Inspirado en tradiciones ceremoniales ancestrales y enriquecido por el tiempo y las circunstancias que condujeron al sincretismo y la transculturación, el Carnaval de Oruro distingue en la actualidad como una de las festividades más importantes de Bolivia.
El jolgorio anual, en el cual no pocos coinciden, deriva de una mezcla prehispánica y el proceso de evangelización, en el que la fe y la fiesta se unen para convertirlo también en uno de los más grandes de Latinoamérica -junto a los de Río de Janeiro, Brasil, y Barranquilla, Colombia-, y del mundo.
En los dos días oficiales de celebración y desenfreno -coincidentes con un fin de semana de febrero- participan 18 especialidades de baile con 52 conjuntos folclóricos nacionales o del extranjero, e intervienen más de 35 mil bailarines, tanto mujeres como hombres, y entre cinco mil y 10 mil músicos, quienes recorren unos cuatro kilómetros danzando.
La jornada anterior, conocida como el viernes de Ch´alla, todos, oficinas, empresas, bancos e instituciones, los que creen en la Pachamama (Madre Tierra), le rinden sus ofrendas a la patrona de la Virgen del Socavón, la Candelaria para los católicos.
Así, la avenida Cívica 6 de agosto es donde los bailarines peregrinos muestran sus mejores pasos al compás de la música, hermosas corografías individuales y colectivas, y sus atuendos llamativos de colores intensos de cada una de las agrupaciones.
Esta es la acción previa a la llegada al santuario que honra a la Virgen del Socavón, patrona del folclor boliviano y a quien nombran de tal forma por encontrarse muy cerca de una mina convertida hoy en museo y que tuvo relevante importancia durante el período colonial.
Los preparativos del Carnaval comienzan con meses de antelación y las calles resultan preludio de lo que será el acontecimiento.
La danza más representativa es conocida como la Diablada, derivada del baile “Llama Llama” de la cultura uru, en honor al dios Tiw, que luego al españolizarse comenzó a nombrarse tío y cuya figura se encuentra a la entrada del socavón de la mina, llena de ofrendas llevadas por los devotos.
Una vez dentro de la iglesia, los danzantes asisten a una misa oficiada por un sacerdote y de rodilla caminan hacia el altar con sus tributos y súplicas, y entre lágrimas, piden sus deseos a la patrona y prometen bailar durante tres años consecutivos. Este es el más grande honor para los bailadores.
El segundo día de celebración es totalmente festivo, sin peregrinación, y en el que los danzantes, algunos con solo partes de sus atuendos, y el público, interactúan en las calles al ritmo de la música, interpretada por los miembros de las confraternidades.
A diferencia del anterior, los participantes pueden consumir bebidas durante el recorrido, por lo que el exceso y la alegría son aún más intensos, que llegan al paroxismo durante la noche con los fuegos de artificios, luces, sonidos de matracas y llamaradas de fuego salidas de las máscaras de los bailadores.
Muchos son los reconocimientos otorgados al Carnaval de Oruro, entre los que destaca, sin dudas, el de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, al proclamarlo “Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad”.