No conozco a nadie que esperara un resultado como el que se dio. Fue una segunda vuelta a tablero vuelto. Se batieron records de participación desde que rige el sistema de voto voluntario.  Las cifras finales fueron casi calcadas a las del plebiscito del 88 donde el pinochetismo se jugó su continuidad y corriendo solo, salió segundo con el mismo porcentaje de ahora (44%). Como si en estos poco más de 30 años no hubiese pasado nada. Colocada ante trances históricos, en lo grueso, la preferencia ciudadana poco o nada ha cambiado, no obstante que estamos ante otras generaciones.

Una nueva generación se abre paso contra viento y marea, a punta de codazos. Es la generación que 10 años atrás encabezó las movilizaciones estudiantiles, allá en el 2011. Ahí están en un primer plano quienes dirigieron las federaciones estudiantiles de entonces. Los que pusieron en jaque a las autoridades de entonces con sus movilizaciones, que ya tenían precedentes en la revolución pingüina, 5 años antes, en el 2006.

Los líderes actuales, con su aire fresco, son los hijos de la Concertación que no quiso tener o acoger. Y la Concertación se quedó con experiencia, pero sin juventud. La que tuvo fue ninguneada, envejeció lentamente sin que se le abriera cancha alguna. Es la que hoy tomó al toro por las astas.

Los resultados de la primera vuelta fueron lapidarios para quienes nos han gobernado los últimos 30 años, relegándolos a un cuarto y quinto lugar. Vencidos incluso por un candidato, Parisi, que ni siquiera vive en Chile por tener una millonaria deuda por pensión alimenticia., y por quienes pasaron a la segunda vuelta. Éstos últimos fueron los representantes del Si y el NO a fines de los 80, pero en versión remozada: Kast, quien logró aglutinar tras sí a quienes temen un futuro de caos; y Boric, quien pudo sumar no solo a los adherentes de su coalición, sino a quienes en su momento denostó, los viejos tercios de la Concertación. Boric y el grueso de los dirigentes del Frente Amplio (FA), digámoslo claramente, son los hijos díscolos de la Concertación, que esta última no dejó desarrollar.

Para la segunda vuelta se dió un fenómeno memorable. El reencuentro entre el hijo pródigo y su padre, en la hora undécima. Frente al dilema de optar por la consolidación de un modelo de sociedad con una fuerte propensión a profundizar las grietas sociales, o transformarlo en uno donde se ponga el acento en su reducción, representado por Boric y sus aliados, la Concertación no se perdió. Es así como la gran mayoría de los dirigentes de los partidos que lo constituyeron en su minuto –la democracia cristiana (DC), el partido socialista (PS), el partido por la democracia (PPD) y el partido radical (PR)- no dudaron en respaldar sin condiciones ni exigencias a Boric, en la confianza de que sabrá estar a la altura de las circunstancias. El expresidente Lagos fue muy elocuente al respecto: “por lo que ha sido mi vida, no puedo sino apoyarlo”. Tampoco se podía esperar otra cosa de Bachelet ni de la DC. El reencuentro de padre/madre con su hijo. Es así como el hijo díscolo, bajo el impulso del reencuentro con sus padres, lleno de confianza y energía desbordante, ahora sí logra el descollante triunfo que lo catapulta como presidente electo.

Es un buen impulso para iniciar un proceso de transformaciones profundas que el país demanda en un ambiente político de empate bajo un contexto económico, social y sanitario altamente complejo. Creo que nadie debiera negarse al desafío que se tiene por delante, la búsqueda de acuerdos de sentido común que apunten a vivir en un país menos desigual, más amigable con la naturaleza, donde reine tanto el orden social como el económico-financiero. ¿Es mucho pedir?

 

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