciada en 1962.
De la jornada organizada por el colectivo Europa por Cuba participaron cientos de medios, comunicadores y analistas de vocación internacionalista de los distintos continentes.
A continuación transcribimos la intervención del columnista de Pressenza Javier Tolcachier en dicho evento.
Quizás ustedes se pregunten si acaso es posible aplicar un enfoque no violento a un hecho de brutalidad manifiesta como la aplicación de un bloqueo de 60 años a una población vecina. O cómo es posible comentar, desde una mirada humanista, la flagrante violación de derechos humanos que representa el asedio a un Estado independiente, el intento de hambrear, empobrecer, enfermar, crear descontento social desde una visión supremacista del mundo, creyéndose dueños y señores de los destinos ajenos.
Porque éste ha sido, en pocas palabras, el corazón de la política estadounidense contra el pueblo cubano después de 1959 y no solo contra este pueblo ni tampoco solamente después de la revolución encabezada por Fidel Castro.
Pues permítanme sorprenderlos y decirles que, precisamente, uno de los principales temas de un periodismo no violento es desenmascarar y denunciar la violencia, sobre todo cuando ésta intenta recubrirse de falsos ropajes, embanderando sus atrocidades con palabras como “democracia” o “derechos humanos”.
El bloqueo que comenzó en 1962 -luego del fallido intento de reconquistar Cuba por las armas a través de una incursión de mercenarios en Playa Girón en Abril de 1961-, se encuadra dentro de la política anticomunista emanada del departamento de Estado bajo el comando de John Foster Dulles – accionista de la United Fruit Company, la transnacional cuya explotación terminó con la Revolución – quien también provocó el derrocamiento de Arbenz en Guatemala en 1954, junto a su hermano Allan, quien dirigió la CIA durante 3 presidencias consecutivas.
Pero es preciso ir más atrás para comprender la infamia del colonialismo y neocolonialismo que la Revolución cubana desafió y supo derrotar.
La historia de Cuba desde inicios de la conquista española -allá por 1492, cuando Colón desembarcó en la isla bautizándola “Juana”-, está ligada a su condición casi exclusiva de “factoría” azucarera. El cultivo de la caña de azúcar, por otra parte, estuvo asentado en la propiedad latifundista y en la explotación esclavista. Esto fue así no sólo en la Cuba hispana, sino también en todas las posesiones de ultramar francesas, inglesas, portuguesas y por supuesto, en el Sur de EEUU. Toda la población negra del Caribe y de Norteamérica llevan en el color de su piel el recuerdo de sus antecesores africanos, quienes fueron cazados en África y vendidos luego en mercados como esclavos a los prósperos y “cultos” hacendados.
Este enorme sufrimiento humano nutrió la acumulación de capital que hoy está en manos de los poderosos del Norte global, sin que todavía asome la justicia reparadora que permita el bienestar equivalente en los pueblos del Sur, condición primera para avanzar en procesos de mayor humanidad a escala global.
A partir de 1898, la bandera imperialista cambia de color pero no de usos y abusos. De la primera dominación directa norteamericana (1898-1902) proviene la base de Guantánamo (hoy prisión de alta seguridad al estilo de los antiguos enclaves situados en islas de difícil acceso) y una regulación constitucional llamada Enmienda Platt, que fue el núcleo del pensamiento que el naciente imperio yanqui reservaba a la perla del Caribe. Esa enmienda anclada en la constitución de 1901 establecía que USA, además de poder usar estaciones militares o carboníferas (importante combustible de la época), tenía derecho a intervenir de manera directa si consideraba que el gobierno autónomo de Cuba lesionaba sus intereses. Muy dudoso derecho del que hizo uso en diversas ocasiones posteriores.
Sin embargo, la pretensión de la estrategia geopolítica estadounidense, centrada en el eje imperialista que heredó de su madre patria británica, ha ido variando y multiplicando sus objetivos tácticos.
La manipulación informativa mediante estaciones radiales y televisivas destinadas a subvertir el nuevo orden revolucionario, el recrudecimiento progresivo del bloqueo extendiéndolo a cualquier empresa que ose comerciar con Cuba mediante la ley Helms-Burton, los atentados contra Fidel Castro, la falsa esperanza de que a su muerte biológica acabaría el ímpetu de la Revolución, los intentos de seducción y el apoyo a ONG’s y grupos políticos y culturales opositores, han sido algunas de las maniobras del arsenal destinado obsesivamente a barrer con el faro de rebeldía y autodeterminación que ha representado Cuba desde 1959.
Durante todo ese tiempo, pese a sus propias dificultades, el pueblo cubano ha sido solidario con causas emancipadoras, apoyando con su determinación heroica, pero también con su experiencia y conocimientos a muchos pueblos que lucharon contra la opresión y la dominación colonialista y neocolonialista.
En el mismo período, los Estados Unidos fueron la contracara perfecta de aquello, generando guerras, minando hasta la actualidad los intentos de autodeterminación, pretendiendo subordinar al planeta a su visión violenta, capitalista y enajenadora. De lo que ejemplos sobran.
Con lo que llegamos a nuestro punto central: Al constituir Cuba un ejemplo vívido de altivez, soberanía y resistencia, lo que Estados Unidos pretendió y pretende con el bloqueo es evitar que ello actúe como efecto demostración, como alternativa válida a un modelo decadente de sociedad que hambrea, empobrece, enferma, discrimina y excluye a sus propios ciudadanos.
El problema y la salida
La principal idea geopolítica del bloqueo es impedir el libre desarrollo del pueblo cubano y mostrar las supuestas consecuencias de oponerse a la voluntad imperial. Tácticas anacrónicas emparentadas con exhibir cabezas decapitadas de disidentes en la plaza pública o cercar ciudades fortificadas para dificultar el aprovisionamiento de sus gentes.
Evitar el surgimiento de modelos alternativos, la realización de nuevas utopías, la consecución de objetivos de justicia social y soberanía política son estrategias absolutamente reñidas con cualquier idea de democracia o derechos humanos y equivale en términos morales, a negar a los seres humanos y al colectivo social la posibilidad de elegir y crear su propio rumbo. Es decir, negar el principio fundamental de lo humano que es su intencionalidad, generando con ello la condición básica de toda violencia.
Por lo que el problema no es Cuba, ni Venezuela, Nicaragua, Bolivia, ni cualquier otra nación que no se doblegue a las ansias de poder imperial. El problema son los Estados Unidos y su orientación geopolítica. El problema no es el país, ni su ciudadanía – igualmente oprimida por el sistema- sino su complejo militar-industrial, su complejo financiero globalista, sus corporaciones digitales.
El problema es justificar la insana pretensión de dominación con las patrañas de un destino manifiesto hegemónico, con presunta conexión a mandatos bíblicos. El problema es la vocación de inundar el planeta con productos para la dominación cultural. El problema es el sistema capitalista. El problema, en definitiva, es el fomento de la creencia en el dinero y la posesión como valores centrales de la existencia.
¿Cómo saldremos del problema? Hoy es para todos obvio que no será con la violencia, más todavía cuando este afán militarista ha llevado a la humanidad en la actualidad a un peligro de extinción por la utilización de armamento nuclear.
Saldremos del problema cuando aceptemos que la evolución externa de la justicia social debe ser acompañada por la intención de evolución interna como especie, adoptando nuevos valores de cooperación, de unidad y de solidaridad. Saldremos del problema cuando nos encaminemos hacia una Nación Humana Universal, de tod@s y para tod@s.