La película “No miren arriba” (título original Don’t Look Up), que presenta una serie de críticas a la sociedad estadounidense actual (que pueden extenderse a las sociedades capitalistas en general) lamentablemente también trae consigo la descalificación de la figura de la mujer, presente en todos los personajes femeninos. Y su éxito de audiencia indica, entre otras cosas, que todavía estamos en pañales en lo que respecta a la exigencia de respeto a la diversidad.
Además de mostrar la desorientación y alienación social en materia de comunicación, ajenas a los temas que realmente importan, y también cuestionar los valores capitalistas y sus imbricaciones con los sistemas políticos vigentes —lo cual no es nada nuevo para quienes ven dos dedos por delante de su propia nariz—, en mi opinión, la mencionada película es desafortunada en muchos sentidos, pero aquí me ceñiré a la representación de la figura de la mujer, que reproduce una serie de estereotipos.
Ofuscación histórica
Desde el principio, se puede ver cómo la joven científica Kate Dibiasky es desacreditada. Interpretada por la actriz Jennifer Lawrence, este personaje, que aspira a doctorarse, descubre el cometa que destruirá la Tierra. Sin embargo el mérito es del Dr. Randall Mindy, el científico más experimentado con el que trabaja, un personaje interpretado por el actor Leonardo DiCaprio.
Hay varias escenas en las que Kate es ignorada, como en el canal de televisión y en la Casa Blanca. En la televisión, Kate es retratada como una joven histérica que no puede aceptar la indiferencia de los periodistas ante el problema que ha estado informando (la destrucción de la Tierra por el cometa que descubrió) y expresa su indignación de forma explosiva. En la Casa Blanca, el asesor del Presidente la desprecia en todo momento a través de innumerables intentos de burla, en total falta de respeto.
Estos comportamientos dirigidos al personaje en cuestión dan continuidad a la violencia de género que también ocurre en el mundo científico, y que ha sido combatida intensamente por mujeres científicas en todas partes del mundo. Muchos de estos descuidos y ofuscaciones de la mujer en la ciencia se pueden ver a lo largo de la historia, como el ejemplo de la matemática Mileva Maric, colega y primera esposa de Albert Einstein, poco o casi nunca recordada como socia profesional de quien es considerado uno de los mejores científicos de todos los tiempos.
Pero el asunto no queda ahí. Además de Kate que sufre esta discriminación de género, otro personaje también es objeto de estereotipos de género. Se trata de la periodista Brie Evantee, interpretada por la actriz Cate Blachett, caracterizada como una “mujer fatal”, una “destructora de hogares”, la que no respeta los matrimonios ajenos, pues es retratada como la amante de varios hombres casados incluyendo el Dr. Mindy, pero también dos expresidentes de los Estados Unidos, cuyas referencias las hace el personaje en uno de los diálogos que mantiene, en la cama, con su amante científico.
La “buena esposa”
Desde un punto de vista profesional, no se otorga ningún mérito a la periodista Brie Evantee. Por lo contrario. En la primera escena en la que aparece, llega apresuradamente a presentar la noticia y es sutilmente “regañada” por su colega, quien deja en evidencia la afición de Brie por las bebidas alcohólicas. Pero el personaje se construye básicamente como una “cazadora” de hombres, destacando incluso su “falta de profesionalismo”, ya que en una de las escenas aparece entrevistando al Dr. Mindy y lo acaricia debajo del banco.
La fiel representación del patriarcado continúa en la película con el personaje de June Mindy, la esposa del Dr. Mindy, interpretado por la actriz Melanie Lynskey. Mientras su marido es presentado como un científico que trabaja por el bien de la humanidad, ella es una mera “ama de casa”, esposa y madre. Todas las apariciones de este personaje están vinculadas a estos tres roles, que no pocas veces marcan las actuaciones de los personajes femeninos en muchas ficciones a lo largo de la historia.
June no tiene profesión, ni amigos y solo aparece en el interior de la casa donde vive con su marido y sus dos hijos. La única vez que se la retrata fuera del ámbito familiar, el personaje va en busca de su marido, a una habitación de hotel, y descubre que la engaña con la periodista Brie Evantee. Por si fuera poco, traicionada por su marido, «la buena esposa» se limita a expresar una pequeña indignación por la actitud del adúltero y vuelve a la casa. Para colmo, al final de la película, June lo perdona y los dos “viven felices para siempre” (en este caso, mueren felices).
La fuerza del poder simbólico
Pero la representación machista se completa con el personaje de Janie Orlean, interpretado por la actriz Meryl Streep. Si bien Estados Unidos aún no ha elegido a una mujer como Jefa del Poder Ejecutivo Federal, en la mencionada película ese país es gobernado por una mujer. Sin embargo, lo que podría ser una peculiaridad interesante, se ha convertido en una representación repugnante, ya que el personaje es retratado como una “mujer inútil” y una gobernante ajena a los asuntos importantes del país.
Esta caracterización de una mujer presidenta del país más poderoso del mundo demuestra, de manera muy enfática, cómo el autor y director de la película, Adam Mckay, no respeta la diversidad de género e ignora la necesidad de representaciones ficcionales más alineadas con la lucha contra las opresiones.
Por supuesto, entendí que la intención con esta película es satirizar a la sociedad, satirizar el liderazgo político. Pero, ¿por qué en una situación en la que el desenlace es tan catastrófico, se coloca a una mujer como principal responsable de la catástrofe? Me parece bastante sugerente.
Y no estoy defendiendo que las mujeres como líderes políticas sean mejores que los hombres. Margaret Thatcher estuvo al frente del gobierno del Reino Unido para demostrar que el género no determina las acciones. Durante sus tres mandatos (de 1979 a 1990) implementó medidas altamente dañinas para la clase trabajadora, además de haber protagonizado la Guerra de las Malvinas, que dejó un enorme trauma en la sociedad argentina.
Tampoco podemos decir que la actual vicepresidenta de Estados Unidos, Kamala Harris, sea gran cosa desde el punto de vista político. Aunque es negra e hija de inmigrantes, origen que la ubica en el “ala de los grupos oprimidos”, no ha hecho el menor esfuerzo por mitigar la opresión, especialmente en temas que atañen a la política migratoria de ese país, que facilitaría la vida de millones de personas que, como sus padres, buscaron una vida mejor en Estados Unidos.
Lo que intento expresar con la crítica que hago a la película “No miren hacia arriba” es la falta de una representación menos prejuiciosa y estereotipada de la figura de la mujer, considerando todos los esfuerzos que los movimientos e individuos que luchan por la igualdad entre géneros, han emprendido históricamente.
Esto porque, si bien la representación ficcional es simbólica, sabemos que el poder simbólico tiene una fuerza muy fuerte en el imaginario social; y que puede contribuir significativamente, tanto en el proceso de reproducción como de deconstrucción de los prejuicios y discriminaciones presentes en las estructuras sociales, que a su vez reverberan en la política, la economía, la cultura y otros ámbitos.
Lo más intrigante de este escenario es que “No miren arriba” está recibiendo críticas positivas incluso de sectores de izquierda, lo que demuestra que también están “pasando por alto” temas cruciales, como la representación conservadora del género femenino, algo que a mi modo de ver demuestra que aún queda un largo camino por recorrer, antes de que podamos concientizar a nuestras sociedades sobre la importancia del respeto a la alteridad.