Lo mejor del candidato presidencial electo ha sido su discurso ante cientos de miles de sus adherentes en Santiago como en todas las ciudades y pueblos de Chile. Por más de un millón de votos, Gabriel Boric se impuso frente a José Antonio Kast, el postulante de la derecha, en un evento electoral en el que participaron más de ocho millones de ciudadanos.
Su triunfo fue contundente e inobjetable, aunque también debemos reconocer que el postulante derrotado alcanzó un apoyo sorprendente de más de un 42 por ciento, si se considera que su liderazgo proviene de su férrea adhesión al ex Dictador Augusto Pinochet. Que no se trata de un integrante de la derecha renovada y que, a todas luces, su propósito fundamental se proponía la mantención del actual orden institucional como de su decisión de “poner orden” en un país convulsionado por las demandas sociales y el desarrollo de la delincuencia. Esto es, aplicar mano dura, más intensa todavía que la ejercida por el mandatario saliente y para defender, más que reformar, las instituciones altamente cuestionadas por el pueblo.
Ciertamente, estos comicios representan un antes y un después en nuestra historia. Caerá con Sebastián Piñera todo un andamiaje institucional y un conjunto de prácticas identificadas con una clase política corroída por la corrupción, el nepotismo y otros vicios practicados en las décadas de gobiernos pospinochetistas. Esto es por la Concertación Democrática, la Nueva Mayoría y otras denominaciones de centro derecha que hoy pasan a formar parte de nuestra triste memoria. Incapaces, como se demostraron, de haber derribado la Constitución de 1980, además de culpables de darle continuidad al régimen neoliberal y a parte fundamental de todo el legado del Dictador. Que se negara a acabar, entre tantas exigencias políticas y sociales, con el sistema previsional de las AFP, las criminales y excluyentes prácticas de la salud privatizada, como recuperar para Chile y en Estado nuestras riquezas fundamentales de la minería y otras áreas estratégicas de nuestra economía y patrimonio.
De allí que pensemos que el apoyo a Boric en la segunda vuelta de figuras y colectividades tan añosas y desprestigiadas, más bien fueron un salvavidas de plomo en su campaña electoral, especialmente en el caso de la adhesión de Ricardo Lagos y Michelle Bachelet, cuyas militancias en el Partido Socialista en poco o nada difirieron de los mandatos de las administraciones encabezadas por demócrata cristianos y del propio Sebastián Piñera. Quizás se deba a ello la elevada abstención electoral de más de un 45 por ciento por la desconfianza que en muchos persiste de un cambio real después de los sucesivos desencantos.
Si Boric se aboca a cumplir con lo expuesto en este discurso, Chile efectivamente daría un gran salto hacia la profundización de la democracia, la abolición de las discriminaciones, el pleno ejercicio de los Derechos Humanos, el reconocimiento pleno de nuestra realidad multicultural. Cuanto a la necesidad de fundar un desarrollo igualitario, en armonía con el respeto a la naturaleza, además de soberano ante las presiones del gran capital, los intereses foráneos y la voluntad de no pocos por perpetuar los privilegios en que hoy vive una ínfima minoría en desmedro de todo un pueblo que carece hasta de los derechos tan esenciales como un salario justo, una vivienda digna y una educación igualitaria.
Pero no vaya a suceder que la realidad de un parlamento adverso induzca al nuevo mandatario a entrar en connivencia con la alta clase empresarial, las presiones de la Casa Blanca y las inapropiadas demandas por cargos públicos de parte del arcoíris de expresiones políticas que terminaron apoyándolo después de sus correspondientes derrotas en la primera vuelta electoral. Entidades y figuras que bien harían de jubilarse de la política y deponer su codicia por obtener cargos de “representación”. En este sentido, bien debe recordar el Presidente Electo, como ex líder universitario, a quienes se opusieron tenazmente a las movilizaciones estudiantiles, por ejemplo, que se proponían reforzar la educación pública y a ese sinnúmero de expresiones que fueron despertando en la sociedad civil.
Qué triste sería, además, que, en política internacional, su gobierno siguiera postrado ante las inicuas presiones ejercidas contra otros gobiernos y regímenes de nuestra Región y del mundo que luchan, con errores o desaciertos, por constituirse en naciones soberanas y más igualitarias. En este sentido, debiera imponerse el propósito de colaborar a la hermandad y solidaridad, liberándonos del tristísimo papel de nuestros representantes en la OEA y otras instituciones internacionales que se mueven al son de la gran potencia mundial.
Para mantener su credibilidad, su gobierno paritario y popular debe destacar nuevos rostros y prácticas, además de alentar vivamente el trabajo de la Convención Constitucional para que dentro de los plazos convenidos nos ofrezca una nueva Carta Magna que, en lo esencial, le entregue a los chilenos la soberanía negada históricamente por todas las constituciones anteriores. Así como al Estado asignarle la iniciativa principal en materia económica, la propiedad y control de nuestros bienes fundamentales y la propia gestión empresarial. De tal manera que el agua y otros servicios esenciales no se constituyan en un lucrativo negocio más.
Es preciso, por lo mismo, que el sistema electoral recupere el voto obligatorio de todos los mayores de edad, porque ya se ve que entre quienes no votan hay voluntades que vale rescatar para darle mayor legitimidad al que debe ser nuestro orden institucional. Si es que efectivamente Boric se propone que con él ingrese el pueblo a La Moneda.
En este mismo sentido, reclamamos la presencia de un tema que estuvo ausente en toda la campaña electoral, en cuanto a que las nuevas autoridades puedan recuperar genuina autoridad sobre nuestras Fuerzas Armadas y de orden público. Para intervenir en sus abusivos presupuestos y erradicar también de los institutos armados aquellas vergonzosas prácticas de dispendio, corrupción y enriquecimiento ilícito con cargo al erario nacional.
Es preciso que la reciente muerte de la viuda de Pinochet, sea para las nuevas autoridades un poderoso aliciente para sanitizar el mundo castrense. Una tarea que debe extenderse, necesariamente, a todos los tribunales y juzgados de la República, sistema que ha consagrado también una justicia para los ricos y otra para los pobres. Y cuyas impunidades y lenidad son una de las principales causantes de la delincuencia común que asola a todo el país. Y que siempre se constituyen en un gran argumento para derribar gobiernos e imponer regímenes autoritarios.