El viernes se realizó en Buenos Aires la XXII Cumbre de Cancilleres de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), creada en 2010 como un foro de concertación regional. Su composición es muy similar a la OEA, pero con una gran diferencia: no incluye a Estados Unidos y Canadá. Este organismo ejemplifica la geografía variable en la que se mueven las organizaciones regionales en América Latina: todos los países pertenecen al menos a una organización; y en la mayoría de los casos, a más de una.
La CELAC no es un organismo de integración sino de concertación. Busca intensificar el diálogo político y la concertación de posiciones regionales de cara a foros multilaterales, articulando una agenda común. Sin embargo, la multiplicidad de intereses y preferencias entre los 33 países miembro de la CELAC, hace que sus acuerdos sustantivos tiendan a ser escasos. La última cumbre presidencial, realizada en México en septiembre pasado, buscó relanzar la CELAC luego de que Brasil anunciara en 2020 la suspensión de su participación en el organismo. Sin la participación del gigante regional, la CELAC se encuentra debilitada, algo que podría cambiar si Lula Da Silva triunfa en las elecciones presidenciales brasileñas que se realizarán este año.
También la intensidad de la participación de Chile en la CELAC posiblemente aumente con el cambio de gobierno; el presidente electo Boric ha manifestado su voluntad de priorizar la cooperación regional y multilateral. Cuatro grandes desafíos multilaterales de su política exterior podrían encontrar en este organismo un terreno propicio para la articulación de una agenda común: la crisis climática, la pandemia, las migraciones y el fortalecimiento de la democracia en la región. Sin embargo, los escenarios en torno a cada tema parecen dispares.
La crisis climática plantea una posibilidad factible de concertación. La pandemia es más compleja, ya que choca contra la desigualdad en el acceso a las vacunas y la disparidad de situaciones sanitarias entre los países miembros de la CELAC. Por último, tanto las migraciones como el fortalecimiento de la democracia generan tensiones al interior del organismo y difícilmente lleguen a acuerdo, dado que la situación en Nicaragua o Venezuela hoy se presentan como obstáculos insalvables. Sin detenerse mucho en los obstáculos, es necesario avanzar con resolución allí donde es posible.
El futuro gobierno de Chile puede y debe aprovechar la CELAC para avanzar en la concertación de posiciones regionales respecto de la crisis climática, principalmente en torno a la necesidad de financiamiento para los planes de adaptación y de mitigación. Se trata de una necesidad compartida y que no implica problemas distributivos al interior del foro. La región sufre impactos y consecuencias similares, que pueden transformarse en una agenda común de cara a la próxima COP27 que se realizará en Egipto durante el mes de noviembre. Ciertamente, eso no asegura que esta estrategia será exitosa, pero sí que mejorará las condiciones de negociación respecto de los países centrales. Sin desconocer lo limitado de su alcance, sería deseable y útil aprovechar el espacio de concertación que brinda la CELAC durante los meses previos a esta cumbre global para llegar a esta instancia con una posición más sólida como bloque de países de América Latina y el Caribe. Avanzar en los otros tres desafíos dependerá del escenario regional y de la habilidad política del futuro gobierno.