Con el Golpe de Estado de 1973, el gobierno de Augusto Pinochet recibió un generalizado desaire internacional que llevó a varias naciones a cortar sus relaciones diplomáticas y comerciales con Chile. Sin embargo, muchos países optaron por mantener sus embajadas y consulados en nuestro país, junto con repudiar la insurrección militar y las graves violaciones a los Derechos Humanos que se iniciaron desde el primer día y se prolongaron por diecisiete años.
Los disidentes de la Dictadura hicieron muchos esfuerzos para que la comunidad mundial rompiera totalmente con el régimen castrense, aunque la historia demostrara que los países que mantuvieron sus legaciones diplomáticas en Chile a la postre pudieron hacer mucho más para acortar la Dictadura y apoyar la insurrección democrática. Hoy por hoy, se estima que esta es la posición más adecuada y se destaca cómo hasta las naciones en abierto litigio con otras prefieren extender sus relaciones diplomáticas lo que más puedan.
De esta forma se explica que Estados Unidos, Rusia, China y la comunidad europea mantengan sus representaciones en países que están al borde, incluso, de la conflagración armada. Asimismo, como las Coreas mantienen sus relaciones entre sí y también en América Latina las controversias entre Venezuela y Colombia, Perú y Chile, además de otras nunca hayan escalado hasta la ruptura diplomática total. Son muchos los que creen que si Bolivia y nuestro país reestablecieran a sus embajadores todo podría ser mejor para resolver nuestras diferencias y sanar los agravios que todavía se sienten desde la Guerra del Pacífico.
Intención perversa es la de la derecha y sus medios al exigirle al Presidente Electo una censura al régimen chavista, la Revolución Cubana y el gobierno de Nicaragua. Mientras que se pasa por alto la situación de la propia China, de Marruecos. Arabia Saudita y un sinnúmero de países con regímenes dictatoriales y abiertamente transgresores de los derechos de sus pueblos. En esto hubo hasta quienes incurrieron en fragrante ignorancia, además de ingratitud, al pronunciarse tan ligeramente respecto de países que solidarizaron con el nuestro durante los más críticos años y adversidades.
Se trata de una doble moral que resulta inconsecuente y lesiva para los intereses de nuestra nación. Además de entrañar una falta de respeto a la libre determinación de los pueblos que tanto se proclama y tan poco se cumple. Al calor de la campaña electoral, lamentablemente algunos de los dirigentes que llegarán próximamente a La Moneda comprometieron opiniones que causaron severos denuestos hacia aquellos regímenes que esperaban en un triunfo de Boric y de sus referentes de izquierda podrían mitigar o poner término al bloqueo económico y a esos embargos que afectan tan criminalmente, y por tanto tiempo, a las naciones antimperialistas de nuestro Continente.
Los nuevos gobernantes deberán tomar decisiones importantes en materia de relaciones exteriores. Revisar los cuestionamientos que se les han proferido desde los medios informativos adictos de los intereses de la principal potencia mundial, como de otras cancillerías que quieren vernos alineados con el modelo hegemónico de Estados Unidos y sus regímenes adláteres. Al respecto, se impone revisar tratados y acuerdos con el exterior que resultan lesivos para el resguardo de nuestros intereses y recursos estratégicos.
Es lógico que lo que sucede en Venezuela, Nicaragua y otros estados preocupe a quienes están por llegar a La Moneda, pero muy torpe sería que nuestra nueva Cancillería soslaye el hecho de que es preferible, de todas formas, mantener fluidas relaciones diplomáticas con todos estos, antes que romper o alinearse con las intenciones del Departamento de Estado, la OEA y entidades como Human Rights Watch abiertamente digitadas por la Casa Blanca.
La desmesura o la imprudencia en nuestra política exterior corren el riesgo de dañar nuestra independencia y soberanía. Por el contrario, las nuevas autoridades debieran proponerse recomponer y fortalecer la hermandad con todas las naciones de nuestra Región y que quedaran tan debilitadas por la aventurera acción de un Sebastián Piñera cuando pretendió ejercer caudillismo continental en desmedro de aquella unidad regional que antes se había logrado en el respeto a nuestras diferencias políticas y en mérito de nuestras respectivas estrategias comerciales. Afectando en el municipio de Cúcuta, por ejemplo, nuestra credibilidad y ascendencia.
Tampoco una nueva política exterior debiera excederse en las relaciones de nuestro Jefe de Estado con otros que, proclamándose de izquierda, han evidenciado su fracaso y caído en innegables escándalos y prácticas de corrupción. Como ha sucedido tan claramente en Brasil, Argentina, Ecuador, Perú y otras naciones, aunque al final estos regímenes estén logrando su impunidad. Al estilo, por lo demás, de lo sucedido en nuestro propio país aquellos legisladores sobornados por las grandes empresas y cuyos delitos hayan quedado prescritos o se extiendan indebidamente.
Vemos con preocupación el lobby que se practica hacia Chile por algunos mandatarios de la región, en la búsqueda de ganar a nuestro gobierno como aliado o cómplice de sus malas prácticas e inconsistencia política. Aunque gobernantes como Andrés Manuel López Obrador aprecien en el triunfo de Boric la buena intención de sumarlo a un esfuerzo continental a objeto de afrontar, entre otros, el tema de las migraciones, del narcotráfico, la recuperación de nuestras riquezas básicas y la acción concertada por salvar la salud el Planeta.
Mejor haría Chile de ampliar su mirada internacional a todo el mundo, a todos los continentes y naciones. El nuevo régimen requerirá ganar amigos en todas partes para prevenirnos de las agresiones que sin duda recibirán nuestros nuevos gobernantes. Sobre todo, si Boric se empeña en un cambio profundo, en un viraje auténtico hacia la justicia social, la paz y solidaridad entre los pueblos.
Aunque ya hayan trascurrido cinco décadas, lo que paso en 1973 con Allende y la Unidad Popular debiera obligarnos a dar pasos certeros en la diplomacia, puesto que el advenimiento de un orden justo, como el pleno ejercicio de la soberanía nacional y regional mantienen sus implacables enemigos.