Por Carmen Díaz Paniagua¹/The Conversation
Las lagunas de Doñana dependen de las aguas subterráneas, son puntos de descarga del acuífero y se inundan según las variaciones que sufre la capa freática a lo largo del año. Cuando las lluvias recargan el acuífero, el nivel de las aguas se eleva y aflora en superficie formando las lagunas, mientras que en verano la capa freática está más profunda y las lagunas se secan.
El acuífero de Doñana, además de alimentar a las lagunas, sufre muchas extracciones. Las principales corresponden al agua que se utiliza para riegos y también son importantes las que se usan para abastecer algunas poblaciones, como los núcleos turísticos de Matalascañas o Mazagón.
Cuando no llueve, en un año de sequía, el acuífero no se recarga y las lagunas tienen problemas, ya que el nivel freático no llega a la superficie. Asimismo, cuando se producen muchas extracciones de agua del acuífero, la capa freática se va quedando cada vez más profunda, con lo que las lluvias de otoño y las invernales no llegan a elevar suficientemente la capa freática para que se produzcan descargas en superficie, y cada vez se inundan menos lagunas, o las que se llenan mantienen una inundación muy corta.
Al incrementarse la superficie regable que se sitúa encima del acuífero, se incrementan las extracciones de aguas subterráneas, perjudicando enormemente, no solo a los ecosistemas acuáticos de Doñana, sino también a toda su flora y fauna. Por tanto, la conservación de Doñana está realmente librando una dura batalla por el agua, que por ahora van ganando los agricultores.
Un poco de historia reciente
En el siglo XX, en las décadas de los años 60 y 70, científicos y naturalistas nacionales e internacionales resaltaban la importancia de la riqueza faunística de los humedales de Doñana. Esto justificó la creación del parque nacional como medida legal que garantizara la protección de sus ecosistemas.
La conservación de la biodiversidad de Doñana se garantiza con la protección de sus humedales, que en gran parte dependen de las aguas subterráneas. La ley de 1979, creada específicamente para proteger este parque nacional, ya incluía en uno de sus primeros artículos la capacidad del Gobierno de limitar o suspender cualquier actividad que pudiera afectar a la cantidad o calidad de las aguas del parque nacional.
Por aquella época, Doñana tenía ya una repercusión exterior: se incluyó en la lista Ramsar, en la que solo se encuentran humedales bien conservados de importancia internacional. Posteriormente se incluiría también entre los lugares que se consideran patrimonio de la humanidad por la UNESCO.
Sin embargo, a partir de los años 50 se empezaron a promover políticas de desarrollo agrícola y urbanístico en la zona, que se enfrentaban a las políticas de conservación de Doñana. En los años 70 se promulgó el plan Almonte-Marismas, que proponía convertir en zonas regables más de 150 000 ha, de las que 35 000 corresponden al manto eólico que rodea al parque nacional.
A partir de 1980 comenzó esta transformación y la expansión de invernaderos en el área, que desde entonces captan aguas del acuífero para sus riegos, causando un gradual descenso de los niveles de la capa freática. En estos años se construyeron también áreas dedicadas al turismo, con captación de aguas subterráneas para el abastecimiento de la población, lo que incrementó notablemente los efectos sobre el acuífero.
En particular, los pozos de abastecimiento de las urbanizaciones de la playa de Matalascañas provocaron la inversión de los flujos de aguas subterráneas, que pasaron de ser emergentes a descendentes, lo que ha causado la desecación de algunas de las más importantes lagunas de Doñana.
Entre finales de los años 80 y principio de los 90, algunos informes de expertos y artículos científicos advertían ya sobre el impacto negativo que los descensos de las aguas subterráneas podrían ocasionar sobre las lagunas de Doñana, prediciendo su desecación o el acortamiento de su periodo de inundación. A pesar de estas advertencias, la superficie de invernaderos se ha seguido multiplicando, incrementándose en un 487 % desde 1995 a 2016.
