…«nací enfrente de aquel arroyo”, nos dice Luisa mientras dirige su mirada para aquel lado. “Le dicen paraje Chancho co. A veces el río crecía tanto que quedábamos aislados, fue por eso que mis abuelos y mis padres junto a otros vecinos y la ayuda de vialidad pusieron ese tronco de un viejo álamo que cortaron para poder cruzar el arroyo” …al tiempo que Cecilia nos cuenta que es de Andacollo y que vive con su marido con quien tienen una hija que ahora estudia en Mendoza… Hugo, por otro lado, es de Huinganco, trabaja una semana en la municipalidad de allá y otra en esta estancia… cuando está acá pierde la noción del tiempo… «me gusta el campo…”
Por esta ruta se va a Chile, el paso está cerrado por la pandemia, pero el camino es una belleza. Lleno de arroyos, pequeñas lagunas, parajes y valles que cambian de tonos y texturas constantemente.
“…esta estancia era de los Temi, tenía una capillita y una pequeña escuela, ellos compraban hacienda y granos y las vendían en Chile o en Chos Malal. Toda esta zona estaba llena de valles donde la gente cultivaba y criaba ganado que después se los vendía a los Temi; solo quedaron los álamos, los ranchos fueron desapareciendo…nos cuenta Luisa mientras se le enfría la empanada que compartimos en la misma mesa junto a Hugo y Cecilia… «antes la gente trabajaba la tierra, acá se daba de todo lo que uno sembraba mientras se cuidara y regara” “…mi hija estudia en Mendoza —dice Cecilia— hace poco que empecé a trabajar en esta estancia, lo mío es la cocina. Acá valoran mi trabajo y estoy cómoda y contenta” “…aquellas pircas las hice con la ayuda de mi hermano —nos comenta Hugo— trajimos las piedras con el tractor, aquella otra la hicimos con Luisa… ¡¡Quedó linda…!! Y en aquella, que también hice con mi hermano, hacemos los fogones y asados y compartimos los vinos que apoyamos en las mismas piedras…”
Salimos de Huinganco hasta Andacollo y luego de cruzar el puente sobre el río Neuquén tomamos por la ruta provincial N° 57, de ripio y en muy buen estado con paisajes increíbles y poco conocidos. Antes de Los Miches hay una rotonda muy bien marcada que nos desvía para El Cholar por la misma ruta provincial, hasta llegar al arroyo Reñileuvu en donde nos desviamos por la ruta provincial N° 6 que también está en muy buen estado y es tan pintoresca que maravilla. Termina en el límite con la Republica de Chile.
“…hace muchísimos años, por estas tierras pasaban los Plantey, venían desde antes de Chos Malal con muchísimo ganado vacuno y se iban a pastar para Moncol… Ahí se quedaban en el verano… después, una parte de los campos de los Temi, lo compraron los Creide que es donde estamos ahora, este campo se llama Chocoy Mallin como el paraje en donde esta…” “ Mi marido —nos cuenta Cecilia— me viene a visitar porque sabe manejar…” “ Acá hago de todo, cuido el ganado, riego, protejo a las ovejas del puma… hace poco lo vi, era muy grande y se perdió entre la rosa mosqueta. Cuando vienen los gringos hago asado o cordero al asador” —dice Hugo—.
Desde Huinganco, son unos casi 50 km hasta Chocoy Mallin y, desde allí, hasta la aduana donde está Gendarmería, hay otros 25 km de manera que es otro de los paseos que se pueden hacer en apenas unas horas entre ida y vuelta y que bien vale recorrerlo. En la proximidad con Chile el paisaje evidencia la violencia de los volcanes trasandinos que empiezan a aparecer en esta cordillera andina.
Todos los arroyos son para pescar y algunos pescadores aseguran que las truchas son tan, pero tan grandes que, como es pesca con devolución, las truchas devuelven a los pescadores a la costa desde donde pretendían pescarlas y, obviamente, se les quedan con las cañas… Eso dicen.
“ toda la madera de estas paredes era del aserradero que tenían los Creide en San Martín y que trajeron para acá, aquella mesa de carpintero era en donde trabajaba el abuelo de doña Lorena Creide, lo mismo que aquel escritorio de roble y esa mesita con su banqueta o la máquina donde cocía la abuela. Todos recuerdos que evocan la historia de esta familia, como esa pava tallada”, nos dice Hugo al tiempo que, por allá, en un campo vecino, algunos paisanos, entreverados en el polvo, separan la hacienda que va al mercado.