A esta altura de la historia, nada puede parecer más contrario a la dignidad humana que la guerra, la carrera armamentista y el multimillonario gasto militar. Especialmente cuando hay tantos millones de seres que todavía padecen hambre, carecen de vivienda y acceso a los más elementales derechos.
Criminal, pero también muy cobarde, es que un ejército diez veces superior a otro invada un país, mate a gente inocente y destruya sus ciudades y pueblos. Vladimir Putin puede tener justas razones para acometer contra Ucrania, pero nada puede justificar su brutal y descarado matonaje. Es evidente que no se habían agotado los recursos del diálogo para la superación de sus diferendos, y así como en el pasado hemos condenado todas las invasiones norteamericanas, hoy también debemos hacerlo contra las fuerzas armadas rusas. No nos podemos equivocar al respecto y no se puede tener una actitud ecléctica frente a lo que hemos presenciado en todo el mundo. Otra vez la “evolucionada” Europa y el mundo occidental nos escandalizan y avergüenzan, toda vez que todavía no cesan de humear los cañones de las dos guerras mundiales, de la conflagración de los Balcanes y otros horrores a la par de lo realizado por Estados Unidos en Vietnam, Libia, Afganistan y en tantos otros países.
No hay duda de que la nueva guerra que lamentamos no solo es obra de un desquiciado como Putin. Es también culpa de los países de la OTAN que no fueron capaces de desactivar su entente militar una vez que se desintegraba la Unión Soviética y se acababa en Pacto de Varsovia. Ni qué hablar del presidente de los Estados Unidos, quien es claramente el autor intelectual y material de todos los últimos despropósitos universales. Pensamos, particularmente, en un beodo como Boris Johnson, un hipócrita como Emmanuel Macrón o un tradicionalmente corrupto mandatario italiano, entre tantos otros que se proclaman demócratas. Tampoco podemos excluir en nuestra condena al lambeculo colombiano Iván Duque, cuyo estado cumple con la doble característica de ser narco y criminal.
Felizmente, desde nuestro continente hay gobernantes que han preferido ser más cautos y silenciosos, seguramente porque no quieren ver afectados sus negocios con Rusia, China o la llamada Comunidad Europea. Pero, lamentamos la breve reacción de nuestro flamante Presidente Electo que, sumándose al repudio contra Putin, no fuera capaz de agregar palabra respecto de la responsabilidad de tantos jefes de estado en este conflicto. Pensamos que ello se deba a que está de vacaciones, por lo que no queremos agotar, todavía, la esperanza que agregue otros comentarios sobre esta trágica responsabilidad colectiva.
Más allá de lo que acontezca en Ucrania y Rusia, este conflicto estimulará la carrera armamentista, le dará enormes incentivos a los fabricantes de armas y capturará gran parte del presupuesto de todas nuestras naciones tan necesitadas de pan, carreteras, puentes y obras de infraestructura , como las que vemos ahora pulverizadas por los misiles rusos. Le seguirá quitando o postergando recursos a la educación, a la cultura y a la salud de millones de seres. Sin descartar que los hombres de las charreteras sigan amenazando a sus gobiernos, exigiendo más recursos para solventar la vida ociosa, dispendiosa e improductiva de sus cuarteles. Como tampoco se beneficiarán las policías que tanta falta hacen para combatir otras lacras como la delincuencia común y el crimen organizado.
Las izquierdas ojalá nunca más se abandericen con las guerras y el uso de las armas de destrucción masiva, como las que acarician todos los militares del mundo, más allá de las convicciones de sus autoridades políticas. Su discurso debiera ser siempre el de la paz y la fraternidad, sobre todo cuando el grado de letalidad de las potencias mundiales ya no tienen contrapeso y solo las ideas y las movilizaciones de los pueblos pudieran inhibirlos en su codicia. Se trata de oponer la autoridad moral a la capacidad militar. Se trata de darnos nuevamente líderes como Mandela, Ghandi y aquellos que con su solvencia intelectual y consecuencia derrotaron hasta los mismos imperios.