Impacto sobre la conservación de los humedales
Las extracciones de aguas subterráneas han causado descensos importantes en los niveles del acuífero, que ya se describían como acusados entre el año 1974 y 1990, y que llegarían a bajar posteriormente mucho más.
El acuífero de Doñana es muy grande. Se sitúa bajo una superficie de unos 2 600 km². En 2008, se percibían sobre él dos áreas donde se producían grandes conos de depresión de los niveles. Correspondían a las zonas donde se concentraba la mayoría de los regadíos: al sur de Villamanrique y al norte de El Rocío.
En lo que respecta a las aguas superficiales, la mayoría de los medios acuáticos de Doñana son temporales, es decir, se inundan en periodos lluviosos, pero se secan completamente en verano. Estudios realizados con teledetección para estimar la superficie inundada de las lagunas de Doñana han detectado el acortamiento del periodo de inundación de las lagunas del parque. A la vez, se ha observado la desecación de algunas de las lagunas más importantes.
Una herramienta que evidencia claramente el deterioro y la pérdida de las lagunas es el análisis de la vegetación que crece en el interior de las cubetas lagunares. Lagunas que hace pocos años se inundaban y mantenían vegetación acuática en su interior, en la actualidad nos muestran toda su cubeta llena de vegetación terrestre: pinos, jaguarzos, aulagas, brezos y zarzas, clara evidencia de que ya no son lagunas.
Estamos apreciando esta tendencia especialmente en la mitad norte del parque, donde aproximadamente un 60 % de las lagunas no se han inundado desde 2014 hasta la actualidad, y están siendo colonizadas por vegetación terrestre. Ante esta evidencia, ya no se puede negar el riesgo crítico en que se encuentran las lagunas de Doñana.
El periodo de inundación de las lagunas está relacionado con la profundidad de la capa freática, pero también con la cantidad de precipitaciones que se producen cada año. Es cierto que en la última década no ha habido años con grandes precipitaciones, y esto incrementa los problemas de las lagunas. Sin embargo, las tendencias de desecación se están observando desde mucho antes.
En anteriores periodos de largas sequías (1982-84 o 1991-95) se produjeron también episodios similares de escasa inundación, de los que el sistema se recuperaba si se sucedían años con precipitaciones normales o abundantes.
Actualmente se ha perdido esa capacidad de recuperación. Con un solo año de bajas precipitaciones, como fue el año 2012, el sistema se deterioró a pesar de que los dos años anteriores fueron muy lluviosos. Y todavía se produjo mayor desecación al año siguiente, 2013, en el que se alcanzaron los valores medios de las precipitaciones del área.
Hacia la legalización de más zonas regables
Los niveles del acuífero se miden a través de piezómetros, tubos verticales en los que se registra la profundidad a la que se encuentra la capa freática. Los descensos de los niveles del acuífero se pueden observar en los aproximadamente 150 piezómetros que hay en Doñana. Como ejemplo, podemos observar en la imagen que sigue a este párrafo los de un piezómetro situado al norte del parque nacional, en el Coto del Rey, donde se aprecia que la capa freática ha descendido unos 6 m entre 1983 y 2020.
Si estos datos los comparamos con la extensión de invernaderos estimada a partir de las imágenes de satélite en el área que cubre al acuífero, se aprecia que el gran incremento que ha sufrido la extensión cultivada en la última década coincide con el acusado descenso de los niveles de las aguas subterráneas.
Desde los años 80 se está alertando sobre la necesidad de reducir las extracciones del acuífero para conservar los ecosistemas acuáticos de Doñana. Hasta 2014, con la aprobación del Plan Especial de la Corona Forestal, no se había tomado ninguna decisión o medida que paliara el continuo deterioro que se venía observando. En este plan se limitaba el número de hectáreas regables, manteniendo una extensión similar a la cultivada en 2004.
A partir de la aprobación de este plan, comenzaba a verse cierta tendencia por parte de la Administración a mejorar la crítica situación en la que se encuentra el acuífero de Doñana, intentando ofrecer medidas de reducción de las extracciones. Cuando, por fin, la balanza parecía inclinarse hacia la conservación de Doñana, en 2022 surgen cambios políticos que vuelven a inclinar la balanza hacia la agricultura.
Observando la gráfica que enfrenta niveles del acuífero y hectáreas cultivadas, se pueden entender los cambios que de nuevo amenazan: el Plan de la Corona Forestal admitía las concesiones de riego otorgadas hasta 2004. La nueva propuesta aprobada en 2022 pretende admitir como regable toda la extensión cultivada hasta 2014. En el ejemplo del piezómetro que mostramos, esto correspondería a añadir un descenso piezométrico de 2,6 m a los 3,4 m que ya se detectaban en 2004.
Las lagunas de Doñana no son profundas. La mayor laguna de Doñana, la laguna de Santa Olalla, tiene actualmente una profundidad máxima de alrededor de 3 m, aunque en verano está alcanzando una profundidad inferior a 1 m. Un descenso de 3 m en los niveles del acuífero en sus proximidades supondría la desaparición de esta laguna y, con ella, de todas las lagunas de Doñana.
Un descenso adicional de 2,6 m como el observado en el piezómetro del Coto del Rey entre 2004 y 2014, supone que tiene que llover mucho más que antes para que cada año comience la inundación de las lagunas temporales, por lo que, con valores medios de precipitación, la mayoría de las lagunas de esta zona no se inundarán o lo harán con muy escasa permanencia del agua en superficie.
Sin embargo, las previsiones de cambio climático predicen menor cantidad de precipitaciones, por lo que si queremos conservar Doñana, lo que deberíamos hacer es poner medidas que compensen los efectos del cambio climático: reducir las extracciones, y permitir solo las cantidades que garanticen que se mantienen los ciclos de inundación que requiere la conservación de la flora y fauna acuáticas del parque.
Consecuencias sobre la biodiversidad
Las lagunas de Doñana mantienen una gran biodiversidad gracias al amplio gradiente del periodo de inundación que caracteriza a este sistema, ya que alberga tanto a especies de ciclos de vida largos (en lagunas de larga inundación) como cortos (en las lagunas más efímeras). Hay que destacar que, al tratarse principalmente de lagunas temporales, preservan especies acuáticas singulares, capaces de resistir periodos de desecación, incluyendo especies raras y amenazadas.
Con los descensos de las aguas subterráneas, las lagunas de larga duración acortan su periodo de inundación, y las de periodos más efímeros ya no se inundan. Las especies de fases acuáticas más largas son las más afectadas. Por ejemplo, el sapo de espuelas, que es uno de los anfibios de esta zona con periodo larvario más largo, era una de las especies más abundantes en Doñana en los años 60. Hoy día, la especie más abundante es el sapo corredor, cuyas larvas se encuentran entre las de más corto desarrollo larvario.
Igualmente, el número de especies de libélulas se ha reducido de 42 especies que se observaban antes de los años 80, a alrededor de un máximo de 25 especies que llegamos a observar en la actualidad, entre las que predominan las especies más tempranas o de más corta fase larvaria.
La rica vegetación acuática de Doñana está perdiendo especies asociadas a lagunas de larga inundación, como ocurre con plantas acuáticas flotantes amenazadas, o especies del género Potamogeton, que actualmente quedan restringidas a lagunas mantenidas artificialmente.
En general, los descensos del acuífero conllevan no solo la pérdida de lagunas, sino también una importante pérdida de biodiversidad, que es la que hasta ahora definía la exclusividad de Doñana. Admitir el nivel de extracciones que se ha mantenido en los últimos años no permite conservar los ecosistemas acuáticos de Doñana, sino que los condena a desaparecer.