Abro el Twitter de algún que otro director de periódico y no leo más que mentiras; consulto el Instagram de desprejuiciados informadores y compruebo cómo sus hooligans aplauden cada bulo que reproducen; miro el Facebook o el YouTube de tanto falso comunicador ahora llamado infuencer y constato escandalizado cómo, sin el menor recato, se dedican a difundir entre sus decenas de miles, a veces cientos de seguidores, las mayores infamias”.
Así abría mi amigo Juan Tortosa su primera columna del año en “blogs.publico.es”; también se lamenta del tiempo que perdemos las personas decentes, que queremos vivir en una sociedad decente, en desmentir las falsedades con las que tantos impresentables que van de comunicadores infectan el mundo de la comunicación.
Se advierte en el texto que mi amigo Juan, fiel a su esperanza de que alguna vez se obligue o nos obliguemos a respetar el derecho a la información de la ciudadanía, está próximo al hartazgo, aunque no creo que puedan con él. Lo comprendo, con más de cincuenta años de periodismo a mis espaldas, no recuerdo otra época con tanto irresponsable suelto… Y digo suelto con plena responsabilidad de la palabra; porque creo que en una sociedad dispuesta a defenderse del odio y sus consecuencias este tipo de canallas deberían tenerlos a buen recaudo.
No hay libertad de expresión, stricto sensu, a la cual puedan aferrarse para justificar su indecencia porque son prevaricadores, saben perfectamente el daño que están haciendo pero confían en que, en algún momento, toda esta basura que distribuyen les sirva de pasaporte a algún despacho si los malvados triunfan. Lo cual no es descartable…
Falsa pluralidad informativa
Al jefe de campaña de Adolf Hitler, Joseph Goebbels, se le atribuye la frase “Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”; es totalmente falso e igualmente perverso. Sin embargo, le funcionó al nacionalsocialismo alemán, y este genocida fue fundamental para que la mayoría de los electores encumbraran al alucinado de Hitler a la Cancillería. Desde donde pudo poner en práctica sus siniestras estrategias de crueldad.
Goebbels y sus periodistas continuaron sacando humo a las rotativas para asentar en la pobre gente una delirante identidad antisemita para que justificaran un odio que llenó campos de concentración y terminó con la vida de millones de seres humanos.
(Hitler y Goebbels, durante un paseo en la residencia de montaña del Berghof, en Berchtesgaden, en junio de 1943. WALTER FRENTZ)
Propagadores de los mismos mensajes sectarios hoy se aposentan en muchas redacciones españolas, y supuestos entendidos se pasean por las tertulias de radios y televisiones protegidos por los directores y gerentes bobalicones de esas emisoras, que dicen creer en una falsa pluralidad informativa.
Esto desespera a mi amigo Juan Tortosa, que se siente cansado de enfrentarse a la desidia de los colegas profesionalistas que no entienden que la democracia y la libertad son bienes de militancia diaria. Juan, además, cree que los inmorales se están llevando el gato al agua.
Puede ser, pero sólo de momento y de un momento que tiene caducidad cercana…
La mentira tiene patas cortas
Gran parte del periodismo europeo no se ha dejado engañar por el falso concepto de esta bobalicona “pluralidad informativa” y ha asumido con claridad su responsabilidad social ante el riesgo que supone para la sociedad democrática la desinformación.
Es probable que en el periodismo europeo tengan más conciencia de las viejas atrocidades de este nazismo disfrazado de neoliberal que sus colegas españoles y por ello hayan decidido plantar cara a quienes aspiran a inaugurar una nueva era de infortunio en este siglo.
Edwy Plenel, laureado periodista de “Le Monde” , que fue cofundador y es actual editor de “Mediapart”, advierte de los peligros de este discurso que combina la ideología de la extrema derecha con los mitos socioeconómicos del neoliberalismo: “No estamos en presencia de una opinión que haya que discutir o refutar, sino de una ideología criminal cuyos mecanismos son los mismos que, mediante la construcción ilusoria de una cuestión judía, han arrastrado en el pasado a Europa a un abismo de crimen contra la humanidad”.
Aunque hay alguna dirigente de la ultraderecha que aún tiene a los judíos como principal objeto de su odio, la mayoría de los retrógrados españoles y sus escribas dirigen sus iras y falsedades contra los migrantes, las feministas, las personas que no comparten su identidad social y, por supuesto, contra las organizaciones obreras.
Es cierto que en España en cuestiones de derechos de la comunicación siempre hemos ido y vamos con bastante retraso; seguramente porque tenemos el mayor volumen de ignorancia por metro cuadrado de redacciones. Esto no es científico, pero claramente comprobable en la experiencia diaria.
Pero los cambios que se están operando más allá de nuestras fronteras, éstas que Vox quiere hacer cada vez más altas para evitar contaminaciones con la humanidad, están a escasos tramos de nuestra realidad.
También desde Estados Unidos llegan lecciones
Tras la elecciones de 2020, el presidente Donald Trump cogió la televisión y se despachó: “Si contamos los votos legales, ganamos fácilmente. Si cuentas los ilegales, nos van a tratar de robar”. Poco más o menos como lo que hizo José María Aznar desde la Moncloa tras los atentados del 11 de marzo de 2004 en Atocha con su recorrido de redacciones para culpar al terrorismo de ETA; pero el final es distinto.
(Jose M.Aznar)
Los directores de los medios españoles titularon con la mentira de Aznar, aunque sus corresponsales bramaran desde todas las latitudes diciéndoles que harían el ridículo. Y lo hicieron…
En cambio en Estados Unidos cuando Trump lanzó su ataque al sistema electoral de su país ante un resultado que le era adverso a sus aspiraciones, el periodismo, simplemente, lo desenchufó.
ABC, CBS y NBC interrumpieron la retransmisión del discurso presidencial y dijieron a sus audiencias que el presidente estaba mintiendo. “Aquí estamos, nuevamente, en la posición inusual de no sólo interrumpir al presidente de EE UU, sino de corregir al presidente”, comentó el presentador de NBC. Jake Tapper, de CNN, comentó acusó a Trump de “intentar atacar la democracia con un festín de mentiras”. Solo la conservadora Fox, del magnate Ruper Murdock, se mantuvo fiel al mensaje y las mentiras de Trump.
La madrugada siguiente The New York Times llegaba a la calle con un titular en portada que decía que el presidente había mentido.
En la primera semana de este año un tribunal británico condenaba al “The Mail on Sunday” a una multa más que millonaria por vulnerar la privacidad de la actriz estadounidense Meghan Markle al publicar una carta de ella a su padre. En un comunicado personal difundido tras el juicio la demandante señalaba: Esta es una victoria no sólo para mí, sino para cualquiera que alguna vez haya tenido miedo de defender lo que es correcto. Si bien esta victoria sienta un precedente, lo que más importa es que ahora somos lo suficientemente valientes colectivamente para remodelar una industria sensacionalista que impulsa a las personas a ser crueles y se benefician de las mentiras y el dolor que crean.
No desesperemos; hay quien ya está tomando ejemplo de comportamientos profesionales como los antes señalados que ya corren por Europa; no son más listos que los peores de los nuestros, es que tienen mayor sentido de la dignidad profesional y más respeto por las personas.