Muchas veces en un acto de inconciencia total, creemos que, porque hemos tenido la maravillosa oportunidad de acceder a la lectura de libros, docenas a lo largo de nuestra vida, podemos burlarnos de quienes han sido empobrecidos al nivel de la miseria y cada vez que podemos les hacemos ver que jamás estarán a nuestro nivel intelectual y socioeconómico.
Es con ellos con quienes hacemos jactancia de nuestros títulos universitarios, porque están tan por debajo en la clasificación por escala social que hace el sistema que sabemos que pasarán cien años y sus descendientes terminarán limpiando las casas de los nuestros. Así pensamos, demostrando que la universidad pasó de madrugada por nosotros. Y porque con esa universidad somos de la parte de la sociedad que jamás hará nada para que las cosas cambien y esos nietos vayan a la misma universidad que los nuestros. Demostrando lo ruines que somos, al no hacer nada para que la inclusión sea parte del cambio social.
A esa parte de la población nos gusta demostrarle que jamás comerán un pedazo de carne como los que comemos nosotros todas las semanas y para eso publicamos constantemente fotografías en redes sociales de los comidales que abundan en nuestra mesa: los vinos de reserva, la vajilla fina y apuntando con la cámara del teléfono celular el resto del espacio para que vean de una vez nuestros sillones de la sala, nuestra mesa del comedor enorme, de pura caoba que no cualquiera se puede comprar. Caoba que fue robada en las talas ilegales de las montañas donde viven esas comunidades en resistencia.
Las pinturas que cuelgan en las paredes y de paso el perro de raza que embellece a la familia. Y como la guinda del pastel, a la empleada doméstica en primera plana para que vean que no somos como todos esos “muertos de hambre” y que podemos darnos el lujo de tener quién nos limpie el baño en la casa. Exponiéndola públicamente con el pretexto de quererla, porque si no la quisiéramos no la pondríamos en la foto, como “parte de la familia”. ¿Sería parte de la familia si le pagáramos un salario justo? ¿Será parte de la familia cuando sus hijos asistan a la misma universidad que los nuestros? ¿Y los papeles se intercambiaran y fuéramos nosotros limpiando baños de otros, qué pensaríamos de la vida y de nuestros empleadores? ¿Y si nuestros empleadores fueran como nosotros y se comportaran igual?
Muchas veces creemos que porque sabemos de ortografía podemos burlarnos de quienes no han aprendido a leer y a escribir y catalogamos como incultos. Y que cuando con tanto esfuerzo se inscriben en la escuela nocturna a la que asisten después de trabajar todo el día en oficios, soportando humillaciones y abusos de empleadores como nosotros, nos volvemos a burlar de la forma de su letra, de sus faltas de ortografía, de su forma de hablar.
Creemos que el único conocimiento válido es el nuestro, cuando desconocemos prácticamente todo, porque no sabemos de mecánica, de albañilería, de jardinería, del trabajo del campo, de cómo hacer una blusa en una maquila, de cómo hacer un zapato, de cómo hacer un comal de barro y un polletón, cómo hacer adobe, cómo se hace una mesa, cómo se poda un árbol para no secarlo. Cómo pescar con atarraya, cómo limpiar la tubería del desagüe, en fin. Cuántos días tiene que encubar una gallina sus huevos para tener pollitos, cómo capar un chochito, en qué tiempo cambian de plumas los patos, en fin, desconocemos tanto. Que estúpidamente creemos que lo único valido es nuestro cartón de universidad y eso nos hace superiores a los demás. La universidad es un tipo de conocimiento, pero no es el único ni el más importante, es uno más nada más.
Creemos que porque hablamos dos o tres idiomas extranjeros podemos humillar a los que hablan los idiomas de los pueblos originarios. ¿Con qué derecho? Y cuando estas personas que han sido excluidas generacionalmente, empobrecidas y violentadas día a día, intentan algo que nosotros creemos que sólo pertenece a nuestro nivel social, nos burlamos de ellas, las humillamos, les hacemos ver que su intento no vale porque es imposible lo que buscan, que eso es privilegio nuestro nada más.
Así es como mediocremente nos burlamos de artesanos, pintores, cantores, poetas, escritores, que lo intentan desde el monte, en los guindos de los barrancos, donde no hay luz ni agua potable, donde el internet no existe ni las escuelas. Y les decimos que sus pinturas del zacate y de las hierbas del campo no sirven, porque no tienen técnica, porque no son como las de los pintores famosos que desde la cuna y su clase social tuvieron todas las herramientas a su alcance. Porque no valoramos lo llano, la inocencia, que son más fuertes que la maldad y la manipulación.
Y cuando cantan nos burlamos de su letra que le recita al agua de la quebrada de su pueblo y a la teja de la casita de adobe en donde creció. Porque para nosotros la mejor letra esa esa que nos sabemos en idioma extranjero, de músicos que tuvieron la libertad y las herramientas para crear. ¿Qué hay de erróneo en escribirle una canción a la ramita de tomate que crece entre la milpa? ¿Qué hay de mediocre en pintar la gallina abada en el gallinero de la casa?
Y cuando alguien escribe del humus del amanecer en su pueblo, le decimos que es mediocre, que no tiene sustancia, que no tiene madera, porque estamos acostumbrados a que el escritor que leemos nos cuente de una taza de café en el piso 30 de un rascacielos y de los paseos en las calles céntricas de Nueva York. Claro está, desde las palabras rebuscadas.
Y cuando alguien desde ese pueblo donde no hay luz ni agua potable, quiere publicar un libro, desde esa periferia donde el gobierno desaparece jóvenes todos los días, le cerramos la puertas en la cara, porque no pertenece a nuestro nivel social, por ende lo que tenga que decir no nos importa. Y descalificamos de entrada su letra, porque no tiene el respaldo de un cartón de universidad y el conocimiento que da viajar por el mundo. Viajar por el mundo es un tipo de conocimiento, no es el único.
Y así es como nosotros grandes graduados de universidad, que tuvimos la oportunidad de la educación superior, de la educación formal, que siempre tuvimos agua caliente en la regadera, que nunca nos faltó abrigo y nos ha sobrado la comida y dinero en la cartera, somos parte del sistema que mulita, humilla y excluye. Já, y tantas veces haciéndonos pasar por humanistas para nuestra conveniencia personal y familiar.
Por eso nos duele tanto cuando alguien que sale de la pobreza, de la exclusión, no olvida su origen y en lugar de convertirse en azadón al codearse con gente como nosotros, abre las puertas de las grandes alamedas para que pasen los excluidos. Y nos duele mucho más, cuando ha sido uno de los nuestros, con todos los privilegios desde la cuna, el que despierta en conciencia social y abre la puerta de las grandes alamedas, para que pasen los excluidos.