TRADUCCIÓN: VALENTÍN HUARTE
(Artículo original publicado el 3/11/2021)
La cobertura de prensa de Cuba se centró la semana pasada en una serie de protestas contra el gobierno que finalmente no se realizaron. Mucha menos atención recibió un acontecimiento que podría tener un enorme impacto a nivel mundial: la campaña de vacunación de la isla.
Después de doce meses difíciles, en los que una reapertura demasiado veloz llevó a una nueva ola de propagación del virus y al incremento de las muertes en todo el mundo, el éxito de las campañas de vacunación transformó la naturaleza de la pandemia. Hoy Cuba es uno de los pocos países de bajos ingresos que no solo vacunó a la mayoría de su población, sino que lo hizo con una vacuna propia.
La saga indica una salida posible para los países en vías de desarrollo, que siguen luchando contra la pandemia en el marco de un apartheid de las vacunas. Además, prueba en términos más generales la potencialidad de una ciencia médica que no responde a las ganancias privadas.
La apuesta más segura
De acuerdo con la Universidad John Hopkins, mientras escribo estas palabras, el 78% de la población cubana completó el esquema de vacunación. De esa manera, la isla se posiciona en el noveno lugar del ranking mundial, por encima de países ricos como Dinamarca, China y Australia (Estados Unidos, con poco menos del 60% de la población vacunada, está en el puesto 56). El vuelco que provocó el inicio de la campaña de vacunación en mayo revivió la economía del país frente a las crisis gemelas de la pandemia y la intensificación del bloqueo estadounidense.
Después de un pico de cerca de diez mil infectados y cerca de cien muertes diarias, los números empezaron a caer en picada. Una vez que el 100% de la población hubo recibido al menos una dosis, el 15 de noviembre el país reabrió sus fronteras al turismo, que representa aproximadamente un 10% de sus ingresos económicos y hace poco reabrió las escuelas. Esto convierte a Cuba en una caso atípico entre los países de bajos ingresos, que en conjunto vacunaron al 2,8% de sus poblaciones. El resultado obedece sobre todo al acaparamiento de dosis en el que incurrieron los países desarrollados y a la celosa vigilancia ejercida sobre los monopolios de patentes, que impide que los países más pobres desarrollen versiones genéricas de todas las vacunas, financiadas en última instancia con dinero del sector público.
Clave en este sentido fue la decisión de Cuba de desarrollar sus propias vacunas, dos de las cuales —Abdala, bautizada en homenaje a un poema escrito por uno de los héroes de la independencia, y Soberana 2— fueron aprobadas oficialmente en julio y en agosto. En palabras de Vicente Vérez Bencomo, respetado director del Instituto Finlay, el país hizo una «apuesta segura» cuando decidió no acelerar el proceso de desarrollo de las vacunas. De esta forma, Cuba no solo logró evitar la dependencia de aliados más grandes, como Rusia y China, sino que garantizó la posibilidad de sumar un nuevo producto a sus exportaciones en un momento de enormes adversidades económicas.
Los resultados están a la vista. Vietnam, con solo el 39% de su población completamente vacunada, firmó un acuerdo con Cuba para comprar 5 millones de dosis y su aliado comunista envió hace poco el primer lote de 1 millón, con 150 000 en concepto de donaciones. Venezuela (con el 32% de la población completamente vacunada) también acordó comprar un lote de la vacuna de tres dosis por un equivalente a 12 millones de dólares y empezó a administrarla hace poco, mientras que Irán (51%) y Nigeria(1,6%) firmaron un convenio con el país para desarrollar sus propias vacunas. Y, hace poco, Siria (4,2%) empezó a discutir con las autoridades cubanas la posibilidad de hacer lo mismo.
