La política está desprestigiada y algunas campañas han concentrado su mensaje en golpearla en el suelo, sin reconocer que lo que hacen también es política. La degradación de la política no es solo responsabilidad de las personas que se dedican a esta actividad, sino que de los millones de personas que no acuden a las urnas, que lo hacen sin expresar opinión o, simplemente, que lo hacen de manera desinformada. Es por eso que se ha instalado el dicho: “los países tienen los gobiernos (democráticos) que se merecen”.
Desde que se instauró el voto voluntario en Chile, ha quedado en evidencia que la abstención es mayor en grupos socioeconómicos bajos y en personas jóvenes. Para ellos, la velocidad de los cambios es tan lenta que no alcanza a ser percibida. Estamos frente a una desesperanza aprendida que desmotiva e inmoviliza.
La desidia de quienes no votarán el próximo domingo en la segunda vuelta de la elección Presidencial es lamentable, pero más lamentable, e incluso reprochable, es escuchar a quienes han ocupado cargos de elección popular, de ministro o ministra u otras altas posiciones en el aparato del Estado, que llamen a la ciudadanía a votar en blanco, anular el voto o no acudir a las urnas, porque ninguno de los candidatos que pasaron a segunda vuelta los interpreta.
El sistema educacional chileno incorpora “ciudadanía” en su currículum como área transversal. Ciudadanía es mucho más que educación cívica. Es cómo nos relacionamos en el espacio público y cómo somos parte de la política en la escuela, la comunidad, el territorio, la comuna, la región y el país. Es cómo nos organizamos con pleno respeto a nuestros derechos y cómo aseguramos igualdad de oportunidades.
Si bien nuestra legislación considera el voto como voluntario, en Fundación Semilla consideramos que la democracia va férreamente unida a la participación y al voto, siendo este último un derecho que no puede ser condicionado, pero al cual sí le podemos pedir que sea correspondido con responsabilidad ciudadana de acudir a las urnas y manifestar una preferencia.
El valor de la democracia está en la diversidad y en la forma de procesar nuestras diferencias para lograr mayorías que gobiernen con pleno respeto a las minorías. No es cosa fácil y se requiere coraje para procesar esas diferencias con voluntad de aprender y valorar a la otra persona más que imponer nuestros propios valores, ideologías o puntos de vista. Con lo bueno y lo malo, el mejor sistema conocido hasta ahora es la democracia con una ciudadanía fuerte, vigorosa y empoderada.
A quienes trabajamos en educación nos duele la abstención, el voto en blanco o nulo. Un mal ejemplo deshace el esfuerzo y trabajo que se realiza en las comunidades escolares. Y al ver tan triste espectáculo hacemos un llamado a tener coraje e ir a votar, marcando preferencia para que el dicho: “los países tienen los gobiernos (democráticos) que se merecen” no sea un lamento, sino un orgullo por la gran cantidad de votos que elige a ese respectivo gobierno.