Por: Rodrigo Arce Rojas*
Nuestras palabras guía, aquellas poderosas palabras que nos orientan, nos encaminan, nos motivan, importan mucho. Las palabras habladas no son entidades etéreas que se las lleva el viento e inclusive las palabras imaginadas sin ser proferidas tienen efectos profundos en nuestro ser. Las palabras no son si no uno de los elementos del complejo cuerpo-fisiología-mente-acción en un medio que a su vez recoge la historia y se expresa en el espacio-tiempo. No hay forma de aislarlo más allá que lo compilemos en un diccionario. Cada palabra carga significados y significantes que expresan la totalidad de nuestro carácter biopsicosociocultural. Somos en sociedad, somos en historia, somos en intersubjetividades.
Es así que durante los últimos 70 años hemos apelado a la palabra “desarrollo” como imagen central para motivarnos en todas las escalas y al asumirla hemos cargado con toda su familia con palabras y frases tales como progreso, modernización, crecimiento infinito, producción, productividad, competitividad, entre otros elegantes parientes lingüísticos. Su fuerza y su poder es tal que no concebimos otra forma de vida y lo hemos ataviado de una forma tal que concebimos que en la fiesta de la vida nada sería posible sin su omnipresencia. Así hablamos de desarrollo local, desarrollo territorial, desarrollo endógeno, desarrollo humano, desarrollo humano sostenible e inclusive de desarrollo sostenible. Entonces pensamos que hemos llegado al apogeo de la evolución civilizatoria y que ya no es posible pensar en otra forma de desarrollo pues la paradójica combinación entre desarrollo y sustentabilidad logra la solución mágica de integrar todo de manera perfectamente equilibrada y armónica.
Aunque no se duda de las buenas intenciones con las que se ha construido el concepto de desarrollo sostenible o de las grandes acciones transformadoras que se ha logrado, la sostenida crisis civilizatoria que se manifiesta en crisis (o catástrofe) ambiental, crisis política, crisis social, entre otras crisis, nos pone de manifiesto que no hemos logrado el mundo justo y armónico que habíamos soñado. Es así que tal parece que la palabra desarrollo ha sido como una ilusión óptica en el desierto que lo vemos pero nunca llegamos, es como si persiguiéramos al fantasma del desarrollo (Kothari et al., 2019) siempre esquiva, siempre evanescente. El desarrollo y su apuesta frenética como la única solución, llamado desarrollismo, ha provocado tantos mal desarrollos que hay quienes han expresado “si esto es desarrollo, entonces no quiero desarrollo” (Estermann, 2013).
Locura dirán algunos, insensatez dirán otros, sacrilegio dirán los acólitos del neoliberalismo o incluso los no liberales y los más pragmáticos dirán ignorancia total ¿Cómo es posible cuestionar al sacrosanto concepto de desarrollo? Pero el problema de fondo es que aunque muchos conceptos han evolucionado, tanto en términos sociales y ambientales, todos somos conscientes que la persistencia por el crecimiento infinito en un planeta finito se mantiene. Hemos cambiado muchas cosas, y muchas para bien, otras no tanto, pero lo que no hemos cambiado es el estilo de vida, el modo de producir, el modo de transformar, el modo de distribuir y el modo de consumir, en consecuencia no vamos a la raíz de la situación actual dominado por las fuerzas de la acumulación de capitales que además son considerados sustituibles. Todo ello a llevado a la mercantilización total, mercantilización de la naturaleza, mercantilización de la política, mercantilización de la sed de espiritualidad, mercantilización del cuerpo, mercantilización de la educación, entre otras tantas mercantilizaciones que no hacen si no expresar el reduccionismo monetario. ¿No estamos viendo acaso que el tema ambiental se reduce a ponerle precios a “los bienes y servicios de la naturaleza”? ¿No estamos presenciando la devaluación de la palabra “pueblo” en nombre de la democracia y la gobernabilidad? Zygmunt Bauman (2000) ha descrito de manera genial a la modernidad líquida para referirse a los contextos líquidos que actualmente vivimos en la sociedad, el amor y otras tantas manifestaciones humanas (gobierno líquido, congreso líquido, política líquida, políticos líquidos, educación líquida…).