Las dos vacunas son parte de un paquete de cinco vacunas que Cuba está desarrollando en este momento. Eso incluye una vacuna, única en su género, administrada por vía nasal, que en este momento atraviesa la fase II de las pruebas clínicas y que, según uno de los científicos que dirige la investigación, en caso de que se probaran su seguridad y su efectividad, sería de gran utilidad, pues la cavidad nasal es la principal vía de acceso del virus al cuerpo. En el mismo paquete se cuenta una vacuna de refuerzo, pensada sobre todo para quienes recibieron una vacuna distinta y testeada recientemente en turistas italianos. Desde septiembre, Cuba está en proceso de obtener la aprobación de sus vacunas por parte de la Organización Mundial de la Salud. Eso abriría la puerta a la generalización de su uso.
Una vacuna diferente
Según Helen Yaffe, profesor titular de Historia Social y Economía en la Universidad de Glasgow, más allá de su país de origen, son muchos los aspectos hacen de las vacunas cubanas un caso singular. En primer lugar está la decisión de buscar una vacuna mucho más tradicional, que funciona en base a proteínas, en vez de las más experimentales, basadas en la tecnología ARNm utilizada en las vacunas contra el COVID más conocidas, que contaba con solo algunas décadas de desarrollo antes de la irrupción de la pandemia.
Eso hace que la vacuna cubana pueda ser conservada en un refrigerador común o incluso a temperatura ambiente, a diferencia de las condiciones de ultrafrío que requiere la vacuna Pfizer o las temperaturas bajo cero que exige la vacuna Moderna. «En el Sur Global, donde enormes porciones de la población no tienen acceso a la electricidad, [la refrigeración] es un obstáculo tecnológico suplementario», dice Yaffe.
Además, como la tecnología ARNm nunca antes fue utilizada en niños, en el mundo desarrollado la diferencia en los ritmos de vacunación fueron considerables (las vacunas dirigidas a niños menores de cinco años todavía están en vías de desarrollo). Por el contrario, Cuba apuntó desde el comienzo a crear una vacuna que sirva en ambos casos. Este mes, más del 80% de la población isleña de dos a dieciocho años completó su esquema de vacunación.
Mientras que, desde septiembre, casi el 70% de los niños de América Latina y el Caribe dejaron de asistir a la escuela, Cuba reabrió las aulas. Gloria La Riva, activista y periodista independiente que visitó Cuba todo el año y está en La Habana desde mediados de octubre, describió la reaperturade la Ciudad Escolar 26 de Julio.
«Es muy importante para las familias», dijo. «Todo el mundo siente un orgullo inmenso».
El poder de una medicina sin fines de lucro
Hay otro factor importante que hace que la vacuna cubana sea especial. «La vacuna cubana es producida íntegramente por el sistema público de biotecnología», dice Yaffe.
Si bien es cierto que en Estados Unidos y en otros países desarrollados la medicina que salva vidas resulta de la inversión pública, no por ello las empresas privadas dejan de sacar rédito y controlar la distribución. Pero el sector biotecnológico de Cuba es completamente estatal. Eso significa que Cuba desmercantilizó un recurso humano vital: es el opuesto exacto a lo que vivimos durante las últimas cuatro décadas de neoliberalismo.
Cuba viene invirtiendo miles de millones de dólares en la creación de una industria biotecnológica nacional, sobre todo a partir de los años 1980, cuando tuvo que reforzar el sector a causa de un brote de dengue y de las sanciones económicas impuestas por Ronald Reagan. A pesar del demoledor bloqueo de Estados Unidos, país responsable de un tercio de la producción farmacéutica mundial, el sector biotecnológico cubano logró prosperar: produce cerca del 70% de los ochocientos medicamentos que consumen los cubanos y ocho de las once vacunas que forman parte del programa nacional de inmunización del país, por no mencionar los cientos de vacunas que exporta cada año. Todos los ingresos que obtiene los reinvierte en el sector.
En referencia a la decisión de Cuba de desarrollar sus propias vacunas, Vérez Bencomo dice que «Todas las vacunas que resultan de la innovación científica son muy caras y son económicamente inaccesibles para el país».
En cualquier caso, Cuba es reconocida en el sector a nivel internacional. La isla ganó diez medallas de oro de la Organización de la Propiedad Intelectual de las Naciones Unidas (WIPO) por desarrollar, entre otras cosas, la primera vacuna del mundo contra la meningitis B. En 2015, Cuba se convirtió en el primer país en eliminar la transmisión madre-hijo del VIH y de la sífilis, gracias a sus drogas retrovirales y a su robusto sistema de salud pública.
