Desde el regreso a las clases presenciales hace pocas semanas, hemos visto a través de los medios de comunicación y redes sociales diversos hechos de violencia en establecimientos educacionales y en diferentes lugares del país. La gran diferencia no son las agresiones, sino que la gran atención y difusión de estos episodios.
Para nosotros en Fundación Semilla esto no es nada nuevo. No culpemos a la falta de socialización de niñas, niños y jóvenes por no asistir a clases de manera presencial como consecuencia de la pandemia de Covid-19. La verdad es que es el resultado de una sociedad violenta, que no cuenta con las habilidades para resolver sus diferencias de manera pacífica y un sistema educacional autoritario, que no prioriza la educación socioemocional. Lo vemos a diario, entre otros, en las calles, barrios, condominios y, por supuesto, en las escuelas.
Lo que sí cambió es que las comunidades escolares han dejado de ver el acoso, el abuso, el matonaje y las agresiones como algo normal y, con la ayuda de las tecnologías y las redes sociales, están visibilizando y haciéndose cargo de la realidad cotidiana que se vive al interior de las escuelas, liceos y colegios. En Chile se ha producido un despertar que visibiliza y condena la violencia.
En nuestra trayectoria de 16 años en Semilla, hemos estudiado la violencia en contextos escolares y realizado trabajos en muchos establecimientos educacionales. La mayoría de ellos hicieron suyas nuestras recomendaciones, pero otros, simplemente adornaron sus repisas con los informes o nos dijeron que estábamos “ideologizados”.
Una vez más repito: el antónimo de violencia es convivencia. Pero a la convivencia, no se llega simplemente por la aplicación de un manual impuesto desde la autoridad o por una cultura punitiva que impone sanciones desde la amonestación hasta la expulsión, en el caso de estudiantes, o de desvinculación para las y los trabajadores de la educación.
La participación es la nueva convivencia en Chile. Quien diga tener la varita mágica para terminar con la violencia en contextos escolares está ofreciendo ilusiones. La violencia es multifactorial y cada comunidad escolar debe buscar su propio camino, que responda a su entorno cultural y territorial siempre apoyados por conocedores del tema.
A nivel mundial, hay poca disponibilidad de herramientas pedagógicas para apoyar la educación socioemocional y los procesos de participación, pero buscando se logra encontrar. Hay que ser cuidadosos con otro tipo de “recetas”, como por ejemplo los seminarios y charlas con un “experto” exponiendo y la comunidad escolar escuchando. Eso genera una falsa sensación de estar abordando el desafío de reducir la violencia.
La participación es una metodología de trabajo y no es la solución en sí misma. Debemos recuperar la participación como una instancia de reflexión y acción vinculante. La legitimación de los procesos participativos es la clave para validar sus resultados y para lograr que estos sean apropiados por toda la comunidad escolar. Solo así podremos comenzar a reducir la violencia en los contextos escolares.