Fuente: Laura Arroyo Gárate. Noticias Ser.pe
La libertad le dijo un día a la ley: ‘Tú me estorbas’.
La ley respondió a la libertad: ‘Yo te guardo’
(Pitágoras)
Hay un hilo conductor que une casos que parecen lejanos pero no lo son. Un hilo conductor desde el Congresista de la República, Alejandro Cavero, posando con una bolsa de ‘Chees Tris’ como respuesta al anuncio emitido por Indecopi exigiendo el retiro de este producto del mercado por atentar contra la salud de quien los consume, hasta la reciente polémica por Novak Djokovic, el tenista serbio cuya concepción de “libertad”, ejercida para no vacunarse contra el covid-19, le valió su participación en el Open de Australia este 2022. Un hilo conductor que es también una estrategia política que, nuevamente, tiene a las palabras como principal arma de batalla.
La disputa por la palabra “libertad” no es reciente. Durante los últimos años hemos visto cómo viene siendo utilizada por fuerzas políticas, en especial de extrema derecha, en el marco de una estrategia discursiva que busca antagonizar “libertad” con todo aquello que ideológicamente definen como negativo. Una estrategia basada en la construcción de una antonimia antojadiza y que tiene como ventaja, por un lado, que no haga falta definir en ningún caso aquello a lo que se señala como antagónico y, por otro lado, tampoco supone definir aquello de lo que realmente hablan cuando utilizan la palabra “libertad”. Dicho de otro modo, lo que utilizan no es la palabra “libertad”, sino su cáscara. Aquello que los lingüistas llamamos ‘significante’.
Es por ello que podemos oír y leer en los discursos de los autodenominados defensores de esta falsa “libertad” que la utilizan como oposición de todo aquello que puedas imaginarte. Contra el comunismo, libertad. Contra el socialismo, libertad. Contra el Estado, libertad. Contra las leyes, libertad. Contra el terrorismo, libertad. Contra el Foro de Sao Paulo, libertad. Y la lista podría ser interminable. Como vemos, no hace falta definir ninguno de estos antojados antónimos pues la estrategia no tiene como finalidad conceptualizarlos ni ponerlos en debate; por el contrario, le basta con señalar la “amenaza” a esta supuesta “libertad” de la que solo ellos son defensores. La pregunta, entonces, cae de madura: ¿existe realmente un debate sobre la libertad? O, más importante aún, ¿de qué “libertad” nos están hablando?
En “Etimologías para sobrevivir al caos”, la escritora italiana Andrea Marcolongo hace un viaje al origen de 99 palabras. Con precisión y cuidado, Marcolongo explora la etimología y también parte del tránsito histórico de estas 99 palabras que son 99 ideas, 99 conceptos y, en buena cuenta, 99 encuentros entre hablantes. Una de ellas es “libertad”. La autora nos lleva hacia los inicios al recordarnos que Libertas (en latín) y eleuthería (en griego) son palabras que derivan de una antigua raíz indoeuropea “leudhero-”, que significa “aquel que tiene derecho a pertenecer a un pueblo 1” .
En efecto, no existe sinonimia entre “libertad” e “individualismo”. De hecho, el ejercicio de la libertad tiene que ver directamente con la pertenencia a “algo más grande que nosotros”. Como apunta la autora, pensar en “libertad” supone también preguntarse inmediatamente “para qué”. Y es que si bien la libertad consiste en un ejercicio individual de cada sujeto, se encuentra atravesada por la consecuencia de esta capacidad de elegir. Una consecuencia que supone un encuentro entre pares.
Hoy vemos que la utilización de “libertad” se aleja completamente de este concepto. De hecho, hay quienes hablan de “libertad” para referirse a un yo únicamente individual, casi solitario, donde el encuentro, lo colectivo y lo común no existe. O, en todo caso, no es importante (lo cual resulta aún más preocupante).
El contexto de pandemia ha permitido que este falso debate sobre la libertad suba algunos escalones. Si bien la estrategia de la antonimia antojadiza se sostiene, el acento ha cambiado de lugar y lo encontramos en esta ruptura del sentido colectivo de la palabra “libertad” en favor de un concepto que suprime la colectividad de la que todos y todas formamos parte. Este afán por resignificar “libertad” dentro de estas nuevas coordenadas donde la acción individual es el eje central, no ha nacido con la pandemia aunque hoy cobre más peso. El discurso anti vacunas encuentra aquí un útil argumento para su propósito al enfocarse en la voluntad del yo solitario en lugar de hacerlo en la del yo colectivo, pero miremos un poco más atrás pues, como digo, esto no es del todo nuevo.
Este quiebre de sentido de la palabra “libertad” explica, por ejemplo, que durante años se abogara en defensa de la autorregulación (o autocensura) de los agentes en lugar de poner en valor leyes que regulen en beneficio de todos y todas. Pensemos en la “libertad de expresión” que todo demócrata defiende, pero a la vez en la negativa de poderes mediáticos en Perú por ejercer responsablemente su labor de informar con la verdad. Este no es un tema moral o ético únicamente, sino una evidencia de cómo una falsa concepción de “libertad” suprime las responsabilidades de cada quien por el bien común y reproduce un falaz concepto de “libertad” de expresión. Es esta falsa concepción de “libertad” a la que se pliegan algunos periodistas que defienden que somos los y las espectadoras las que tenemos la función de cambiar de canal. Nuevamente, ponen sobre el individuo, en clave de yo solitario, la carga en lugar de hacerlo en quienes deberían asumir su responsabilidad colectiva con profesionalidad. Asimismo, es esta falsa noción de “libertad” la que hace que se lleven las manos a la cabeza cuando se sugiere una Ley de Medios que vele por garantizar información veraz, pluralidad y distribución igualitaria de espacios mediáticos en bien de la colectividad.
La misma ruta podemos hacerla sobre el endiosamiento del “libre” mercado como modelo único de desarrollo posible, obviando que se trata de una “libertad” de mercado que parte de un concepto falaz de “libertad”. Nuevamente, “autorregulación” es una palabra utilizada como vía de garantizar la idoneidad de esta fórmula cuando, vistos los hechos, es evidente que no existe. Esa es la razón por la cual en momentos de alta demanda ya sea de paracetamol o de pruebas de antígenos, como en esta tercera ola por la variante ómicron, los precios hayan escalado a niveles de vergüenza. Esta falsa noción de “libertad” puede hacer creer que eso es lo que ocurre en un mercado “libre”, pero lo cierto, es que ese mercado no es “libre”, es abusivo. Y la “libertad” no puede anclarse en el individualismo como norma pues, al hacerlo, no sólo quiebra su propio concepto sino que atenta directamente contra el bien común. Dicho de otro modo, es esta falsa concepción de “libertad” la que ha instaurado una forma no sólo de hacer política sino de convivir entre ciudadanos y ciudadanas: la del “sálvese quien pueda”. Una frase que resume lo que esta falsa “libertad” defiende.
Las palabras nunca son accidentales. Su uso, masificación, resignificación, etc. tiene que ver con momentos políticos e históricos que evidencian los mimbres y las bases de nuestras sociedades que son, comunidades de sentido. De ahí que resulte importante disputar las palabras pues son aquello que dota de identidad nuestros espacios de pertenencia. Hace unos meses comentaba que tras el periodo electoral de 2021, teníamos como tarea reconstruir el sentido en Perú. Palabras como ‘democracia’ han sido totalmente desvirtuadas y se encuentran en disputa. Asimismo, palabras como ‘Estado’ han vuelto a entrar en la agenda pública debido a la pandemia que ha desplazado sentidos comunes, agrietando la hegemonía neoliberal que campeaba sin mayor obstáculo en el Perú pre pandémico. Esta disputa dentro de lo que podemos llamar la batalla de las palabras, incluye sin duda a ‘libertad’, tal vez una de las palabras que más útil nos pueda resultar de cara a las salidas a esta crisis derivada de la pandemia que es una crisis de calado mucho más hondo.
Lo primero que toca hacer, sin duda, es no permitirles arrebatarnos el término. Toca señalar sin ningún miramiento y con contundencia que no son defensores de la “libertad”, sino de la “individualidad”. No puede volverse este un debate moral o ético sobre la “libertad” porque ese debate, como hemos visto, no existe. Esto no va de ser solidario con mis pares y por ello vacunarme. Esto va de entender que la libertad supone un yo colectivo, un pueblo, un encuentro. Es en el ejercicio de nuestra libertad real que nos vacunamos porque sólo somos libres en común. Por ello, toca desenmascarar su estrategia y señalar que lo que ellos llaman “libertad” es “individualismo” y que, en definitiva, defienden la soledad de los sujetos. Una soledad que sabemos lo nociva que resulta pues de una crisis no es posible salir solos ni solas. Son las ollas comunes las que han brindado alimento a miles de peruanos durante la crisis, son las cadenas de solidaridad difundiendo desde emprendimientos hasta mensajes de búsqueda de camas UCI o balones de oxígeno, lo que ha salvado a los miles de peruanos que afortunadamente no han muerto por la pandemia. Es la salud pública la que ha garantizado el derecho a la salud de quienes se contagiaron, mientras que los capitales privados endeudaron con miles de soles a quienes acudieron desesperadamente a tocarles las puertas. Sí, es la colectividad, lo común y lo público lo que nos salva y este es el nuevo sentido de época que tras la pandemia debería ser el eje vertebral de la construcción de los nuevos consensos de país que necesitamos.
Tal vez toque viajar un poco en el tiempo, como hace Andrea Marcolongo, para reconocer lo fundamental que una palabra como “libertad” resulta para nuestra identidad colectiva peruana. No es casual que este concepto esté presente en la primera línea de nuestro himno nacional: “Somos libres, seámoslo siempre”. Ya sabíamos entonces que sólo se es libre en plural. Toca recordarlo y recuperar la verdadera libertad.