Es entonces cuando caemos en cuenta que ha llegado la hora de repensar nuestras palabras guía. Desde las corrientes del postdesarrollo se formulan alternativas al desarrollo como por ejemplo el concepto contenedor de Buen Vivir, como inspiración y aspiración para incorporar nuevas palabras guía, más allá que sea un proceso en construcción.
Entonces nos preguntamos ¿Qué tal si nuestra suprema motivación es el respeto a la vida en todas sus manifestaciones (humana y no humana)? Si esto fuera así acabaríamos con todas las expresiones que separan unos humanos de otros y los humanos de los otros no humanos. Entonces no mediríamos nuestros avances únicamente en términos de ingresos económicos si no en términos de condiciones objetivas y subjetivas creadas para la exaltación, celebración y respeto a la vida total.
¿Qué tal si las motivaciones de nuestras palabras guías serían todas las justicias, justicia social, justicia económica, justicia ambiental, justicia ecológica, justicia climática, justicia hídrica, justicia cognitiva o epistémica, justicia lingüística, entre otras justicias? Seguramente estaríamos más preocupados en la integración armoniosa y dialogada que en la asimilación forzosa, en la domesticación, en la homogeneización unilateral desde el lado del poder, en generar oportunidades para todas y todos. Seguramente pensaríamos en la necesidad de reencontrarnos con nuestra humanidad y entre la humanidad y la naturaleza que nunca nos separamos pero que interesadamente fraccionamos a favor del interés humano.
¿Qué tal si las motivaciones de nuestras palabras guías se generaran desde los afectos de todo tipo, afecto para uno mismo, para con la sociedad, para con la naturaleza, para con el cosmos? Seguramente recuperaríamos el valor universal del amor en todo el cosmos. Desde la afectividad ambiental por ejemplo repensaríamos muchas de las acciones que causan daño, deterioro, contaminación. Veríamos el valor de la vida no humana y de la vida no humana entrelazados ambos por el origen común. Entonces superando la devoción extrema de lo racional para recuperar la integralidad del ser en sociedad y en naturaleza, desde la complejidad de la socionaturaleza. Entonces se entenderá nítidamente cuando el escribano de la desmesura expresa:
Si lo ilógico se torna dulzor, si los sentidos implosionan y explosionan en febril coreografía entonces florece el sol en tu alma.
¡Cómo enamoras cuando pronuncias la palabra «ecosocial» Poética del sur que le canta a la simbiosis.
De tantas metateorías y metalenguajes me encontré con la metafísica de tu sonrisa que entrelaza lo posible con lo imposible
Cuando veo tu sonrisa me doy cuenta que no hay distinción entre física y metafísica. Sólo hay vibrante conmoción cósmica.
(*) Doctor en Pensamiento Complejo por la Multidiversidad Mundo Real Edgar Morín de México. Magister en Conservación de Recursos Forestales por la Universidad Agraria La Molina, Perú.
Referencias
Bauman, Z. (2000). Modernidad líquida. Epulibre.
Estermann, J. (2013). Crisis civilizatoria y Vivir Bien, Polis [En línea], 33. Publicado el 23 marzo 2013, consultado el 11 de marzo de 2022. URL : http://journals.openedition.org/polis/8476
Kothari, S., Salleh, A., Escobar, A., Demaria, F. y Acosta, A. (2019). Prefacio de los editores. En S. Kothari, A. Salleh, A. Escobar, F. Demaria y A. Acosta (Coords.), Pluriverso un diccionario del posdesarrollo (pp. 29-56). Barcelona: Icaria Editorial.