Este artículo apareció originalmente en The Conversation
Daniel Pierce
Profesor adjunto de Biología, Universidad de Richmond
Sería correcto que un profesor universitario asumiera que los alumnos saben que un árbol está vivo y una roca, no.
¿O no?
Durante varios veranos, he tenido el placer de enseñar biología a monjes budistas tibetanos exiliados en la India. Este programa, llamado ETSI (Iniciativa Científica Emory-Tíbet), surgió a raíz de las conversaciones que el Dalai Lama mantuvo con investigadores de la Universidad de Emory en los años 90 y, desde entonces, se ha convertido en una forma de aprendizaje de la ciencia para monjes de todas las edades.
Las diferencias entre la biología moderna y la comprensión tradicional budista de la naturaleza pueden parecer significativas, incluso en sus definiciones de lo que está «vivo». La comprensión de la vida por parte de los biólogos incorpora animales, plantas y bacterias. Las enseñanzas monásticas tradicionales tibetanas, en cambio, basan la vida en la idea de la conciencia. Se reconoce que las bacterias y los animales, incluidos los humanos, tienen conciencia y, por tanto, se consideran seres «vivos». Las plantas, según estas enseñanzas tradicionales, no tienen conciencia y, por tanto, son «no vivas».
Pero diferencias como éstas me han llevado a comprender lo que doy por sentado en mi enseñanza en la Universidad de Richmond y lo mucho que puede enriquecerse el aprendizaje cuando damos un paso atrás para explorar juntos las cuestiones más básicas y, por ende, las más importantes. Pensar en cómo presentaría varios temas a los monjes me ha dado lecciones concretas para llevar a mis alumnos en Virginia.
Pero diferencias como éstas me han llevado a comprender lo que doy por sentado en mi enseñanza en la Universidad de Richmond y lo mucho que puede enriquecerse el aprendizaje cuando damos un paso atrás para explorar juntos las cuestiones más básicas y, por ende, las más importantes. Pensar en cómo presentaría varios temas a los monjes me ha dado lecciones concretas para llevar a mis alumnos en Virginia.
Mirar la vida de cerca
Estudio la relación entre las bacterias y las plantas. En la mayoría de los cursos de introducción a la biología, los estudiantes universitarios traen un sentido intuitivo de lo que la ciencia define como «vida», que han construido desde el jardín de infancia. Pero, ¿qué pasaría si los educadores no dieran por sentado que los alumnos «saben» lo que define a un ser vivo? O, mejor aún, ¿qué pasaría si utilizáramos las suposiciones para provocar la indagación?
Elaborar una definición de «ser vivo» puede ser una forma eficaz de introducir la indagación científica. A través de una actividad en la que los alumnos sitúen algo en las categorías «vivo/no vivo/una vez viviente», los alumnos pueden explorar preguntas en los límites. Por ejemplo, ¿es un virus un ser vivo? ¿Y la inteligencia artificial? ¿Cómo decidiríamos que hemos descubierto vida extraterrestre? Estas discusiones filosóficas sobre la vida suscitan interesantes debates en ambas culturas.
En ambos contextos educativos, podemos utilizar las observaciones de los alumnos de una muestra del agua de un estanque bajo el microscopio para discutir cómo los científicos han construido su concepto de vida, basándose en las siguientes características: algo que está formado por células, tiene capacidad de reproducirse, crece y se desarrolla, ha evolucionado, utiliza energía, responde a los estímulos y mantiene la homeostasis, es decir, una forma de mantener un nivel adecuado de todo tipo de sustancias químicas y grandes moléculas.
Diferentes biólogos incluirán o excluirán algunas de estas propiedades, y debatir si las incluimos en la definición de nuestra clase puede ser un proceso apasionante para los alumnos. Además, a menudo ampliamos esta conversación para debatir cómo ha cambiado la definición de vida a lo largo de la historia de la humanidad y considerar qué cuestiones no puede abordar la biología, como la noción de alma o el concepto budista tibetano de conciencia.
