Por Ovidio Bustillo.
La guerra es el fracaso de su axioma más repetido, “si quieres la paz, prepara la guerra”. Es un fracaso militar que nos arrastra a todas, no sólo a las víctimas directas de la destrucción y la muerte, porque todas sufrimos de muy variada manera la guerra y su preparación. Estamos financiando un costoso ejército, producimos y vendemos armas, adiestramos a los soldados para que obedezcan, nos emocionamos e intoxicamos nuestro cerebro con arengas patrióticas… ¡Ahora, que ha estallado la guerra, pidan cuentas a quienes les prometieron paz preparando la guerra! Ciertamente la paz es mucho más que la ausencia de guerra, pero el hecho de la guerra es la evidencia de la no-paz, del fracaso militar.
Desde el mundo de la noviolencia y el antimilitarismo no nos creemos que el ejército sea necesario para nuestra seguridad. Más allá de convicciones o creencias, cualquier español que haga un estudio mínimamente crítico de la historia de España en los últimos siglos verá que el ejército ha sido una amenaza constante para la población, un buen guardián de las clases privilegiadas , pese a algunas “asonadas progresistas”, porque la violencia nunca trae progreso.
La cultura militar en la que estamos inmersos nos aboca deliberadamente a tener que elegir entre la la guerra o el martirio; la violencia o la resignación; defender al débil con las armas o ser un despreciable insolidario. Nada más lejos de la realidad; es la violencia y la guerra quienes despojan al débil de sus derechos y hasta de su vida, porque en la guerra todo está permitido, es la imposición del terror, la suspensión de los derechos humanos.
Entre la violencia y la resignación siempre hay otras vías y la historia nos muestra que son eficaces, salvan vidas y deslegitiman el uso de las armas. Tenemos guerra porque invertimos en solucionar los conflictos con la guerra. Tendremos paz si invertimos en construir realidades de paz y aprendemos a resolver de forma pacífica y dialogada los conflictos.
Hay experiencias exitosas de trabajo por la pacificación a muy distintos niveles, desde educadores que enseñan en sus aulas a resolver los conflictos con justicia, pasando por comunidades que han sabido hacer frente a la violencia militar, paramilitar y guerrillera, como las colombianas, hasta luchas de mayor envergadura como la independencia de la India o la superación del apartheid en Sudáfrica, sin la necesidad de un ejército.
Consternadas como estamos por la crueldad y la barbarie de la guerra, valoramos algunos gestos, como los de la población civil rusa, que sale a las calles a decir NO a la guerra, la de intelectuales, periodistas y artistas o una anciana que se manifiesta con un cartel para pedir la paz. Hay miles de personas detenidas, que serán acusadas de atentar contra la patria, ser ciudadanos indeseables vendidos al enemigo y que es muy probable que acaben en prisión. Acciones tan sencillas como salir con un cartel en blanco ponen en cuestión al sistema y le obligan a una represión absurda. No son cobardes ni se resignan ante la violencia de su propio ejército.
¿Se imaginan que hubiéramos sido educadas para la paz y para responder organizadamente a las injusticias? ¿Se imaginan que en vez de ser miles fueran millones las personas que en Rusia se levantaran organizadamente contra la guerra? Pues hay que empezar a imaginarlo porque la realidad es demasiado preocupante como para no cambiar de rumbo. Como la imaginación es libre – por ahora – también podríamos imaginarnos a millones de ucranianos saliendo a las calles hace años, clamando por el respeto y la convivencia con sus hermanos del Donbas y contra quienes alimentaban el odio, enviaban armas y bombardeaban. Igual nos hubiéramos ahorrado una guerra.