En ese sentido, Cuba fue capaz de hacer lo impensable: desarrollar su propia vacuna y superar a una buena parte del mundo desarrollado en el combate contra la pandemia, todo a pesar de su tamaño, de sus ingresos reducidos y de la política de sofocamiento económico que llega del otro lado de la costa. Las campañas de solidaridad internacional también fueron fundamentales. Cuando el bloqueo de Estados Unidos provocó una escasez de jeringas que puso en peligro la campaña de vacunación en la isla, los grupos de solidaridad de Estados Unidos enviaron 6 millones de jeringas, el gobierno mexicano envió 800 000 y China otras 100 000.
Una fuente de esperanza
Aun así, el panorama es incierto. El uso de las vacunas en Venezuela fue objetado por los sindicatos de pediatras y las academias médicas y científicas, que recurren al mismo argumento que otros críticos: los resultados de las pruebas no fueron sometidos a un proceso de revisión por pares ni publicados en revistas científicas internacionales. La Organización Panamericana de la Salud convocó a Cuba a publicar sus resultados.
Por su parte, Vérez Bencomo culpa a la hostilidad que muestra la comunidad internacional contra Cuba. En una entrevista de septiembre, denunció que los científicos cubanos están siendo discriminados por las grandes revistas, a las que acusa de tener una larga trayectoria de rechazar la colaboración de los cubanos, aun cuando después publican investigaciones similares de colegas de otros países y de actuar como una «barrea que tiende a marginar el progreso científico logrado en los países pobres».
Es una denuncia muy grave en boca de un científico reconocido en todo el mundo. Ganador del Premio Nacional de Química de Cuba y de una medalla de oro de la WIPO, Vérez Bencomo dirigió un equipo junto al científico canadiense que desarrolló la primera vacuna semisintética del mundo, reduciendo los costos de inmunización contra la Haemophilus influenzae tipo B. Más tarde, cuando después de colaborar en el desarrollo de la vacuna contra la meningitis, quiso viajar a recibir un merecido premio en California, el Departamento de Estado de George W. Bush bloqueó su ingreso al país con el argumento de que su visita era «perjudicial para los intereses de los Estados Unidos». En 2015 recibió la Legión de Honor de manos del entonces ministro de Asuntos Sociales y Salud, que reconoció su obra y lo nombró «amigo de Francia» (en ese entonces, Vérez Bencomo se negó a dar una entrevista).
Aunque la recuperación de Cuba sugiere que la confianza de Bencomo y del gobierno cubano no es inapropiada, tal vez tenga que pasar un tiempo hasta que reciban el visto bueno de la comunidad científica internacional. Si eso sucede, sumaremos un buen argumento para impugnar el modelo de desarrollo de vacunas reinante en la actualidad, que, siguiendo el decálogo de las grandes farmacéuticas, sostiene que solo la competencia con fines de lucro es capaz de producir el tipo de innovación que el mundo necesita a la hora de salvar vidas.
Tal vez más importante todavía sea el hecho de que ayudará al mundo en vías de desarrollo a salir del agujero negro al que parece haberlo arrastrado la pandemia, y en el que está atrapado muchos meses después de que algunos países ricos completaron sus esquemas de vacunación. Los gobiernos occidentales siguen oponiéndose a los llamamientos del Sur Global a prescindir de las patentes y habilitar la fabricación o la compra de versiones genéricas de las vacunas. De esa manera, no solo vulneran a la mayoría de la población, sino que, irónicamente, nos ponen en peligro a todos, pues esas placas de Petri del tamaño de países enteros que crearon sus políticas, fomentan el desarrollo de nuevas mutaciones y de cepas resistentes a las vacunas. En ese sentido, todos deberíamos estar deseando que las vacunas de Cuba demuestren ser tan exitosas como afirman los científicos que las desarrollaron.