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Revisamos la forma en la que interpretamos aquello que nos rodea, le conferimos una huella al espacio que ocupa nuestro cuerpo en un territorio, y reconocemos la tensión de la intemperie. Esta visión comienza a permitirse otras formas de percibir el mundo que nos rodea, de manera relacional y no hegemónica, a medida que contempla el hecho de que no existe un mundo, sino que existen diversos mundos y formas de ser, producir y reproducir. Diana Maffia en el artículo “Contra las dicotomías: feminismo y epistemología crítica” señala que “es el lenguaje lo que significa, no son los sujetos los que, a través del lenguaje, significan”.
Se construye el territorio que se habita, territorio constituido dentro de relaciones históricas y productivas que orientan a nuestras conciencias y a las prácticas de su construcción. Muchos pueblos originarios afirman que es la tierra la que enseña cómo ser y estar en el mundo, enseña cómo manejar los recursos. Lo que hacemos con ella, lo que producimos, define en parte quienes somos. En el working paper de María Carman sobre: “El buen vivir o las formas de significar y estar en el mundo”, la antropóloga, revisa el término de “buen vivir” para referirse al ideal de una vida armoniosa vinculada con tener paz y un estado de equilibrio en el uso de la naturaleza, alejado de una acumulación sin fin de artículos de consumo. Uno de los criterios fundamentales de la buena vida remite a la habilidad para asegurar la reproducción doméstica explotando solo una pequeña fracción de los recursos existentes. Además de analizar como en las praxis diarias de diversos pueblos, se confirma la correspondencia entre los modos de relacionarse con la naturaleza y los modos de relacionarse con los otros.
Vivimos en un período donde las relaciones del capitalismo —como modo productivo que siempre ha orientado el colonialismo desde el establecimiento de los Estados naciones en Latinoamérica— son fuertemente expresadas y han aumentado la complejidad de los conflictos a nivel territorial con su control político, social, extractivista y patriarcal. En el artículo periodístico de Yasnaya Elena A. Gil, “El llamado a no romantizar a los pueblos indígenas” reafirma la idea de revisar las narrativas que nos hace elegir con “voluntad propia” los productos ofrecidos por el capitalismo, cuando “nuestra supuesta libertad fue previamente confinada a un universo pequeño y delimitado por férreas rejas de relatos en cárceles narrativas”. ¿Cuáles son los puntos de coincidencia con estas narrativas dominantes y los relatos que lo sostienen? ¿Y cuáles son los posibles puentes para acceder a esas lógicas y cuestionarlas?
Desde la cosmovisión originaria, se creía que las palabras de nuestras ancestras sostenían el mundo espiritual de la vida en la tierra, a través de ellas se expresan miles de años de cultura que han construido una forma de habitar el mundo en relaciones de reciprocidad y amorosidad con la tierra. Algunos pueblos originarios, creían que a través de las ancestras hablaba la tierra con la que se vinculaban en su forma de entender la vida, honrando el suelo que pisan, el fruto de la tierra que alimenta. Maffia considera que: “los otros sujetos, si son sujetos iguales que yo, son sujetos que constituyen el mismo mundo que yo constituyo, es decir, compartimos un mundo en común al que Husserl llama mundo de la vida, que es el mundo de las transacciones cotidianas, y que es la base de cualquier otra construcción posible”.
Tal vez, como lo nombra la autora Lorena Cabnal, “la sanación como camino cósmico-político” convoca en los territorios, a la sanación de los cuerpos para la liberación y la emancipación. Será menester entregarse a la escucha activa, la amplitud de la mirada, a las visiones que habilitan estos suelos, reconocerse en los ciclos de las transformaciones históricas, utilizar el lenguaje como brújula, escuchar las voces de quienes habitaron los territorios y volver al propio, para desde allí, construir nuevas narrativas.