Aunque poco conocidas, hubo también resistencias al nazismo que salvaron muchas vidas. Especialmente interesante es el caso de Dinamarca que centró su resistencia en multitud de acciones de desobediencia civil y no-colaboración. Sin retroceder tanto, podemos aprender de la resistencia que los pueblos de Myanmar están librando contra el golpe de estado militar. Llueve sobre mojado y ya había cierta cultura de resistencia civil. Lo cierto es que la Junta Militar, un año después del golpe, sigue sin controlar la situación y sus intereses económicos se resienten por el boicot de la población a las empresas militares.
¿Por qué pues, no se entrena a la población para defenderse de un posible agresor? Muy sencillo, porque un pueblo entrenado en la defensa civil noviolenta no solo es capaz de enfrentarse a un enemigo exterior sino también a un golpe militar, a un gobierno autoritario, a las injusticias crónicas de nuestro sistema y a las arbitrariedades de cualquier gobierno. Es más fácil gobernar a un pueblo temeroso, controlado y adoctrinado que a un pueblo empoderado.
La pregunta ahora es ¿Por qué organizaciones que dicen buscar un cambio, como sindicatos, asociaciones vecinales, ayuntamientos, partidos políticos, iglesias, ONGs… no entrenan a la población en las técnicas de protesta, no-colaboración y desobediencia civil? Sería clarificador saber su respuesta.
Mientras sigamos asumiendo que nuestra seguridad está en manos de una élite experta militar, seguiremos siendo rehenes y estando protegidas como menores de edad, sin poder preguntarnos, y mucho menos decidir, qué queremos defender, de quién tenemos que defendernos y cómo nos vamos a defender.
En España, pese a 40 años de una cruel dictadura militar, también hay una buena tradición del NO a la guerra, comenzando por las guerras coloniales que, a comienzos del siglo pasado desangraron a la juventud más pobre que no tenía dinero para librarse de ir a una guerra en la que la patria no estaba en peligro, pero sí los intereses económicos de la clase dominante y el prestigio de un ejército derrotado en Cuba. Militarismo e intereses económicos iban de la mano, como en tantas ocasiones.
Especial interés tiene la lucha noviolenta que en los años setenta comenzaron objetores de conciencia contra la esclavitud del servicio militar obligatorio. Aunque la lucha fue noviolenta, los sucesivos gobiernos de derecha e izquierda, tras la modélica transición, no dudaron en intentar desprestigiar y demonizar la lucha de quienes se negaban a ser entrenados para la guerra. Entre objetores e insumisos, pasaron más de mil años en prisión, antes de la suspensión del servicio militar obligatorio. Hoy, los objetores, insumisos o desertores que vienen de la guerra en Ucrania tampoco son bien recibidos, y se les niega el asilo.
Aunque no aparezcan en TV, sigue habiendo luchas contra la guerra y su preparación. Enumero algunas: Contra la militarización del territorio que suponen los campos de entrenamiento militar y otras instalaciones, como Bardenas, Viator o la sierra de Aitana. Contra la Banca Armada, responsable por su financiación de que se fabriquen dos tercios de las armas, destacando en España el BBVA y el Banco Santander. Contra las ferias de armas en las que los señores de la guerra hacen sus negocios criminales, lavándose luego las manos. Por la objeción fiscal, negándose a pagar en la declaración de la renta la parte destinada al gasto militar. Contra la utilización de los puertos españoles para abastecer la guerra. Especialmente exitosa fue la protesta en el puerto de Bilbao con el lema “La guerra empieza aquí, parémosla aquí”.
Sigue habiendo colectivos noviolentos y antimilitaristas por todo el estado, con personas con muy buena preparación aunque no sean invitadas a tertulias en los grandes medios. Y sí, también hay una asociación de “ayuntamientos por la paz”. En definitiva, el campo está abonado para sembrar semillas de paz; pero falta voluntad política y compromiso para que no solo nos lamentemos de la guerras sino que las hagamos imposibles, desmilitarizando las mentes, los territorios y las economías para vivir en una sociedad civilizada en paz, en espacios de colaboración, convivencia y apoyo mutuo, como fundamento de una verdadera seguridad.