Absorta como está la política chilena en el devenir de su Convención Constituyente como en los preparativos para la asunción de un nuevo gobierno, el país no le asigna a la información internacional la cobertura que siempre debiera merecer. Menos aun cuando arrecia la pandemia y la delincuencia ataca tan severamente a millones de personas y hogares.
Sin embargo, la tensa situación entre Rusia y Ucrania o las intenciones de China de imponer su soberanía sobre Taiwán son fenómenos que muy luego van a obligar a nuestra Cancillería a asumir posiciones al respecto. Difícil va a ser mantener neutralidad, pero todavía más hacernos eco de los intereses estadounidenses en estas materias y tantas otras que pueden comprometer la aparente paz que creemos estar disfrutando todavía en el mundo.
Expresiones del propio Presidente Electo respecto de la situación de Venezuela, Nicaragua, Cuba y otros países nos hacen temer que su Gobierno pudiera dejarse influir por los dictados de Washington y hasta en materia regional sigamos comportándonos como el gobierno de Piñera que felizmente ya culmina. Quien llegara al extremo de ofrecer la estrella soberana de nuestra bandera al pabellón del imperio, allí en el mismo Salón Oval de la Casa Blanca., en que otros jefes de estado han cometido bullados latrocinios.
Son muchos los acontecimientos de las últimas décadas las que nos convencen que Chile y quienes hasta aquí se han comportado como miembros del “patio trasero” de Estados Unidos debieran recuperar dignidad e independencia y ubicarse moral y pragmáticamente en una realidad internacional que felizmente vuelve a reconocer otros grandes actores que sirven de contrapeso al hegemonismo norteamericano. Más allá de los reparos que puedan también provocarnos las pretensiones chinas, rusas y de la propia comunidad europea.
Aunque lo soslayan nuestros grandes medios de comunicación, confundidos por la ignorancia de sus editores y el soborno de las grandes cadenas informativas, lo que queda claro es que desde la Casa Blanca se instruyen los grandes crímenes de lesa humanidad, la más descarada política intervencionista y la codicia más desvergonzada para hacerse de las riquezas y reservas naturales de todo el orbe. Un propósito sostenido a sangre y fuego por sus multimillonarios presupuestos de guerra, el pingüe negocio de las armas y la embestida militar en todos los continentes.
Sin temor a exagerar, cae por su propio peso que para ser Presidente de los Estados Unidos hay que ser asesino e inescrupuloso. Si en el pasado, algunos de sus mandatarios le dieron al mundo la esperanza de contribuir al respeto y la armonía entre los pueblos, ya hemos comprobado que ninguno de ellos varió mucho su política en relación a los anteriores. Al propio Kennedy le faltó tiempo para cometer más intervenciones en América Latina, así como posteriormente Barack Obama terminara con ejecutar las más espeluznantes agresiones en el Asia, completando la tarea de acribillar a los vietnamitas, a los libios, a los sirios, afganos, iraquíes y otros en beneficio de los intereses de sus compañías petroleras, como en la necesidad de alimentar su poderosa industria bélica.
Y ahora es el mismo Biden, como lo hemos visto, quien se ufana de dar un nuevo golpe contra uno de los líderes de Al Qaeda, sin trepidar en darle muerte a él y a un amplio número de sus familiares, mujeres y niños. Tal cual se había procedido contra Osama Bin Laden, el coronel Gadafi y Saddam Hussein. Paralelamente a estos atentados de la más pura factura terrorista, el senil gobernante tiene prisa por desatar un conflicto bélico en Europa, acusando a Vladimir Putin de efectuar maniobras militares que son típicas de las que ejecutan constantemente las Fuerzas Armadas estadounidenses en las fronteras como al interior de los países que le son abyectos. Aunque el gobernante ruso y las propias naciones vecinas a esta potencia desestiman los riesgos de una invasión a Ucrania, los voceros de la Casa Blanca se empeñan en favorecer el clima belicista sin promover de modo alguno un diálogo para frenar estos litigios.
Por razones económicas y ante el menoscabo que le produce a Joe Biden la posibilidad de aceptar el multipolarismo es que opta por azuzar las fricciones y los temores de toda la población mundial. A sabiendas de que un conflicto atómico, y hasta las simples escaramuzas, son los mejores alicientes para comprometer a todas las naciones en la carrera armamentista. Aunque no podemos descartar del todo que a un insensato como él pueda ocurrírsele a esta altura de la civilización que un conflicto atómico pudiera salvar al mundo de una destrucción general e irreversible.
Cómo quisiéramos, tal como ocurrió en algunos eventos del pasado, que las autoridades chilenas tomaran conciencia de que el principal peligro para la humanidad y nuestra propia región radica precisamente en los Estados Unidos. En gobernantes de muy precaria vocación democrática, como lo han demostrado en todas las intervenciones en nuestros países, como en la flagrante y reiterada violación del derecho internacional. Si es que las nuevas generaciones de políticos recuerdan o han recibido conocimiento de lo ocurrido un 11 de septiembre de 1973, cuando un gobierno elegido por votación popular fue derrocado con otro pavoroso y cruento ataque terrorista como los que concibe, financia y ejecuta Estados Unidos para imponer su supremacía. Con el agravante, además, que los mismos grupos que busca neutralizar han sido creados y solventados por el propio país que se las quiere dar de gran gendarme universal.