Cuando paseo por el campo noto que la gran variedad de aves está disminuyendo e incluso, en determinadas horas, el bosque está silencioso. Este verano los insectos han disminuido. Se palpita en el ambiente un cambio raro en la naturaleza, en el clima, en la explosión devastadora de numerosas inundaciones, tornados más fuertes y con más víctimas. La pandemia está ocultando el silencio de nuestros campos, el silencio biológico del latir de nuestra Tierra.
Nos estamos olvidando de los que pasan hambre, de las zonas de conflicto donde la guerra se recrudece ya que solo las noticias acaparan estadísticas de vacunados, la situación pandémica en el mundo y el meter miedo a la población. Nos olvidamos de los intereses de las multinacionales arrasando las selvas, expulsando a los pueblos indígenas y asesinando a sus dirigentes y medioambientalistas que defienden la vida. Nos olvidamos del cambio climático, del fracaso imperdonable de las naciones por reducir las agresiones al planeta, de la corrupción de los políticos y de sus responsabilidades ante todos los azotes que asola a la sociedad. No podemos olvidarnos de las miles de personas que han muerto hundidas en el mar de la ilusión por soñar con una vida más digna ni por esas otras que se encuentran en campos de refugiados como si fueran escoria, hacinados, con frio y hambre, con enfermedades y muerte. Columnas de refugiados que huyen de la persecución, de la ira humana, de la guerra, de las consecuencias de un clima alterado y que son tratados como si fueran delincuentes, negándoles tener un futuro, una realidad y un sueño. ¿Hasta este punto de insensibilidad hemos llegado los humanos que tenemos el privilegio de no ser como ellos? ¿Es que las lágrimas, la empatía, el corazón de los que estamos en este otro lado, se ha convertido en silencio, ignorancia o en seres insensibles al mundo que nos rodea? Les negamos la felicidad, miramos a otro lado y nos convertimos en cómplices de crímenes de lesa humanidad.
Tenemos que abrir nuestros ojos. Con el miedo a la pandemia nos están haciendo olvidar la libertad, la constitución base de nuestras leyes, la pobreza de miles de familias, los suicidios que ya superan a las víctimas de circulación, las graves secuelas psicológicas de miles de niños y de personas, de las otras enfermedades que producen más muertes que el propio Covid, como es el cáncer, el paro y la destrucción de empleo y de pequeños emprendedores, la subida abusiva de la luz y muchos otros problemas graves que han pasado a formar parte del olvido interesado y, tal vez, diría que programado.
La nueva normalidad que nos prometían es ésta, el olvido absoluto de los problemas sociales, de la familia, de los abrazos y besos; de tenernos miedo los unos a los otros. Vivimos con ese miedo continuado, olvidando lo que ocurre a nuestro alrededor.
Nadie critica a los políticos por los efectos del cambio climático, ni por su fracaso e ineptitud frente a la pandemia. Se olvidan de los derechos humanos.
Este es mi llanto al comienzo del 2022, después de que tantos sinsabores nos ha dejado el 2021. Espero que este seamos capaces de abrir nuestra mente a la realidad y de ver al mundo de forma local y global. La geopolítica y los intereses de las multinacionales no descansan. Cada día avanzan apropiándose de la salud de nuestro planeta, del control mediático de la humanidad y de la destrucción masiva de los recursos naturales de la Tierra. De forma silenciosa, se están adueñando del control de la alimentación mediante las patentes de semillas que no deberían estar permitidas, al ser un crimen contra la vida y la humanidad. Nos encontramos peligrosamente ante un conflicto mundial con el intento de Rusia de invadir Ucrania y la movilización de fuerzas militares en el norte de Europa. No debemos asumirnos en una ceguera consentida, en un camino sin destino, en un sendero lleno de obstáculos que al final acabará en un barranco donde todos nuestros valores caerán sin remedio al olvido. Somos fuertes como sociedad, pero para ello debemos despertar del limbo al que nos tienen sometidos, desempolvar el miedo que nos inculcan.
Tenemos que ser conscientes de lo que de verdad estamos fabricando y consintiendo, cuando nuestros políticos no hacen nada más que reunirse con otros estados firmando acuerdos que se incumplen en el mismo momento que acaba el trazo de la firma. La Unión Europea no está bajo el control de la sociedad, sino bajo el control de los lobbies de las multinacionales y de los intereses partidistas. Las leyes que no interesan se bloquean. Y esto es muy grave, porque de ahí parten muchas normas que afectan a nuestra sociedad.
Quisiera que esta reflexión ya caminando en los primeros días de enero, no sea tan pesimista, que no se pierda la esperanza ni tampoco la lucha por los valores que durante tanto tiempo la humanidad ha logrado conseguir tan solo en algunos lugares. Es por ello que, de esa esperanza que aún nos queda, debemos saber cuáles son los límites rojos, las líneas que ya han sido rebasadas para poder controlar todo aquello que nos quieren arrebatar. El mundo, no sólo se enfrenta a un caos medioambiental, sino a la propia dignidad del ser humano.
Deseo con toda mi alma que habitemos en unas sociedades con libertad, en la lucha por la verdad, por el bienestar de todos y cada uno de los seres vivos que habitan en nuestro planeta y esta premisa básica debe ser extendida a todos los ciudadanos del mundo, respetando los ecosistemas naturales, las culturas, la biodiversidad de la Tierra, la Paz. Tal vez si así fuera, podríamos beber de esa gota de esperanza, de fortalecer nuestro linaje en beneficio de la vida. Construir en lugar de destruir.
Pero, mientras el capitalismo arrasador de conciencias esté presente como gigantes excavadoras agotando los recursos básicos de nuestra existencia y mientras que las palabras se quieran convertir en cañones y tanques, los pasos de nuestro futuro estarán comprometidos y el abismo será el destino final de nuestros pasos por la era antropocéntrica.
Debemos dar una oportunidad a la vida, a las otras especies que conviven con nosotros, al desarrollo de nuestra propia civilización enmarcada en la propia naturaleza que nos da el oxígeno y los nutrientes para poder respirar y vivir. Debemos cuidar al reino vegetal en toda su amplitud porque es el motor principal de la energía que mueve nuestro planeta. De este Reino tan olvidado depende toda la masa biológica de nuestro mundo. Un reino vegetal tan despreciado, tan maltratado y tan destruido.
Este es mi deseo para este año que comienza con aires bélicos, mi alegato por las lágrimas y la tristeza de una naturaleza en penumbra. No olvidemos nunca de dónde venimos y hacia dónde vamos, de nuestra huella que dejamos marcada en el umbral de la vida.
Conseguir un mundo mejor está en nuestras manos, en nuestra bola de la esperanza, en el rayo de luz que aclara y da fuerza a nuestro corazón, en la fuerza y energía que mueve nuestro motor biológico y en el pulso de nuestras venas que son los ríos que fluyen y alimentan los caminos sagrados de nuestra morada. Invirtamos el reloj del tiempo y consigamos que la vida de nuevo fluya en aquellos lugares y rincones donde escasea las ilusiones perdidas.