Más que consultar sobre qué candidato lleva ventaja sobre el otro, las encuestas podrían averiguar cuáles son las motivaciones que tienen los ciudadanos para optar por uno u otro, como también en su decisión de abstenerse, votar en blanco o nulo. Seguramente lo que descubriríamos es que la amplia mayoría de los votantes lo hará contra el otro más que en pro de lo que estos se proponen hacer en caso de resultar elegidos. Tal parece que lo que ha prevalecido en esta campaña presidencial es la demonización de los adversarios; en ningún caso el planteamiento y debate de ideologías o programas.
Para colmo, en la segunda vuelta ya ni siquiera vale lo que se dijo respecto de los postulantes ya derrotados y de cómo se los descalificó ácidamente. Lo que se impone, ahora, es la afanosa búsqueda de apoyo “venga de donde venga”, así como también se manifiesta el oportunismo de quienes tratan de arrimarse a uno de los dos “carros de la victoria”.
En esto mismo puede radicar la tranquilidad que muchos asumen serenamente respecto de los resultados definitivos. Es posible que las bravatas de José Antonio Kast se harán agua una vez que llegue a La Moneda, cuando venga la hora de entenderse con un parlamento que le será particularmente hostil según la nueva correlación de fuerzas. Más todavía si sus promesas de acabar con el narcotráfico y el crimen organizado que acosa al país sería en vano si no se propone atacar las causas reales que fundan la existencia y el aumento de estas lacras. Claro, en su discurso, Kast no se propone contribuir a la equidad social ni acabar con la miseria y marginalidad que realmente explican estos trastornos y hoy nos llevan a la profunda conmoción y estado de terror de la población.
Gabriel Boric también tendría un poder legislativo muy poco amigable y en que a las posturas de la derecha se sumen los enconos y diferencias con los sectores de la ex Concertación y Nueva Mayoría, pese a que estos partidos ya le han brindado su apoyo en la segunda vuelta. Difícil se hace que personas como Ricardo Lagos, la propia Michelle Bachelet, el freísmo y el socialismo “reciclado” no le pasen la cuenta a su gobierno por las fuertes críticas recibidas por los que constituyen el Frente Amplio y esas radicales posiciones en que se multiplica el izquierdismo criollo y mundial. Por los improperios de la llamada patrulla juvenil de esos estudiantes rebeldes que se tomaban las calles para protestar contra los dos últimos gobiernos de la llamada centroizquierda, hoy reducida a su mínima expresión electoral. A pesar de que todavía mantendrán sus curules varios senadores y diputados que pueden inclinar la balanza política a cualquier lado. Muchos se preguntan, en realidad, si le vale la pena al candidato de Apruebo con Dignidad buscar el apoyo de figuras altamente desacreditadas.
Asimismo, han quedado en evidencia los desacuerdos del propio Boric con el Partido Comunista, la colectividad que debiera tener mayor gravitación dentro del eventual gobierno de este sector. Tensión que en los últimos días este histórico referente le ha advertido a su abanderado de que ya no es tiempo de alterar el programa de la coalición. Ni menos, todavía, empeñarse tanto por ganar el apoyo de partidos que hoy se hacen execrables para la izquierda.
Sin duda que estamos en otro momento político. Reina ahora el pragmatismo y realmente sonaría muy absurda aquella advertencia de Eduardo Frei Montalva (1969), por ejemplo, de que “ni por un millón de votos cambiaría una coma de su programa…”. Cuando lo prioritario actualmente es llegar a instalarse en los aparatos del Estado y no implementar necesariamente una revolución o un cambio muy significativo. Sobre todo por ocupar los apetecidos cargos públicos, más que proponerse la demolición del neo liberalismo. Promesa que, aunque aún se escucha de la boca de algunos dirigentes, ni los más pertinaces marxista leninistas tienen real propósito y esperanza de alcanzar. Como tampoco será afán de aquellos flamantes “representantes del pueblo” al momento de recibir sus primeras dietas; especialmente en el caso de los senadores que, como se ha reconocido, superan los 20 millones de pesos mensuales. Más de cuarenta o cincuenta veces el salario mínimo.
Recordemos al respecto la solemne promesa de algunos jóvenes diputados cuando arribaron al Parlamento en cuanto a renunciar a sus abultadas remuneraciones. Lo que no sucedió, posteriormente, salvo para destinar parte de sus honorarios a sus partidos o a algunas fundaciones administradas por ellos mismos a objeto de “hacer caja electoral” para los próximos comicios.
Sinceramente, no se vale temer tanto por quien llegue a La Moneda. Sin embargo, si debe ser motivo de preocupación la actitud que asumirá el pueblo en caso de que otra vez compruebe que sus demandas son tramitadas y sepultadas entre el Palacio de Gobierno y los hemiciclos de es alarmante cantidad de legisladores bicamerales. Si se considera, dicho de paso, que en Chile estos más que triplican a los representantes estadounidenses en relación al tamaño de su poblaciones. Más aún si añadimos a estos el enorme número de parásitos fiscales, ya sean asesores y operadores políticos excelentemente bien remunerados. Los que desgraciadamente, además, están pululando en la Convención Constitucional.
Ya no se resiste que la derecha chilena de lo único que se preocupe sea de proteger los intereses de los poderosos empresarios e inversionistas extranjeros. Sin que den paso alguno en favor de modernizar su discurso de acuerdo a los nuevos imperativos medioambientales y valóricos, por ejemplo. Reacios a asumir el fracaso mundial de las políticas neoliberales y la supuesta neutralidad del “mercado”, al menos podrían retornar a los valores derechistas del pasado. Esto es al nacionalismo y al anticolonialismo que hicieron gala en sus sucesivas administraciones.
En la izquierda, las definiciones y consensos ideológicos todavía se hacen muy difíciles cuando sus adherentes siguen divididos tajantemente entre los que ahora abominan de las revoluciones socialistas del Continente y los que siguen influidos por regímenes que desde hace tiempo abjuraron de las prácticas democráticas e, incluso, de la propia justicia social. Entre la tozudez ideológica de algunos y los que vienen arrodillándose ante los dictados de la Gran Potencia y su implacable sentencia respecto de los que son buenos o malos en el mundo. Esto es, los que favorecen los intereses estadounidenses y los que todavía proclaman la independencia y soberanía de nuestras naciones. Cuando en el mundo se extienden y profundizan las propuestas sobre el “socialismo participativo”, concepto del cual no existe todavía ni referencia en el mundo progresista chileno.
Tememos ciertamente que prevalezcan desacuerdos, malas prácticas y omisiones que amenacen con abundar la desconfianza hacia la democracia. Que el “juego político” y las cúpulas partidarias no se den suficiente espacio para resolver los problemas efectivos de la población. Que sigan pendientes realidades tan antiguas como la de la pobreza y marginalidad, o esa escandalosa brecha entre los que más y menos ganan. Que continúe perpetuándose esa dolorosa cifra de los que siguen muriendo por ausencia de un sistema universal de salud. Cuando son tantos los que se encuentran en el sócalo de la subsistencia y el analfabetismo funcional, siempre enfrente del hartazgo de algunos y la precariedad en que vive la inmensa mayoría.
No es de temer otra vez un justo estallido social sino, incluso, la posibilidad de un nuevo quiebre institucional. Que vuelvan a sonar los tambores del golpismo, que se pronuncia cíclicamente en Chile y tantas otras naciones que mantienen las graves desigualdades sociales.