Cortesía de Dan Pierce, CC BY-NC-ND
Haciéndonos preguntas
También hay aparentes contradicciones entre las perspectivas de los científicos y las de los monjes en otros temas. Por ejemplo, las enseñanzas budistas tradicionales afirman la generación espontánea -la idea de que la vida puede surgir de la no-vida- que los biólogos rechazaron en el siglo XIX, basándose en los experimentos de Louis Pasteur y otros.
Según las perspectivas del budismo tibetano, ciertos tipos de vida, como los gusanos y las bacterias, pueden crearse a través de la «humedad». También según la opinión de los monjes, todos los animales son sintientes, es decir, tienen conciencia, a diferencia de las plantas, que no la tienen. Así es como el budismo tibetano define tradicionalmente la vida.
Para explicar el punto de vista de los biólogos, nos preguntamos: ¿Cómo pueden los biólogos demostrar realmente lo que hace que algo sea «vivo»?
La clave es el método científico, basado en pruebas y análisis. En el monasterio, los profesores de ciencias abordan las cuestiones sobre la generación espontánea o la sintiencia a través de la serie de preguntas del método: ¿Qué experimentos podrías realizar para comprobar tu hipótesis de que la vida surge de la no vida? ¿Qué controles incluirías para estar seguro de tus resultados? ¿Cómo aumentas tu confianza en las conclusiones?
Estas conversaciones ponen de manifiesto que el fundamento de la ciencia moderna, este método científico, es extremadamente compatible con el budismo que practican los monjes.
En parte, esto se debe a que el debate es fundamental para su monacato. Al igual que el método científico, el debate requiere que los participantes aborden las ideas con escepticismo y pidan «pruebas». Los budistas tibetanos practican el debate durante horas diariamente. Cuando un monje desafía a otro, se enfrentan a una idea religiosa para desarrollar una comprensión más profunda del concepto.
Aunque los científicos no practican el debate formal, ejercitamos habilidades similares cuando intentamos construir una comprensión más profunda de los procesos de la vida a través de la teoría, la experimentación y el debate con las ideas de los demás.
Donde se encuentran la ciencia y la religión
A medida que avanzamos en cualquier tipo de aula -en el monasterio o en la universidad-, los profesores y alumnos se encuentran a veces con preguntas para las que la biología no tiene respuestas satisfactorias: ¿Cuáles son los orígenes de la vida? ¿Para qué sirve el sueño?
Como profesores, podemos utilizarlas para despertar la curiosidad de los alumnos, junto con otras preguntas sobre la intersección entre la religión y la biología. Aunque a algunos les moleste la idea de que las cuestiones teológicas entren en un curso de biología, plantearlas puede atraer a los alumnos al integrar la ciencia con preguntas profundas que puedan tener sobre sus vidas. ¿Qué tiene que decir la biología sobre la evolución de las religiones? ¿Cómo influye lo que aprendemos en biología en el concepto de alma? Si creemos en la idea del alma, ¿qué organismos la tienen?
Para los monjes, esta última cuestión es fundamental, ya que el budismo enseña que toda la vida es sensible y sagrada. Cuando trabajamos con los monjes, los profesores visitantes tienen mucho cuidado de no deshacerse de los microorganismos que inspeccionamos con el microscopio, como haría en la Universidad de Richmond. Por respeto a sus opiniones, nos limitamos a verter los microorganismos fuera, en la hierba. Los monjes me han dado una nueva perspectiva sobre la experimentación, incluyendo la reconsideración de la necesidad de utilizar ciertos organismos en la investigación y la enseñanza.
La investigación científica realmente atraviesa las culturas. Y cuando nos enfrentamos a nuestras diferencias de frente, con apertura y compasión, se puede propiciar un aprendizaje más significativo tanto para los profesores como para los alumnos.
Quisiera agradecer a Gueshe Sangpo la sus ideas sobre el budismo tibetano, que han contribuido a orientar este artículo.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen