Por Luis Casado
De mis peregrinaciones profesionales, que me llevaron a los cinco continentes, retiré una enseñanza: a pesar de sus denodados esfuerzos, el mundo no se resume a lo que llaman ‘occidente’, o ‘comunidad internacional’, apelativo que como dice Régis Debray, fue acaparado por EEUU y su protectorado europeo. Menos del 12% de la población mundial.
Por decir algo, Sudamérica, Malasia, Etiopía y una larga lista de países y regiones del mundo, no son parte de esa tan breve ‘comunidad internacional’ que acapara el monopolio de la opinión planetaria.
Hace años, paseando en el aeropuerto de Changi, en Singapur, quedé atónito al ver en escasos minutos más diversidad de pueblos, etnias, culturas, idiomas, dialectos, vestimentas, colores de piel, religiones, músicas y alimentos que los que había conocido en toda mi vida. Parte de ese 88% que no cuenta.
Abreviar el mundo a ‘occidente’ tiene ventajas: así se puede masacrar en Palestina, Yugoslavia, Irak, Irán, Yemen, Malí, Libia, Siria, Afganistán… sin que haya sanciones de ningún tipo, visto que ‘occidente’ y la ‘comunidad internacional’ están del lado masacrante. A los palestinos, yugoslavos, iraquíes, iraníes, yemenitas, malianos, libios, sirios y afganos… les pueden dar por saco. El tiempo que haga falta: el drama palestino tiene ya, lo sé de memoria, 73 años: nací en 1948, el año de la Nakba, el “desastre”, el año en que inventaron Israel sobre un territorio poblado por árabes.
Cuando Rusia invadió Ucrania, la condena de ‘occidente’ y de la ‘comunidad internacional’ fue total. El mundo entero se alzó contra Rusia. ¿En serio? Países como India y China se abstuvieron. Como se abstuvo Senegal, ex colonia francesa en la que la ‘influencia’ de la Metrópolis aun se deja sentir. Y aun otros países que estiman que en el tema ucraniano la OTAN lleva una pesada responsabilidad ocultada por la prensa, la radio y la TV ‘occidental’. Esta última –y mido lo que digo– adoptó un método goebbeliano para informar: cualquier mentira estúpida pasa disimulada entre medias verdades, y al final algo queda.
Es el momento de decir que soy partidario de la PAZ. Que no aplaudo ni la guerra de Ucrania, ni las otras. Ninguna. Pero tampoco soy imbécil. Los EEUU y sus colonias no me harán olvidar que la OTAN es un instrumento de dominación al servicio del Imperio, y que no hay guerra en el mundo, del 4 de abril 1949 en adelante, en la que la OTAN no haya sido el principal responsable. ¿Las guerras de independencia? En ellas los EEUU sostuvieron a los poderes coloniales como la soga sostiene al ahorcado: de ese modo acrecentaron su poder y su influencia. En algún caso se vieron directamente involucrados por decisión propia, y así les fue: piensa en Vietnam.
Para construir sus propios argumentos, la prensa ‘occidental’ afirmó primero que Ucrania no tenía mucho, más bien nada, que ver con Rusia. De ese modo quedaba claro el derecho de Ucrania a su independencia. Luego, para argüir que muchos rusos están en contra de la guerra, dijeron lo contrario: hay muchos lazos entre ucranios y rusos. El cinismo en materia de “información” es alucinante. Nada nuevo bajo el sol: para destruir Yugoslavia la OTAN toleró e incluso estimuló la tristemente célebre “limpieza étnica”, por ejemplo en Croacia. Todo lo que era serbio debía desaparecer. Pero había miles de familias compuestas y una mescolanza de pueblos que, al calor de la noción de “pureza de la raza”, generó una masacre de proporciones. Cualquier parecido con la propaganda nazi no fue pura coincidencia.
Desde el miércoles pasado estoy en Moscú. Estaba curioso de ver cómo se derrumba Rusia, según informa la prensa ‘occidental’. Desde luego la población está inquieta. Los rusos pagaron el precio fuerte en la II Guerra Mundial. Fueron ellos los que liberaron Europa. El total de víctimas ha sido estimado en unos 25 millones de muertos. No es por incordiar, pero los EEUU perdieron 292 mil soldados. Incluyendo la guerra del Pacífico, contra Japón.
En Rusia, en cada isba, en cada derevnya, conocen el precio de la guerra. En la ribera de la Moscova, cerca de la Plaza Roja, le pregunté a una señora de una cierta edad: “¿Qué piensa Ud. de la guerra en Ucrania?” Su respuesta fue tan sencilla como franca: “No necesitamos ninguna guerra. Y tampoco necesitamos a la OTAN rodeándonos por todas partes”. La respuesta se repite en los choferes de taxi, en los comerciantes, y en los amigos ucranianos y rusos con los cuales compartimos una velada maravillosa en un barrio modesto de Moscú, cerca de la estación Nowe Cheryomushki. Ninguno de mis amigos forma parte del fan club de Vladimir Putin, pero albergan aun la esperanza de que su cordura prime en la gestión de la crisis. “Porque los tarados que dirigen ‘occidente’ son unos enanos mentales”. ¿Cómo no darles la razón?
El jueves asistimos a la representación de un clásico del teatro ruso, Mascarada de Mijaíl Lermontov. En el Teatro Wahtangov de la calle Arbat, que este año cumple un siglo ofreciendo lo mejor de la literatura rusa. Mascarada fue la última obra de teatro representada antes del ataque de los nazis que invadieron Rusia en 1941. Lo pasé pipa. Desde luego solo pude reconocer escasas palabras del aun más escaso ruso que he aprendido. Pero la música de Aram Khatchatourian es extraordinaria.
Mientras tanto, las sanciones de ‘occidente’ le hacen más daño a la economía de la Unión Europea que a la economía rusa. El rublo, que se devaluó de 50% en un par de semanas, comienza a levantar cabeza: en un par de días la tasa de cambio pasó de 140 rublos por un euro, a solo 100. El euro sufre además, porque los inversionistas huyen de Europa, asustados por las perspectivas de guerra.
Mi propia impresión es que los EEUU, por medio de la OTAN, tienen a Rusia por un aperitivo antes de confrontarse a China. La guerra en Ucrania, ya lo he dicho, fue provocada en el marco de un combate por el control del planeta. Para ‘occidente’ Ucrania es un peón sacrificado en el ajedrez mundial. Mis amigos ucranianos coinciden con esa visión.
No solo ellos: esperando la hora del teatro, me crucé con un grupo de jóvenes de la India. Para mi grande sorpresa, dos de ellos forman parte de la familia Gandhi. Fue un intercambio provechoso. Les conté de mis viajes a Calcuta, Bombay, Delhi, Secunderad y Hyderabad, así como mi admiración por lo que hacen en el Estado de Kerala, centro neurálgico de la Hi Tech india. Naturalmente hablamos de Ucrania: ellos también tienen claro que –digan lo que digan– la OTAN tiene una gran responsabilidad en esta tragedia.
Así, pude percatarme, el 88% de terráqueos ninguneados vomita las ruedas de carreta de ‘occidente’. Todos, o la inmensa mayoría, desean –deseamos– que regrese la Paz a Europa. Y que la OTAN desaparezca. No fue eso lo que le pedí a la Matrona, –esa virgen moscovita cuyo ícono situado en el Templo de Taganka atrae miles y miles de creyentes–, sino algo mucho más personal. Pero eso es asunto mío. Y sigo siendo un ateo recalcitrante.