Pasaron treinta años y, aunque terminó la dictadura, la clase política, de todos los signos, no hizo esfuerzos sustantivos por democratizar la política y tampoco para modificar el modelo económico de injusticias y abusos, que instaló Pinochet con los Chicago Boys. Esa clase política se subordinó al gran empresariado para apoyarlo en la reproducción de su riqueza y, lo que es más grave, aceptó sus dineros sucios y cayó en la corrupción.
El modelo neoliberal construyó una sólida muralla que separa a los chilenos y excluye a los pueblos originarios. No todos somos iguales frente a la justicia, la vida económica, el trabajo, la salud, la educación y la vivienda y, sobre todo, el 90% de los adultos mayores sufren la precariedad de pensiones de hambre.
Pero llegó la hora. Una nueva generación se atrevió a enfrentar el modelo de injusticias. La juventud instaló la esperanza en los corazones de millones de compatriotas. Es nuestra deuda con ellos.
Primero en 2006, y luego en 2011, los jóvenes abrieron camino con su demanda por una educación sin lucro y de calidad. Pero a ello se agregaron otras luchas: las mujeres en favor de sus libertades y derechos, los medioambientalistas por la protección de los ecosistemas, los enemigos de las AFP y de las isapres por pensiones dignas y el derecho a una salud sin discriminaciones.
Jóvenes y viejos, hombres y mujeres, la diversidad sexual y los distintos pueblos que habitan nuestro territorio juntaron fuerzas e iniciaron el camino para exigir cambios en favor de la justicia y contra los abusos y las desigualdades.
La gran mayoría nacional llegó a la convicción que sin esos cambios no habrá tranquilidad en el país, sin esos cambios persistirá la inseguridad de la familia chilena y sin esos cambios el futuro de niñas y niños seguirá siendo incierto y gran parte de ellos serán empujados a la delincuencia y el narcotráfico, como sucede hoy día.
El 18 de octubre de 2019 fue un hito decisivo en la lucha por destruir la muralla que nos divide. Y luego, con la instalación de la Convención Constitucional, se consolidó la esperanza por construir un país mejor, fundado en una nueva Constitución. Porque ha quedado claro que la Constitución de Guzmán-Pinochet sólo ha servido para el enriquecimiento de una minoría y la conculcación de los derechos de la mayoría.
La elección de Gabriel Boric es la resultante inevitable del movimiento secundario del año 2006 y que culminó con el inicio de la discusión constitucional. Ahí está su experiencia, la que no tuvieron las viejas generaciones para desafiar el modelo existente. El Partido del Orden ha sido derrotado, pero todavía despliega sus manotazos amarillos.
Boric ha manifestado un claro compromiso con la defensa de las libertades conquistadas y ahora se propone impulsar las transformaciones que demanda la ciudadanía. Esas transformaciones son la mejor garantía en favor de la paz y seguridad. Vivimos un momento decisivo. Se juega el destino del país.
Reformas estructurales del nuevo gobierno
Las reformas que compromete el programa de Boric permitirán construir una sociedad decente, más justa y equilibrada. Son reformas que duelen a los poderosos, pero resultan ineludibles para construir tranquilidad social y avanzar hacia el desarrollo económico. Destacan especialmente:
- Terminar con el lucro en el área social para que la educación, la salud, la previsión y la vivienda sean derechos sociales universales.
- Transformar el modelo productivo rentista-extractivista para construir una economía diversificada. Y que la agregación de valor, junto a la ciencia y tecnología, permitan recuperar el crecimiento y elevar una estancada productividad.
- Construir una economía diversificada para ofrecer trabajo de calidad a todas las chilenas y chilenos y terminar con la precariedad y la informalidad laboral.
- Avanzar hacia una real descentralización regional para que se haga efectiva la democracia política y para que la economía despliegue todas sus potencialidades, hoy día limitada por el centralismo.
- Terminar con la represión a los derechos sociales, políticos y económicos de la mujer, con salario igual para hombres y mujeres; y la instalación de un Sistema Nacional de Cuidados que reivindique y valores el trabajo de la mujer en la casa.
- Favorecer una decidida protección del medioambiente y la defensa de los ecosistemas por sobre cualquier interés económico empresarial. Esta es la garantía para terminar con las zonas de sacrificio, defender las comunidades y proteger la fauna y flora de nuestro país.
- Favorecer la recuperación del Estado como emprendedor y sobre todo defensor de los más débiles. Un Estado activo que termine con la subsidiaridad instalada en la Constitución del 80.
- Un real compromiso con el derecho de los pueblos originarios para construir su propio destino en lo económico, político, social y cultural.
- Impulsar una política internacional que sea funcional a las transformaciones económicas y sociales que se proponen. Esto significa alianzas prioritarias con países que valoran los derechos sociales universales y también con aquellos que han marchado por el camino de transformaciones productivas. Y, por cierto, terminar con la retórica de la integración regional para avanzar en un efectivo compromiso de alianzas diplomáticas y económicas con los países de América Latina.
Las tareas de transformación no son fáciles de llevar a cabo. Exigen una potente acumulación de fuerzas para enfrentar el poder económico y el Partido del Orden, que cruza transversalmente la política chilena, hoy día teñido de amarillo.
El gobierno de Boric deberá apoyarse fundamentalmente en el movimiento social para impulsar el desmantelamiento del neoliberalismo. En primer lugar, en los trabajadores, verdaderos generadores de la riqueza, los que hasta ahora han sido convertidos en instrumentos desechables para enriquecimiento del 1% de la población.
En segundo lugar, las mujeres, aplastadas por las injusticias de larga data, y que ahora, con la paridad y el Sistema Nacional de Cuidados, se convertirán en un potencial inédito para el desarrollo económico el país.
En tercer lugar, los pequeños y medianos empresarios acorralados por las colusiones del gran capital y acogotados por la inexistencia de apoyo del Estado, así como por los elevados créditos del sistema financiero, incluido el Banco del Estado.
En cuarto lugar, las organizaciones sociales y territoriales, que a lo largo del país podrán reconocerse en un sistema descentralizado y ofrecer sus iniciativas económicas y políticas al poder central.
Finalmente, en la economía concentrada y abusadora en que vivimos, es preciso convertir a los consumidores en una fuerza de apoyo al gobierno transformador para enfrentar, sin vacilaciones, la colusión y favorecer la competencia.
La firmeza del nuevo gobierno y la fuerza de las movilizaciones sociales son la mejor garantía para enfrentar los chantajes de aquellos que intentan frenar las transformaciones. El Partido del Orden, sus operadores amarillos y el Senado oligárquico no tienen el poder suficiente ni para debilitar la Convención Constitucional ni para desafiar las iniciativas de un gobierno que cuenta con el apoyo mayoritario de la ciudadanía.
Se ha abierto, entonces, el camino para derribar la muralla que nos divide. Tenemos la apremiante urgencia del ahora. Es el momento de iniciar los cambios que necesita nuestro país para unir a toda la familia chilena y también para reconocer las demandas de los pueblos originarios. La esperanza debe hacerse realidad.